Aristóteles decía que el ser predicaba de distintos modos. «To on legetai pollajos» era la versión griega de esta augusta sentencia. De la filosofía puede decirse otro tanto. Hay muchas filosofías y no sólo en términos de doctrinas o escuelas, ni tampoco de variantes nacionales o internacionales, sino también en términos de uso. La filosofía puede ser un juego de lenguaje casi secreto, o puede ser también una ocupación de niños.
Puede ser un monopolio de la razón occidental, o puede ser un discurso e escritura que tiene muchas modalidades irreductibles a la policía filosófica de Occidente. En esa dirección avanza una parte del pensamiento crítico latinoamericano encarnado en una voz tan profunda y transparente como es la de Eduardo Galeano. Quien arriesga sin empachos «Decídase, señor escritor, y una vez, al menos, sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe«.
Aunque muchas veces nos suene lírico, cuando no decididamente utópico, el hombre le ha dado otro valor a las crónicas, a los aforismos, a las denuncias, a las ironías. Tiñéndolas de un auténtico valor filosófico. Aunque la filosofia académica y sus guardianes de cuepro no se enteren y descalifiquen voces como las de Galeano como proto- o infrafilosóficas. Peor para ellos.