El lenguaje es una conversación colmada de secretos que se intercambian. Todavía no se ha trabajado adecuadamente el funcionamiento de la verdad y la mentira en la sociedad. (Paolo Fabbri)
Gran parte de la teoría de la comunicación se basó en la noción de emisores claros y distintos. Donde se podía emprolijar sin dificultad al enunciatario de la emisión con sus anteojeras ideológicas inequívocas. Por eso se volvió un ejercicio de (aburrida) confrontación señalar un hecho político, social o económico y la forma dispar con que los diarios, mucho mas que las revistas, la radio a la televisión lo editorializan.
Y si bien alguna vez un infiltrado apareció en la vereda opuesta por error, magnanimidad o estrategia a nadie se le ocurre que Émbito Financiero o La Nación hagan una apología de los piqueteros o que Pagina/12 o Veintitres le doren la píldora a López Murphy o al FMI.
¿Qué pasa en cambio cuando una corporación multinacional -como la omnipotente Shell- acusada de mil y una tropelías, decide abrir un sitio web en donde se la acusa desde contaminar el medioamebiente, hasta propiciar asesinatos. Un verdadero aquelarre informativo. Al dejar que las víctimas acusen al victimario y éste los deje expresarse libremente, ¿qué pasa con el valor de verdad, con el dercho a la información, con las acusaciones de ocultamiento? Sobretodo si la corporación no solo no censura las acusaciones mas temibles, sino que además da rienda suelta a sus empleados, para que sin ninguna directiva precisa, contesten a los mensajes punzantes, desde «su» afiliación a la compañía -pero con laxitud corporativa máxima. Obvio un experimento así solo es posible dentro de los colchones que hacen posible la comunicación electrónica y los sitios web en particular. Por su carácter paradojal y extravagante este experimento llamado Tell Me (dígame) -que ya lleva dos años- puede convertirse en un caso pionero y logrado de conversación contra-cultural. Habrá que estudiar mas en detalle porque funciona bien, y que dice el ejemplo acerca de los intentos de articular representaciones contradictorias del mundo a través de los medios interactivos, con sus extraños efectos de espejos narcotizantes como el aquí expuesto. A menos que como bien dice Paolo Fabbri «No hay trasparencia ni puede haberla. Abundan, en cambio, los secretos. Se nos insiste que todo, absolutamente todo, está claro, cuando hay secretos que ocupan un lugar central y la realidad circula a su alrededor. La cuestión pasa por saber cómo se interdefinen esos secretos, cómo se interdefinen el secreto y la mentira, pues la mentira parece lo que no es y el secreto es lo que no parece». ¿Entonces?
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