¿Que tiene un filosofo para decirle a los hombres de negocios hoy? ¿Puede un generalista hablarle a los especialistas sin naufragar en la ingenuidad o en el escarnio?
Sabemos que los historiadores tienen mucho que aportarle al presente porque sin sus dichos, éste se vuelve romo y aplanado. Es solo gracias a la perpectiva de largo plazo de Ferdinand Braudel, gracias a la historia de lo cotidiano que nos brindaron los profetas de la Nueva Historia como Pierre Nora y Jacques Le Goff, y a las mil y una historia particulares que hemos vistos desde entonces (desde la historia del agua a la del lápiz, desde la historia de la silla eléctrica hasta la del clima o de las putas, desde la historia del telégrafo hasta la de las mujeres, el pene o el aire acondicionado) que le añadimos espesor a la delgada trama del hoy, y así podemos establecer comparaciones y pronósticos.
Lo mismo podra decirse de cada una de las otros artesanos de las ciencias sociales: politologos, sociólogos, geógrafos, historiadores del arte. Y siempre nos quedaríamos chicos cuando de retratar el instante, retroproyectarlo sobre sus pasos y proyectarlo al futuro se trata.
Neologismos para el buen pensar
Sin embargo, probablemente todas esas categorías estén hoy anquilosadas, y lo que necesitamos sean metaperspectivas, intradescripciones y sobre todo translecturas como las que propone permanentemente Alfons Cornella con sus neologismos. Cuando nos insta a pensar al futuro bajo la forma de un trenzado inconsutil entre lo nano, lo bio y lo info, armado todo ello de modos cada vez vas complejos e intrincados. Por lo que quizás antes que pedirle a un historiador que nos ilustre, necesitaremos contratar o convencer a un neurobiologo, a un infonomista, a un nanopsicologo, etc etc que nos libren sus secretos y miradas.
Porque el futuro es basicamente combinatorio. Lego no es una marca, es un paradigma y así como los 92 elementos conforman bloques constitutivos de la materia, lo mismo pasara con nociones (memes) básicos.
Como bien nos enseñó Paul Romer la maximización del crecimiento económico de las naciones es el resultado de la gestión de la tensión entre tres «instituciones»: la familia, el mercado, y la ciencia. Instituciones en el sentido de formas concretas de relación de los individuos entre sí y con el entorno.
La institución de la familia inventó la idea de lealtad, de compartición de riesgos, así un cierto tipo de control jerárquico. El mercado aportó la idea de derechos de propiedad, y de actividad descentralizada. Y la ciencia ha aportado la idea de transparencia informacional, según la cual los investigadores no se «apropian» de su producción intelectual, sino que la comparten con el mundo, a través del sistema por el que recibe el crédito quien antes publica (la ciencia es, fundamentalmente, un sistema de reconocimiento de prestigios).
El futuro como tensión en la gestión interinstitucional
Pues bien, el futuro pasa por gestionar inteligentemente la tensión entre el mercado y la ciencia. Entre la propiedad de los bienes y la transparencia de la ciencia. El mercado, con sus eficiencias en cuanto a la gestión de bienes escasos, debe indicar qué investigación se precisa. La ciencia debe intentar responder a estas preguntas, generando conocimiento, uno básico que pasa a formar parte del bien común, y otro aplicado que permite desarrollar nuevos productos.
Para Romer, el éxito en el futuro consiste en saber crear el mix adecuado de un sistema de ciencia (público) con la eficiencia del mercado (privado). Y en el fondo, lo fundamental en esta agenda es poner la educación, en todos los niveles, al nivel más alto.
¿Y a que viene todo lo anterior donde se juntan las ideas señeras de Alfons Cornella, con lo mejor que cabe decir hoy de la sociedad de la información, y en donde la educación que es el gran bonete brilla por su ausencia. En que todavía los filósofos (aun los retirados) como es mi caso tenemos algo que decir sobre todos estos temas. Claro devenidos ahora en nano, info o biofilosofos (Edgar Morin nos enseño mucho al respecto)
Porque en definitiva para poder avanzar tanto en la reconstrucción de la historia, como en brindarle densidad al presente y sobretodo poder imaginar futuros alternativos, lo que necesitamos es mas (no menos) filosofía y epistemologia, es decir conceptos generales en su doble dimensión de arquitectura (filosofía clásica a la Descartes o Kant) como de fluidez (en el sentido rizomatico de Deleuze y Guattari).
¿Como se adquiere la visión/pasión/práctica filosófica? Tradicionalmente se suponía que era leyendo a otros filósofos. Lo que es cierto y falso a la vez. Mas hiper o ultramodernamente podemos decir que se aprende a filosofar a golpe de conceptos. Usándolos. En algún sentido (vago) como proponía la filosofía analítica inglesa de mediados del siglo XX, pero en un sentido mucho mas praxeologico y metalinguistico que como ellos lo concebian.
Siendo wittgensteinianos de la segunda época
No se trata tan solo de moldear a las palabras o de ver en ellas la base de todos los pecados y de todos lo logros humanos, sino de atravesar sus raíces y situarlas en el locus de la practica social. Es decir de ser wittgenstenianos II.
De todos los filósofos existentes para mi quien mejor tañe la campana de la comprensión actual es el segundo Wittgenstein (es decir no ya quien suponia que el mundo era la totalidad de lo dado, sino quien insistio hasta el cansancio en que los limites de mi mundo son los limites de mi lenguaje). Por eso de tener que dar un curso de filosofía para científicos innovadores, pero sobretodo para emprendedores (algo que nadie me pidio, por lo que mejor que empoiece ofreciendolo), sin duda lo haría sobre la base de la lectura, el uso y la participación en las enseñanzas del genial Ludwig -muerto ya hace mas de medio siglo.
Por suerte en estos días hubo un simposio III Jornadas Wittgenstein: Reglas, juegos y silencio a pasitos nomas en el Centro Rojas en la calle Corrientes donde se jugarn con muchas de estas ideas. Entre ellos participó nuestro entrañable Marcelito Chiantore.
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