Salvo alguna excepción -haber nacido en familias pro-escuela Waldorf, tener por padre a algún filósofo post-moderno, aunque a lo mejor esto mas que una garantía sea un pasaporte para el fracaso- la mayoría de nosotros entró al mundo de la ideas y del conocimiento con bastantes muletas y difícilmente pudo sustraerse al binarismo rampante que exige siempre estar a favor de una serie de cosas y concomitantemente en contra del resto y viceversa.
Por eso cuando éramos chicos -como bien decía José Pablo Feinman– categorizabamos a las películas en dos macro-categorías, las de tiros y las de coger.