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Día: 23 junio, 2004

Inferencias infelices de una inteligencia que es narrativamente superior

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Coqueteando con la historia

Michael Frayn es autor de varias obras de teatro tres de las cuales, al parecer han sido extraordinarias. De una de ellas Copenhagen (1998) podemos dar fe porque tuvimos la suerte de presenciarla en su versión nacional en el Teatro Casacuberta y oportunamente hicimos un encendido elogio de la misma (ver Copenhague, Rhizoma e Intensidad ).

Foucault un antidoto al fascismo cotidiano

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Nos cuesta encontrar grandes pensadoras femeninas de siglo XX. Hannah Arendt seguro lo fue -mas alla de del pretencioso bautismo con su nombre del flamante instituto de Lilita Carrio, una desmesura como tantas otras de esta señora. Y también Agnes Heller, y probablemente Simone de Beauvoir. ¿Y porqué no Julia Kristeva? ¿O -aunque me resulta revulsiva- Ayn Rand, y en otra escala ni menor ni mayor, -pero seguramente distinta- Susan Sontag.

En el caso de los hombres, empero, el listado es infinitamente mas largo. Y aunque los grandes nombres (Althusser, Levi-Strauss, Lacan, Deleuze) proliferaron en los 60 y los 70 (aunque hoy seguramente mediríamos de manera muy diversa de como lo hacíamos a mediados del siglo pasado qué es ser un intelectual, haciéndonos eco de la observación de José Joaquin Brunner de que hoy quien piensa es la red) de lo que no queda duda es que el siglo nos legó algunos nombres inmortales: Heidegger, Sartre, Wittgenstein y seguramente Foucault.

Tim Berners-Lee un tecnofilantropo sin igual

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La web como hija única

Casi ningún medio masivo tiene un solo nombre propio que lo origine. No solo porque hubo miríadas de antecedentes fallidos o frustrados, antes de que el ganador que le dió nombre al engendro viera la luz, sino porque en el caso de los medios masivos (desde la Imprenta a la Radio, desde el Teléfono a la Televisión) los múltiples inventores son la norma, y la distancia entre el objetivo logrado de la innovación y su búsqueda original, está preñada de no pocos nombres e ingeniosos remediadores, que le encontraron el uso real a la innovación mientras que los creadores se equivocaron por palmo y medio.