Conocí aJosé Pablo Feinman en los borrascosos años 74. Su vida correría en paralelo a la de Pier Paolo Pasolini a y la de Tomás Abraham, a la mía y a la de muchos otros para quienes la historia no es una dorada manzana del sol y el sentido no es un premio o una dádiva sino un cuento que cada uno tiene que escribir. En esas épocas los alumnos dialogábamos en los colectivos y nos preguntábamos ¿porque leer siempre a Hegel, a Husserl o a Heidegger? De esa primera pregunta salió -en el caso de Feinman- algo mas que una nada. Salió un libro hecho y derecho -con artículos que muchas veces aparecieron primero en la revista Envido– que se llamo Filosofía y Nación. Análisis critico de las principales fuentes del pensamiento nacional.
Una de las experiencias mas chocantes de mi carrera como lector -una profesión como cualquiera otra- fue haber leído La Interpretación de los sueños de Sigmund Freud y los primeros capítulos de El Capital de Carlos Marx a fines de la década de 1960. Chocante pero en el muy buen sentido de la palabra (¿hay otro?). Llegar al autor mismo, al original, a la madre de todas la invenciones, después de haber sorteado todos los obstáculos e inconvenientes que suponen las interpretaciones, los comentarios, las indicaciones y las recomendaciones. Encontrarse mano a mano, cerebro a cerebro con el autor desnudo. Bueno no demasiado distinto de aquella primera vez en que dos cuerpos se funden en un contacto largamente anhelado.
Experiencia rara que se vive cada vez menos porque con la trivialización del sentido que vivimos hoy son muy pocos quienes tienen acceso -desean o necesitan- acudir a los originales. Y con el paso del tiempo quienes eran críticos o interpretadores se han convertido -mitad por la devaluación y mitad por la revaluación- en nuevos clásicos.
Me tira el 60 -no exactamente el colectivo. Debe ser porque cada uno pertenece a la década en la que cumplió 20 años y yo me prendí de esa por suerte porque me tocó cumplir mis 20 años en el año 1969 en un pueblito pescador del sur de Italia adonde me encontró quien sabe después de cuantas peripecias Tomás Abraham que vivía en esa época en París.
Sin que lo supiéramos ni nos preocupara, ese mismo año -y a muy corta distancia- Pier Paolo Pasolini -uno de los mas grandes intelectuales del siglo XX asesinado en 1975- estaba filmando El chiquero (Porcile) y Medea (Medea) marcando en forma indeleble una carrera promisoria y fundamentalmente irónica, escéptica y critica. Tomas ni se imaginaba en ese momento que iba a convertirse en uno de los pocos filósofos críticos de la Argentina de hoy. Yo tampoco que me dedicaría a las Ciberculturas. ¿Pero alguien sabe que va a ser de su vida a los 20 años, sobretodo si descubre que la vocación es una ingeniería inconsciente?
Muchos tal vez si. Mientras nosotros paseábamos por la ex-Yugoeslavia con Tomás, o íbamos a las clases de Michel Foucault en Vincennes o visitábamos islas casi desiertas cerca de la Rochelle en Francia, de este lado del gran charco, otro filosofo, bien argentino iniciaba su carrera docente. Se trataba de José Pablo Feinman a quien conocí en los borrascosos años 74.
Su vida correría en paralelo a la de Pasolini a y la de Tomás, a la mía y a la de muchos otros para quienes la historia no es una dorada manzana del sol y el sentido no es un premio o una dádiva sino un cuento que cada uno tiene que escribir. La vida de JPF era la de alguien que había estudiado filosofía en la UBA entre 1962 y 1968 y cursado Gnoseologia y Metafísica con Eugenio Pucciarelli que murió a mediados de los 90 y que fue mi director de tesis de licenciatura en 1973.
En esas épocas los alumnos dialogábamos en los colectivos y nos preguntábamos ¿porque leer siempre a Hegel, a Husserl o a Heidegger?, ¿o acaso nadie hizo filosofía en nuestro país? ¿porque leer y no hacer? ¿la filosofía necesariamente debe ser comentario de textoa? ¿el pensamiento debe terminar siempre siendo una monografía? De la primera pregunta salió -en el caso de Feinman- algo mas que una nada. Salió un libro hecho y derecho -con artículos que muchas veces aparecieron primero en la revista Envido– que se llamo Filosofía y Nación. Análisis critico de las principales fuentes del pensamiento nacional.
Los artículos que lo componen, fueron redactados entre 1970 y 1975, estaban listos para su publicación en 1976, pero en esa época también estaba listo el golpe. Y el pensamiento y los golpes militares no son muy amigos a menos que se quiera que el pensamiento (o el cráneo que los genera) sea molido a palo por los golpes. Por eso el libro de Feinman -como las causas judiciales que molestan al mendecismo- fue cajoneado hasta 1982.
Entre idas y vueltas, redacción, primera y segunda edición ha pasado ya un cuarto de siglo. Feinman hace rato que dejo con decencia la cátedra universitaria y se convirtió en exitoso novelista y guionista de cine. ¿Piensa ahora menos que antes o piensa muy distinto llegando mas lejos, alcanzando incluso a las masas y teniendo una presencia que la Universidad no dio antes y menos dará ahora? Pues quien sabe.
La segunda edición del 96 no cambió ni una coma. Ante la retórica e inútil pregunta de si modificaría algo hoy, el autor sostiene que fue demasiado severo con Moreno y demasiado laxo con Saavedra. La máxima de plan sin pueblo que presidió la carrera política de Mariano y que lo convirtió en un jacobino rioplatense, -tan parecido a la tragedia co-diseñada por Montoneros en el 70- se le antojaba a Feinman en ese momento mas peligrosa y terrible que la de un Saavedra (¿un Alfonsin o de la Rúa?) con pueblo pero sin plan.
También le dedicaría hoy mas páginas a Alberdi quien en sus Escritos Póstumos tomo V tiene unas frases imborrables acerca del modo en que la revolución del Mayo termino supuestamente- con la colonización externa pero inició la interna (..) Para Buenos Aires, Mayo significa independencia de España y predominio sobre las provincias (..) Para Las provincias, Mayo significa separación de España, sometimiento a Buenos Aires, reforma del coloniaje, no su abolición
Hay algo en lo que el libro no abunda y no puede hacerlo, y que muestra que Feinman ni siquiera hoy la tiene clara -como ninguno de nosotros la tiene clara -especialmente en este momento de globalización y descerebramiento que parecen ir inextricablemente juntos. Puede gustarnos o no pero hay una lógica de la historia europea, que hoy se encarna en los procesos de ajuste y racionalización. Es la lógica que termina en el Kapital y que hace posible -entre millones de otras cosas algunas positivas y otras tantas mas que negativas- un desarrollo del cáncer -que podría prevenirse desde otra lógica del desarrollo- y de otras adicciones convertidas en negocio que aunque moralmente cuestionables son funcionales a la variable homeostáticas del sistema: maximizar la ganancia.
Desde fines del siglo pasado grandes pensadores como Heidegger y Nieztsche (obvia y paradojalmente europeos como el que mas) tratan de alzar un muro de contención que evite que nos resignemos a ver en Europa -y a la ratio occidental- al espíritu del siglo. En un dialogo ficticio que figura en La astucia de la razón una novela de Feinman – entre Carlos Marx y el caudillo Felipe Varela, mientras que Marx le exhibe a Varela la necesariedad de los hechos históricos, y por lo tanto su previsible condena y desaparición física, Varela le propone a Marx la posibilidad de un sentido lateral, de existir lateralmente al desarrollo de la razón occidental.
Varela -como nosotros desde estas páginas pero desde u lugar mucho mas modesto y menos heroico- sufrimos el mismo dilema. Queremos poner en tela de juicio el concepto de superación, la lógica del desarrollo típica de la racionalidad europea. Pero no tenemos una alternativa. No podemos tener una alternativa superadora porque buscarla -y creer que la se la encuentra- es caer dentro de las garras del evolucionismo y la teleología que precisamente se quiere evitar.
Por ello sostiene Feinman que quienes en el siglo XIX se enfrentaron a la política eurocentrista de Buenos Aires, que pretendía encarnar el sentido de los hechos históricos (como durante el mendecismo lo hizo la teoría de las relaciones carnales) debieron proponer una poética de la historia antes que una epistemología.
Querían quebrar el punto de vista único, buscaban historias diferenciadas, la riqueza de las pluralidades, su multiplicación. Su libro es la historia de esa derrota. Mas claro echarle Evian.
Cerrar el libro de Feinman es encontrarse con esa mueca amarga que recorre la escritura del ultimo Pasolini. ¿Debemos pues resignarnos a pensar globalmente y a actuar localmente? ¿O al revés tenemos que optar por pensar localmente y actuar globalmente? como los gurues de distintas sectas nos proponen y sugieren.
Si la única forma de escapar a la razón es sumergirse en la poética ¿deberemos convertirnos todos en mártires, ascetas o poetas, dejando el campo yermo para que los que hacen de la astucia de la razón sus negocios particulares y universales sigan amargándonos la vida?
Cada cual resolverá la angustiante paradoja como mejor pueda. Y a nadie le resultara fácil hacerlo. Una conocida cree que porque sus alumnos escriben textos mas críticos o supuestamente originales los esta ayudando a pensar. Una amiga entrena mulas para convertirlas en caballos de carrera. Otros nos atiborramos de datos e información creyendo descifrar alguna señal que nos apacigáe un poco nuestra inseguridad e indefensión. Los hay quienes se sumergen en la carne y el alcohol y los que hacen de su doble rechazo mas que mortificación, un acto de heroísmo.
Mientras tanto el Kapital trabaja y avanza. Cuando se denunciaba al imperialismo hace 60 años confundimos la escala y sobrevaloramos nuestra capacidad de diagnostico, resistencia y posibilidad de revertirlo.
Lo que a los filósofos del siglo pasado era pesada tarea de comprensión es hoy una constatación a ojos vistos. El mundo anda al revés y nadie quiere o sabe como pararlo.
Por suerte presencias y ausencias como las Pasolini o Feinman nos muestran que aun en medio del ojo de la tormenta todavía hay tiempo y lugar para ópticas distintas, para pareceres díscolos, para prácticas no triviales. Y aunque todo parece perdido, la capacidad de decir no inherente el espíritu humano anuncia tanto nuevas luchas culturales (y de las otras, como testimonia que la homogeneidad (la muerte térmica de las ideas) probablemente no llegue jamás.
No cierra pues poner a lo local por encima de lo global o viceversa. No cierra soñar con un mundo unificado y homogéneo. No cierra creer que las diferencias y disparidades son circunstanciales. No cierra creer que la paz y la armonía se instalarán espontáneamente sobre la tierra y que los conflictos de clase son apenas una mueca prescindible.
En un día como hoy -nunca tan lavado de significado como en la Argentina mendecista- donde un gobierno que supuestamente defiende la dignidad de los trabajadores se hace -como siempre el distraído-, la muerte de los mártires de Chicago y los 100 años de resistencia de las fuerzas del trabajo a un disciplinamiento que no beneficia a nadie -en la forma salvaje como se lo practicó antaño y resurge hoy- salvo a los que tienen el sartén por el mango y el mango también, parar un poco la mano y barajar de nuevo no esta mal. Hasta mañana filosófico .
Una versión preliminar de esta nota fue publicada en el INTERLINK HEADLINE NEWS n 457 del miércoles 1 de mayo de 1996 con motivo de un aniversario mas del martirologia del trabajo. Dadas losb aciagos momentos que estamos viviendo es mas que actual.
Quiero más.
Entré alegremente decidida a leer toda la página.Quiero pensamientos recientes. Este artículo, por demás interesante, está fechado Octubre del (año) 2002.
Quiero más.
Justo ahora claudican?
La coyuntura actual da para mucho más.