Nos cuesta encontrar grandes pensadoras femeninas de siglo XX. Hannah Arendt seguro lo fue -mas alla de del pretencioso bautismo con su nombre del flamante instituto de Lilita Carrio, una desmesura como tantas otras de esta señora. Y también Agnes Heller, y probablemente Simone de Beauvoir. ¿Y porqué no Julia Kristeva? ¿O -aunque me resulta revulsiva- Ayn Rand, y en otra escala ni menor ni mayor, -pero seguramente distinta- Susan Sontag.
En el caso de los hombres, empero, el listado es infinitamente mas largo. Y aunque los grandes nombres (Althusser, Levi-Strauss, Lacan, Deleuze) proliferaron en los 60 y los 70 (aunque hoy seguramente mediríamos de manera muy diversa de como lo hacíamos a mediados del siglo pasado qué es ser un intelectual, haciéndonos eco de la observación de José Joaquin Brunner de que hoy quien piensa es la red) de lo que no queda duda es que el siglo nos legó algunos nombres inmortales: Heidegger, Sartre, Wittgenstein y seguramente Foucault.