Identidad nacional en un mundo globalizado
Mientras que hasta hace un par de años atrás, la idea de una Europa común estaba mas dibujada que otra cosa, lo cierto es que el euro entro a funcionar en 12 de los 15 países que componen hoy la CE -uno de los que todavía hace rancho aparte en lo que a moneda se refiere es obviamente el Reino Unido. Y aunque todavía hay cerca de 2.400 millones de pesetas en equivalente euro que no se han canjeado, como este canje es indefinido se calcula que pronto el Banco de España vera retornar las 1.400 millones de pesetas en billetes, aunque cerca de un 40% de las 800 millones de euros en monedas no volverán nunca mas -parece que a la gente le gusta coleccionar viejos trofeos.
Eso si apenas uno se baja del avión la cola de gente con pasaporte europeo pasa rauda mientras que el resto -oh vergáenza de los yanquis- debe apoltronarse como en los aeropuertos de ingreso a USA, y sufrir las preguntas de rigor sino directamente la deportación.
Pero la identidad europea crece y crece. Y Luis Joyanes Aguilar con quien anoche compartimos esas excelentes tapas tiene un Audi, y Sephora es una cadena europea y cada vez mas esta idea de comunidad trabaja y avanza.
Por eso es mas que bienvenida la aparición de una reciente obra de Alvarez Junco Mater Dolorosa, que acaba de ganar el Premio Nacional de Ensayo justamente con un difícil texto sobre la identidad española en un momento en que operaciones de trasnacionalizacion como las del euro parecería barrer con ella. Y mientras en el extremo opuesto, en una operación de pinzas ejemplar los nacionalismos (especialmente) el vasco buscan detonar lo que de identidad española había, llevando a la fragmentacion de Europa en 1.000 naciones como le gustaba un poco petardistamente sugerir a John Naisbitt en Global paradox. The bigger the world economy, the more powerful its smallest players en el ya lejano 1995.
Quienes se han enfrascado en el libro han sacado un diagnostico -que tan bien le cabria a la Argentina- a saber que España ha sido un noble fracaso. A lo que el historiador responde, «solo en el sentido en que se habla de una mala salud de hierro», porque lo cierto es que las fronteras españolas (como las nuestras en 200 años) no se han modificado en siglos.
No hay duda de que la estructura politica española se ha mantenido estable a lo largo de muchisimo tiempo, el problema es que esa identidad geométrica no ha venido acompañada de una tranquilidad afectiva equivalente, siendo que el cuestionamiento sentimental (en el caso argentino esto es infinitamente mas grave) la ha parasitado permanentemente.
Por lo tanto la estabilidad política y el desamor han corroído desde siempre a la historia dd España habiendo tan solo otro equivalente en el viejo continente, a saber Gran Bretaña, aunque en ese caso la logica de la gran potencia ha enmascarado el desamor.
Las raíces del desamor español son muy recientes y están mas que nada ligadas a la guerra civil y mas cerca en el tiempo a las autonomías radícales como la vasca. Pero el siglo XIX fue un siglo centralista, castellanista, brutal. El Estado fue poco mas que el orden publico y este quedo inexorablemente en manos del ejercito.
Por supuesto que los jacobinos estaban en lo mismo e invadieron Bretaña sin ninguna culpa, pero lo que a ellos los salvo fue la eficacia mas que la intención. Mientras que en España (igual que en nuestros desdichado países, o ni siquiera eso) lo único eficaz fue la brutalidad.
Hay (hubo) un Estado sobre el papel, pero sus disposiciones con excepción de las que afectan al orden publico, jamas se cumplen.
Pero tambien es cierto que hubo otras ideas de España (como también timoratamente de la Argentina) y que por hache o por be no lograrían cuajar. En el caso español la opción parece haber sido la encabezada por Francisco Pi i Maragall. En el nuestro quizás por Alberdi.
La pregunta en ambos casos es porque no se siguio el camino amoroso y la respuesta curiosamente parece ser bastante parecida -con lo cual nuestra deuda con este país podría ser mas profunda y desgraciada de la que generalmente creemos, al haber optado nuestros gobernantes por el catolicismo en contra del protestantismo, si es que a eso se lo puede llamar opción.
Porque en España el ejercito, al identificarse con el Estado, impuso una política centralizada y uniformadora. Todo militar español del siglo XIX quiso ser un Napoleon de bolsillo. También los políticos pensaban igual y hasta Franco -aunque caricaturizándolo pero no privándose de fusilar a centenares de miles de compatriotas- tomo como modelo de construcción en España a la de Felipe II, sin darse cuenta de que el modelo imperial era el mas diverso y el menos centralista de la historia española.
Al sobreactuar la centralización obviamente se le habrá de responder con nacionalismo, pero de estos los hay de diversa estopa. desde el suicida (y criminal) vasco, hasta el mucho mas matizado, aunque últimamente fanatizado linguisticamente, como es el catalán.
Pero si a Cataluña se la temió tanto y Franco trato infructuosamente de aniquilar su identidad cultural, es porque se temía el poder de su lengua, su atrapante tradición literaria, pero sobretodo que contara con un faro como Barcelona, la única ciudad española moderna hasta ayer nomás.
La potencia de Barcelona es una anomalía en la estructura política española como si en nuestro caso alguna vez Cordoba hubiese podido destronar a Buenos Aires, un disparate que no es tal en el caso barcelonés, al contrario.
La guerra civil, la oposicion Cataluña vs Madrid, tiene mucho que ver con esta óptica distorsionada. Para José Alvarez de Junco, la España de 1934 es un claro ejemplo de descredito de la cultura democrática y aunque fue mucho mas grave que la nuestra, muestra una extraña coincidencia en el tiempo con el golpe pro militar de los año 1930 contra Irigoyen.
De alli en mas todo es caos y el Pacto Constitucional de 1978 no cierra para el historiador esas heridas, hechas sangrar con abundancia por Franco una de cuyas sentencias favoritas fue «Perro, habla en castellano».
Donde el autor innova respecto de visiones anteriores es en su perspectiva de que o el nacionalismo periférico se aggiorna o muere y desaparece (y eso también puede valer para la izquierda local, donde es bastante probable que Zapatero sucumba al sucesor de Aznar).
Queda claro que la modernidad se ha invertido y que casi nadie por acá (salvo sus cultores) imagina en el año 2002 que la modernidad se pueda asociar con Cataluña o con el país Vasco con sus arrestos nacionalistas.
La emergencias de Madrid como ciudad sofisticada, mientras que cuando vine por primera vez en 1974 tenia todavia bastante de poblado, esta cambiando sino todo, al menos mucho.
Si el nacionalismo no desaparece al menos debería complejizarse insiste Alvarez del Junco, y su pretensión no parece exagerada ni equivocada. Y también es astuto vincular la pugna nacionalista con las elites que mandan sobre las autonomías y con la redistribucion del poder que supone la complejizacion de los nacionalismos.
Porque la violencia etarra (como en nuestro país lo era la montonera) al final termino siendo completamente elitista y las ansias de poder de esas elites (aunque en nuestro pais esto tiene que ver con las diversa facciones del peronismo) demuestra que las ansias de poder de estas son absolutamente insaciables.
Pero como el cansancio es uno de los factores mas decisivos de la historia (¿que paso si no en Nicaragua con la caida del sandinismo después de 10 años interminables de guerra e ineficiencia?), es probable que ese nacionalismo radical caiga por su propia inacción y sostenimiento de una tension inacable que desangra económica y culturalmente a quienes lo padecen.
La obra de Alvarez del Junco es excepcional y solo tiene equivalentes en los tratados de Eugen Weber en torno a la idea de Francia y de George Mosse sobre Alemania. Lo mejor de Alvarez, catedrático de Ciencias Políticas en la Complutense, aquí nomás donde estuvimos ayer, es que si por un lado quiere liberarse de las redes de la nacionalidad, la lengua y la religión que le impiden volar -citando a Stephan Daedalus el personaje de Joyce– al mismo tiempo se indigina con la cultura en la que nació, ama a su lengua (igual que nosotros) y por nada del mundo aceptaría perderla -tampoco nosotros. Contradictorios como estos me encantan. Otro mas para la alforja de los amigos virtuales.
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