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La Periferia como Reserva Cultural

dantec1.jpg Año 2013. Un mercenario, ex combatiente en las guerras de la antigua Yugoslavia y Chechenia, con una misión poco usual. Un mafioso siberiano coleccionista de misiles. Un oficial corrupto de los servicios secretos rusos. Una joven esquizofrénica semiamnésica que transporta un arma biológica revolucionaria. Científicos convertidos en aprendices de brujo dispuestos a infringir la ley. Un puñado de soldados perdidos en el otro extremo del mundo que luchan en causas perdidas. Sectas posmilenaristas que asaltan las ciudadelas del saber. Bandas de motoristas que libran una guerra sin cuartel en las calles de Quebec. Del gran caos renacerá la humanidad.


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«(.. ) podemos dar gracias por la existencia de vastas y dispersas poblaciones de culturas tribales del mundo que jamás han usado un teléfono o un televisor, que viven de sus habilidades locales de subsistencia aguzadas a lo largo de milenios… Si la ciudad mundial se hace trizas ellos recogerán los fragmentos como ya lo han hecho antes»
(Steward Brand -en la foto a la derecha-, El Laboratorio de Medios 1988: 250)

1. Allá lejos y hace tiempo, en mil novecientos sesenta y cinco

Corría la primavera de aquel lejano 1965 y Herbert Marshall McLuhan, profesor de inglés canadiense de 53 años, fue invitado a almorzar a uno de los restaurants mas chic de la ciudad de Nueva York. Fue entonces, cuando sorteando comentarios insulsos y trivialidades varias desgranadas por los comensales, el profeta dejó caer la bomba: Por supuesto una ciudad como Nueva York es algo superado dijo, la gente ya no se concentrará más en grandes centros urbanos buscando trabajo. Nueva York se convertirá en otra Disneylandia, en un parque de atracciones. La anécdota tuvo realmente lugar mucho antes de que el faux digital òcapaz de «inventar» cualquier realidad a través de la manipulación de unos y cerosò entrara en la escena tecnológica.

LA PERIFERIA COMO RESERVA CULTURAL

«(.. ) podemos dar gracias por la existencia de vastas y dispersas poblaciones de culturas tribales del mundo que jamás han usado un teléfono o un televisor, que viven de sus habilidades locales de subsistencia aguzadas a lo largo de milenios… Si la ciudad mundial se hace trizas ellos recogerán los fragmentos como ya lo han hecho antes»
(Brand, El Laboratorio de Medios 1988: 250)

1. Allá lejos y hace tiempo, en mil novecientos sesenta y cinco

Corría la primavera de aquel lejano 1965 y Herbert Marshall McLuhan, profesor de inglés canadiense de 53 años, fue invitado a almorzar a uno de los restaurants mas chic de la ciudad de Nueva York. Fue entonces, cuando sorteando comentarios insulsos y trivialidades varias desgranadas por los comensales, el profeta dejó caer la bomba: Por supuesto una ciudad como Nueva York es algo superado dijo, la gente ya no se concentrará más en grandes centros urbanos buscando trabajo. Nueva York se convertirá en otra Disneylandia, en un parque de atracciones. La anécdota tuvo realmente lugar mucho antes de que el faux digital òcapaz de «inventar» cualquier realidad a través de la manipulación de unos y cerosò entrara en la escena tecnológica.

El arúspice y monomaníaco nos tenía acostumbrados a este tipo de profecías. La luz eléctrica es pura información; el medio es el mensaje, estamos pasando de la era de lo visual a la de lo auditivo y lo táctil; la familia humana vive hoy en condiciones de ciudad global. Vivimos en un reducido espacio único donde resuenan tambores tribales; la imprenta dio al hombre tribal un ojo a cambio de un oído; son algunas de las más conocidas.

Tanto creció su fama, tan lejos llegaron sus pronósticos, tan distinta era la visión del futuro que encerraban sus aforismos hirientes y enceguecedores, que publicistas y magnates, financistas y gerentes de marketing, planificadores y mercachifles de todo tipo y calaña no vacilaron en pagarle decenas de miles de dólares para contar con su asesoramiento, guía y ayuda para entrar a la tierra prometida de la información de la que fue el vate iniciático. Una única duda guiaba los bolsillos de estos prágmaticos: ¿Y si él tenía razón?

2. Treinte años mas tarde: hoy

Mc Luhan murió en 1980. No alcanzó a ver los desarrollos en televisión de alta definición, el advenimiento de la era de la computadora personal, la diseminación mundial de las antenas parabólicas de recepción satelitaria, la impresión difundida de hologramas de luz blanca, la interfaz icónica amistosa para «conversar» con las computadoras, las técnicas de animación de la realidad virtual, la cautivadora convocatoria de la World Wide Web (WWW), los ejercicios masivos en televisión interactiva.

Todo esto y mucho más no llegó a verlo por el escaso margen de una década y media aproximadamente. Todo esto y mucho más: las cintas digitales de audio, la radiocaptación abierta (narrowcasting), el periódico personal, la televisión y los videograbadores estereofónicos, algo de lo que nosotros ya disfrutamos (o padecemos) diariamente.

Todo esto y mucho más. No alcanzó a ver la fibra óptica capaz de transmitir 500 millones de bits por segundo haciendo posible el superfacsimil, un New York Times cotidiano con la calidad gráfica del National Geographic Magazine y las noticias de hoy, en lugar de las de ayer, producido a domicilio. No llegó a ver las películas caseras de «tapa blanda»: toda una película de largo metraje en colores en un disco compacto, donde actualmente sólo caben ocho minutos de video convencional. No alcanzó a ver el Vivario: un ambiente cerrado para crear vida que permite que los estudiantes inventen y luego suelten organismos en ecologías completas computarizadas «vivientes», aprendiendo de la creación del universo para realizar las propias.

No alcanzó a ver, finalmente, las computadoras submicrónicas con ritmos de reloj de gigahertzios, disipación de energía de nanowatts y densidades de almacenamiento RAM de centenares de millones de terabytes por cm3. En buen castellano: computadoras completas mas pequeñas que una millonésima de metro, que funcionarán a millones de ciclos por segundo, con un consumo de energía de milmillonésimas de watt y una memoria de billones de bytes.

Engendros no menos espectaculares o esplendorosos que los que acabamos de mencionar también invadirán el mercado y nuestra cotidianeidad en pocos años o décadas, redefiniendo de tal modo las relaciones sociales que no sólo podrían volver obsoletas la tecnología y la ecología actuales, sino también las prácticas humanas mas ancestrales-incluyendo, obviamente, la política al uso nostro .

En efecto, ¿qué sentido tiene la política entendida como la habilidad de competir argumentativamente por una distribución mas igualitaria de los bienes escasos, en un mundo en donde la escasez y los conflictos por superarlos acudiendo a modelos sociales incompatibles entre sí habrán desaparecido, sepultados por la abundancia y el libre albedrío más absolutos ?

McLuhan ya no habla por sus propios labios. ¿Quién se anima a ser su sucesor? ¿Quién puede prometernos visiones todavía más fantásticas que las del gurú tecnofílico desaparecido? Ese ser de carne hueso existe, está «bien» vivo y tiene bajo sus manos a la usina de producción de tecnología de la comunicación mas fantástica que Mc Luhan haya soñado alguna vez.

Se llama Nicholas Negroponte, tiene 50 años, fue originalmente un arquitecto reconocido por su trabajo en la interfaz con computadoras. Es el fundador y director del Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Creado hace exactamente 10 años en 1985, con un presupuesto de 6 millones de dólares en 1986, está organizado en 11 grupos que ocupan a 140 personas òde ellas 100 estudiantes de post-grado incluyendo algunos latinoamericanos. El Laboratorio de Medios está en la avanzada tecnológica mundial y la implementación de sus invenciones dará un gran paso en el intento de convertir a este mundo tan dividido y dicotomizado en la aldea tribal avizorada por Mc Luhan.

Las novedades que nos promete el Laboratorio de Medios son tentadoras: diarios electrónicos personalizados; televisión en tres dimensiones; hologramas de consumo masivo; teléfonos que reconocen distintas voces y hablan entre si o computadoras que pueden advertir los estados de ánimo de sus operadores. El impacto de estas innovaciones será tan grande que uno de los primeros visitantes del laboratorio no dudó en afirmar que:

«(..) lo que la Bauhaus fue para el nacimiento real del diseño contemporáneo y para el impulso de nuevas formas artísticas, lo es el Laboratorio de Medios del MIT para la compleja urdimbre que informan las comunicaciones y las computadoras de los años 80″ (Brand, 1988)».

Negroponte es temerario y terminante. A partir de las investigaciones que se están realizando en su «santuario» en las áreas de Publicaciones electrónicas; Habla; Investigación en televisión avanzada; Películas del futuro; Taller de lenguaje visible; Creación de imágenes espaciales; Computadoras y entretenimientos; Animación y gráficos para computadoras; Música computacional; La escuela del futuro y la Interfaz hombre/máquina, se avizora un futuro en el que «los monólogos se convertirán en conversaciones; lo impersonal se volverá personal; los medios de comunicación de masas tradicionales desaparecerán en general».

Los genios jefes de grupo en cada uno de estos laboratorios, Alan Kay, Marvin Minsky, Stephen Benton, Seymour Papert, David Zeltzer, entre otros, avalan y ayudan a plasmar estas presunciones en artefactos y dispositivos «reales».

El programa de Negroponte es curiosamente populista y neo-humanista, emparentado espiritualmente con movimientos «contra-hegemónicos», que pretenden òpasada la era de la omnipotencia del emisorò devolverle al receptor el control de la situación conversacional.

Podemos dudar de que Negroponte òcomo sucedió con McLuhan hace dos décadasò tenga razón. Quienes no lo dudan son los patrocinantes del laboratorio, entre los cuales se cuentan, DARPA, Nippon, Warner, Columbia Polaroid, General Motors, Apple, IBM, Lego y NHK òpara mencionar sólo a algunos de los que financian enteramente, con sus dólares contantes y sonantes, el Laboratorio. Ahora se entiende por qué decíamos «curiosamente» en párrafos más arriba: ¿acaso son conciliables las multinacionales y la hiper-tercnología con el humanismo, el populismo y la descentralización?

3. Si Negroponte tiene razón ¿que?

No hace falta hacer profesión de fe de analista tecnológico del subdesarrollo, para señalar las dudas y problemas políticos y éticos que plantean las investigaciones en curso en el Laboratorio de Medios. Incluso quienes han podido seguirlas en detalle, han olido en seguida el tufillo a «aprendiz de hechicero» que las mismas despiden.
Así, Steward Brand òeditor del The Whole Earth Review y uno de los analistas mas lúcidos de los pros y contras de las tecnologías duras y blandasò en su ensayo/cuento acerca de las maravillas el Laboratorio de Medios no vaciló en sostener que:

«(..) las nuevas tecnologías crean nuevas libertades y nuevas dependencias. Al principio son mas evidentes las libertades. Las dependencias tal vez nunca lleguen a serlo, lo cual las torna aún mas graves, porque entonces se hace necesaria una crisis para descubrirlas. Las crisis de los grandes sistemas complejos, pueden ser desagradables, si el sistema no ha tenido tiempo de hacer madurar dentro de sí una cantidad de controles y equilibrios» (Brand, 1988).

La fascinación que despiertan las investigaciones en curso en el Laboratorio de Medios está ligada al coqueteo de sus investigadores con peligros tales como la convivencia que genera adicción, el entretenimiento total y la experiencia extra-corporal . El Laboratorio alimenta la arrogancia y luego se burla de ella. Y a través de la reinvención de los medios, busca garantizar que los sistemas de comunicación tengan, en su misma textura, base humana.

Que quien más ha hecho por difundir los méritos de esta temeraria empresa, sea al mismo tiempo quien más empeño pone en señalar sus límites es, por lo menos, un signo alentador. La tecnofilia alegre pero un tanto ingenua y potencialmente peligrosa de un McLuhan, no parece haberse trasvasado tan acríticamente al laboratorio de Negroponte.

Cabe, no obstante, dudar òsobre todo cuando nos hallamos en el lejano Surò de la validez de la ecuación que vuelve equivalente el advenimiento de nuevos niveles de comunicación, con el arribo de algo mas que humano: una civilización de organismos cibernéticos, o un planeta cognitivo òcomo sugieren Negroponte, Minsky y otros tecnófilos.

Coincidimos con ellos, es cierto, en que la política se está quedando muy atrás respecto de las necesidades bumanas y ello tanto en Occidente como en el resto del planeta, pero sobretodo aquí. Dudamos, en cambio, del lugar que los profetas reservan a las identidades e idiosincracias locales a las que la uniformización propia de la nueva tecnología les otorga el lugar del resabio arcaico y paradisíaco (como reza la cita del epígrafe).

Una de las formas en que Negroponte/Brand rescatan lo rural, el analfabetismo tecnológico y las idiosincracias locales, es como reserva noológica, como alternativa virtual en el caso de que la tecnología de punta se desbarranque. Nosotros, los indios, los marginales, los periféricos, somos de ahora en mas el backup (el reaseguro) de la civilización automatizada y servoregulada.

Recojamos el reto implícito en esta concepción. Sólo que no se trata de comprobar -evidencia diaria en mundo no-occidentalò que la comunicación electrónica puede ser superflua para vastos números de nuestros habitantes. No nos interesa demostrar que sin la parafernalia del MIT también se puede vivir. De lo que se trata, es de probarnos que también se puede vivir mejor sin ella que con ella òo en todo caso que la cuestión no es tanto «conmigo» o «sin mí» sino quiénes, cuándo, a cambio de qué, etc usaran una u otra vía tecnológica.

Uno de los principales corolarios del trabajo/síntesis de Brand es la nueva tendencia a una centralización tecnológica con sus inevitables correlatos políticos y económicos. La gran incógnita que nos plantean estos engendros es la viabilidad de una tecnología electrónica y comunicacional apropiada para el tercer mundo, en un momento en que la desnacionalización y la desestatización son el resultado onbligado de las políticas de ajuste y han llegado para quedarse.

Subyace a las posturas de Brand y Negroponte, una vez más, la ideología del fin de las ideologías. Los popes creen òjunto con algunos apóstoles localesò que la telemática (telecomunicación + informática) por su misma fuerza es capaz de transformar las estructuras sociales y económicas casi al margen de toda voluntad política. Para este paradigma neo-desarrollista, ni el capitalismo ni el socialismo tienen sentido, ya que estas categorías quedaron sepultadas por la lógica del conocimiento y del capital.

En contra de estos augurios tan mesiánicos òen cuyos pliegues se esconde el fantasma de McLuhanò se alzan voces muy variadas que enfantizan el re-comienzo de nuevos dilemas políticos y de gestión, así como la necesidad de preservar a toda costa la identidad cultural frente a la avalancha tecnológica.

Es hora de que perdamos el miedo a ser criticados por criticar a la tecnología. Se nos dice òno sin cierta razónò que en un mundo en movimiento, quien permanece en el mismo lugar retrocede. No es menos verdad, por otra parte, que la variedad y amplitud de cuestiones implícitas en la oferta de las tecnologías modernas involucra al conjunto social, y de ningún modo puede dejarse en manos de economistas, tecnocrátas o profetas de la modernización y el desarrollismo (electrónico).

Lo que nos debe preocupar no es tanto que Negroponte tenga razón òen muchos y numerosos casos podemos y debemos alegrarnos de que así seaò, sino cuales son las alternativas sociales y comunitarias que buscamos construir para aprovechar cuanto sea aprovechable de sus investigaciones, pero sin dar el brazo a torcer en lo que toca a las nuestras .

No queremos ser ni basurero nuclear, ni esclusa de pasaje, ni kelpers del universo tecnológico. Si el mundo ha de ser único no queremos ser ni los últimos inmigrantes ni los primeros emigrantes. Pero para lograrlo no alcanza con desearlo. El lema del Laboratorio de Medios es «demuéstrelo o perezca». Hagámoslo nuestro. El primer paso a dar en esta dirección es, construir capacidad nacional para utilizar el potencial científico-tecnológico en la dirección de producir cambios con sentido de justicia social, de participación política y de democratización cultural» como bien dice Pasquini Durán. Pero démoslo ya, ahora. °Entonces no importará si él tiene razón!

Esta nota fue originalmente publicada como capítulo 11 de mi libro Ciberculturas. En la era de las máquinas inteligentes (Buenos Aires, Paidós, 1995) y NO reaparece en la reedición del 2002.

Publicado enCiberculturas

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