El humorista Roberto Fontanarrosa confiesa que le mintió a su amigo el también afamado humorista Caloi. En esas tenidas de amigos que suelen saborear le había dicho segundos antes que no estaba preocupado por el paso del tiempo. Pero inmediatamente se desdijo porque se dio cuenta -como yo y como muchos otros todos los días- de que ya no tenemos tanto tiempo.
Cuando teníamos 20 años el tiempo no existía, hacia adelante había un horizonte al que no le veíamos limite. Pero ahora sabemos que todo lo que hacemos es completar un trabajo (largo o corto, profundo o superficial, uno o muchos) antes de morirnos.
Frente a los delirantes y los despilfarradores de tiempo que nos dicen hoy no escribí la novela (lo haré dentro de cinco años), o lsa que nos dicen aun no se si te quiero, llamame en 5 años y te contesto otros tenemos la acuciante sensación de que el partido se termina(rá) y que esa vez no ganaremos la final por penales.
Y ojo no estamos hablando ni por las tapas de las elucubraciones filosóficas del ser para la muerte a lo Heidegger, sino de la sensación de horror que nos producen (a algunos) la promesa inevitable y el logro no pedido de ir cada día camino a nuestra disolución (aunque Borges insista -como lo dice en el libro- que la palabra muerte le sugiere una gran esperanza).
Fontanarrosa cerró con su comentario una linda entrevista que le hizo Liliana Heker en su reciente compilación Diálogos sobre la vida y la muerte. Editorial Aguilar, Buenos Aires, 2003, 307 páginas. Y aunque me gusto y probablemente sea mi mejor vocero en estos temas del temor y de la muerte, de la angustia y de la incomprensión ,las entrevistas que realmente me encantaron fueron las de Jorge Luis Borges, la de Marcelino Cereijido y la de María Lucila Pelento.
En realidad hay mas entrevistados en la compilación, a saber: los doctores Gazzano y Gioia, el especialista en cuidados paliativos Alvaro Sauri, la escritora Ana María Shua, el historiador de las religiones Severino Croatto, el fantástico pero también sobrevendido Eduardo Pavlosvky y el escritor Abelardo Castillo.
Esta compilación viene con sus vericuetos. Desde 1980, (como proyecto literario) el tema de la muerte rondaba en la cabeza de Liliana Heker en la forma de un libro de entrevistas. A mi no me interesa mucho la genealogía discursiva e histórica del libro, la salida de la dictadura, la institucionalización de los especialistas en muerte, así como la necesidad de detectar y recabarles la opinión de las manos a los que nos habían quitaban la muerte, la transformaban en algo sucio, innombrable, algo que ocurría en la oscuridad del algún no-sitio.
Porque en ese entonces Heker se planteaba la recuperación de la muerte como cuestión existencial, filosófica y biológica que nos concierne; discutir otra vez el sentido que tiene morir por razones ideológicas, hablar otra vez de trascendencia y de angustia y del sueño de inmortalidad y de una muerte digna.
Está muy bien todo eso, pero a mí lo que realmente me encantó no fue la motivación sino el resultado. No tanto el porque sino el como. La obra es un conjunto de entrevistas a creadores y a profesionales del campo de la ciencia que han reflexionado o que trabajan en los límites de la vida. No se trata de un libro de autoayuda, ni de «temibles» preconceptos «happy end» tan de moda con la new age. Es una indagación sobre el significado, el sentido (si es que lo hubiera) de la muerte como palabra, como acción, como fenómeno biológico y psíquico, y de las innumerables formas que, a lo largo de la historia, el hombre ha concebido, ha creado para defenderse o luchar contra la muerte (acelerar la muerte, retardarla, obviarla infantilmente, o aceptarla). Es, a fin de cuentas, un libro sobre la certeza de la mortalidad y la convivencia con ese casi intolerable saber.
Borges querría morir súbitamente y hubiese querido vivir en la época de Troya; Ana María Shua, querría dormirse plena de felicidad y no despertarse; para Fontanarrosa le gustaría que acaeciera viendo un partido de futbol en TV, para Eduardo Pavlovsky la muerte es una «cosa» muy complicada; la doctora María Lucila Pelento explica el por qué del duelo nunca concluido de los desaparecidos; para el doctor Marcelino Cereijido la muerte es un fenómeno biológico del que nadie se ocupa; los doctores Terencio Gioia y Alfredo Gazzano discuten el «querer matarse» y el «querer morirse»; y Abelardo Castillo, de ninguna manera, quiere saber que se va a morir algún día.
Liliana Heker, además de una excelente narradora, deviene una interesante entrevistadora y ademas hizo los deberes de pe a pa, habiendo leído muchas de las obras de los entrevistados, habiendo anotado en detalle las cuitas, quereres y saberes de sus entrevistados, y tirando la indicación justa con el timing preciso para convertir cada charla en un diálogo enriquecedor (rayano a veces en los metálogos batesonianos) además de recibir unas lisonjas muy apropiada de Borges a quien entrevistó en 1980.
Los entrevistados fluyen, en el devenir de sus palabras al referirse a la muerte, a un tema mucho más tabú de lo que pensamos. Tabú ya que, como dice Marcelino Cerejido en su entrevista, el ser humano basa su estrategia en el conocimiento, la ignorancia le resulta pavorosa. Y sobre la muerte, somos todos ignorantes. La muerte, entonces, pone un último límite a la capacidad de saber, de conocer ya que nadie regresó a explicarnos qué sucede después (si es que sucede algo).
En una clave totalmente anti-autoayuda, anti-new a age pero sobretodo anti-Victor Sueiro en Diálogos sobre la vida y la muerte no se encontrarán respuestas . Aquí el tema es la muerte y su vinculación con la vida, y de cómo la segunda (la vida) supone la primera (la muerte); de cómo la vida, camuflada en el hacer de cada día, pareciera dejarnos hieráticos ante el solo hecho de pensar la (nuestra) muerte, y a partir de allí no poder movernos.
A diferencia de los quiebres ordinarios (una rueda pinchada, una bombita estallada, una bañadera que se desborda) la muerte como quiebre de todos los quiebres -una vez estimada, alumbrada, intuida, reconocida- se puede convertir en la mas aletargante y paralizante de las constataciones. O al revés en un nudo desatado que lleva a revalorizar la vida hasta el éxtasis
Por ello escribir sobre -y peor aun leer sobre ese sobre- «reflexionar sobre la muerte», no tiende a ser mas desetabilizador de lo cotidiano que la supuesta huelga de brazos caídos universal espontanea y total que derrumbaría algún día al capitalismo.
Porque es cierto que la conciencia de la mortalidad es profundamente anticapitalista. Si nosotros -como cuenta Ryszard Kapuscinski en Ebano (algo que Cereijido le cuenta a su vez a Heker en su entrevista) – tuviéramos un sentido del tiempo tal, que si no hacemos algo -como sucede en muchas cultura de Africa, Asia y también en América Latina, el tiempo no transcurriera entonces la noción de productividad y de trabajo productivo mismo estallarían en pedazos. Pero no es fácil llegar socialmente a tan profunda y poderosa intuición,
No es la menor de la paradojas en este siglo XXI frenético y febril, que millones de personas que exaltan la inmortalidad no saben que hacer con sus vidas en el atardecer lluvioso del domingo (salvo dormir la siesta como bien supremo)
En una entrevista reciente que le hicieron en Córdoba (entrevistadora entrevistada) Heker contó la cocina del libro y la forma de armar el menú fue tan buena como los platos conseguidos.
Y si de lo que hizo Heker todo nos gusto indudablemente su hallazgo mas notable fue haberlo conocido (a través de la referencia ofrecida por Diego Golombek) a Marcelino Cereijido quien de lejos descolla en el decálogo de los entrevistados.
Como bien dice Heker los planteos de este argenmex que acaba de sacar un provocador texto sobre la decadencia argentina que presento hace pocos dias en Buenos Aires (Un resbalón no es caída), provocan una verdadera revolución internañ sino por el modo en que lo dice.
Es coloquial, brillante, proclive a los ejemplos curiosos y al humor, y lleno de desparpajo. Sus libros (Liliana no se metió con el precursor Orden, equilibrio y desequilibrio que nos descubrió muchas de las maravillas de la autoorganizacion a fines de los años 70): y se concentro en La nuca de Houssay. La Ciencia argentina entre Billiken y el exilio, La vida, el tiempo y la muerte, y La muerte y sus ventajas
Dice Heker que leer la entrevista a Cereijido es una fiesta. Y una aventura para la inteligencia y para la sed de conocimiento. Concordamos plenamente.
Devolver (o inventar) una mirada científica no empalagosa y petulante es uno de los méritos infinitos de Cereijido. Que encima lo haga sobre un tema tan vital como la muerte mostrando la otra cara de la moneda y el sentido profundamente vital del suicidio celular (apoptosis) nos enseña mucho acerca de lo mal que entendemos la dialéctica altruismo/egoísmo tanto a nivel celular como social.
Marchen mas Cereijidos y Hekers. El intelecto hambriento sabrá aprovecharlos.
Caminamos a través de rutinas que nos dan la seguridad de que esto que hemos hecho hoy volveremos a hacerlo mañana øpor qué no va a ser así?. Si un coche va a 150 km por hora y otro viene en sentido contrario a esa misma velocidad y chocan, los coches (y posiblemente sus tripulantes) quedan destruídos. Pensamos que porque eso fue así desde siempre seguirá siéndolo: los seres humanos somos así, nos gusta sentirnos seguros, aferrarnos a las seguridades aunque sepamos que ‘a seguro lo llevaron preso’.
Durante toda nuestra vida pasamos por duelos, por despedidas o ‘hasta nunca’ que nos marcan, que nos llevan un tiempo de asimilación, que rompen con esa seguridad aparente con las que nos gusta vivir. La muerte es la despedida definitiva, el ‘hasta nunca’ y se acabó.
Como dice Zenda Liendivit: ‘Es cierto que a lo largo de la vida creemos morir muchas veces. Cargamos con varios funerales íntimos de los que, de una forma u otra, a veces con mayor o menor fortuna, resucitamos. Pero cuando la metáfora retrocede y la muerte hace real acto de presencia, por lo general sobreviene el silencio, o el disimulo, como en esos hospitales donde el cadáver sale discretamente por la puerta de servicio para evitarle a los otros el mal momento de la visión’.
Alguna vez mi padre me dijo algo muy sabio (en realidad muchas veces me habló con sabiduría): uno envejece como a vivido.
Les recomiendo leer el número 6 de la revista argentina Contratiempo dedicado al tema de la muerte de una forma inteligente:
http://www.revistacontratiempo.com.ar/seis.htm
Sobre la apoptosis diré que responde a la supervivencia del más fuerte, aunque se trate de las células de nuestro propio organismo. Parece ser que hasta en ese todo que denominamos nuestro cuerpo también existen bataholas, heridos, muertos, suicidas … recomendable el sitio (en inglés) http://users.rcn.com/jkimball.ma.ultranet/BiologyPages/A/Apoptosis.html
Allí explica -entre otras cosas- que la muerte de las células puede deberse a causas externas o bien al suicidio de nuestras propias células por el bien del todo, que es nuestro organismo.
Me parece interesante señalar que en toda la vida pasa esto, o øno es cierto que llegados a cierta edad a veces miramos a nuestras parejas de reojo pensando cómo fue que terminamos con esa persona?. Y esto puede significar un renacer (como muchas células, que se reproducen en nuestro organismo) o una sensación de muerte o de suicidio (øqué hago yo con él/ella?). øO no es verdad que toda vez que vamos al trabajo sintiendo la sensación de hastío no nos estamos dejando morir un poco?. øO no es verdad que cuando alguien nos dice un piropo por la calle no sentimos que renacemos?. La vida toda está llena de suicidios, muertes y renacimientos. Las células son un ejemplo más de la perfección del cuerpo humano …