Raro y curioso lo que me paso con este libro La memoria de los días Mis amigos, los escritores de María Esther Vázquez. Nunca antes había leído nada suyo (y probablemente tampoco lo vuelva a hacer.
Pero ello no impidió que navegara un poco en sus otras obras, revisara varias entrevistas que le hicieron en la red. Después de todo la biógrafa argentina ganó del premio Comillas, que le otorgó en España el sello Tusquets por su libro Borges, Esplendor y derrota, y su nombre vuelve ahora a las librerías de América Latina con Victoria Ocampo. El mundo como destino, editado por Seix Barral. Ademas de sus 1500 notas escritas sólo en el diario La Nación
Y lo que encontré si bien no me conmovió, me mostró cierta orfebrería y una capacidad inusual de construir un mundo y de repetirlo incesantemente hasta poder olvidarse de cualquier otro -especialmente del real de casi todos nosotros. En ese sentido la tapa de La memoria de los días con esa foto de cuando la autora tendría 20 años rodeada de Borges, Victoria Ocampo, la hija de Bioy y el propio Bioy, todos muertos -contrapuesta a esa especie de Hannibal Lecter femenino de la retirada de tapa- producen tanto o mas efecto que el libro en si mismo.
Si su libro me atrapó -mientras duró- fue por el paneo biográfico que realiza. Porque conocer los entretelones, los detalles minuciosos de su vida junto a escritores famosos (para ella al menos o para una Argentina tejida alrededor del diario La Nación, el Jockey Club, la Mar del Plata de los años 50/60, y sobretodo una Argentina fundamentalmente antiperonista y preperonista) es todo un desafío y un ejercicio en tolerancia y aburrimiento.
Pero en esta obra es lo de menos. Porque lo que realmente importa (y supongo que en otro registro le debe haber pasado algo parecido a mi papá, aunque el murió a los 97 en el 2001 y por supuesto que para ese entonces casi todos sus amigos, menos uno 20 años menor, se habían muerto) es otra cosa. La desesperación con que esta mujer, que cree haber coprotagonizado en compañía de estos escritores lo mejor del siglo XX, los ve morirse uno a uno, los ve desaparecer atravesados por la locura, la disolución o el terror de la muerte en el camino hacia el mas alla.
Para ella la bisagra de la historia, el camino sin retorno parece haber sido (deleuzianamente como éste hacia con Guattari en Mille Plateaux señalando a un día concreto de la historia como el antes y después de todo) el 15 de diciembre del año 2000, cuando un auditorio heterogéneo se reunió en Posadas 1650 para descubrir una placa en memoria de sus más ilustres habitantes: Silvina Ocampo (1903-1993) y Adolfo Bioy Casares (1914-1999).
María Esther Vázquez recuerda que ésa fue la última vez que vio al matrimonio de Martín Noel y su mujer Ana María, quienes también vivían en el edificio. Ella murió poco después del descubrimiento de la placa y, terriblemente afligido, Martín se suicidó en febrero de 2001 arrojándose por la terraza de Posadas 1650.
Ese 15 de diciembre de 2000 parece erigirse como un muro de tristeza y derrota que parte en dos al libro. Antes –los días felices– y el ahora donde a la autora sólo le queda el consuelo y la misión –autoimpuesta– de evocar a los que se fueron.
Este no es un libro de critica seria o refinada. Al revés se trata de pinceladas untuosas y empalagosas. Parece que lo importante no es el rol estratégico de estos autores en la literatura sino el de la propia Vazquez funcionando como albacea, pero mas que literario, existencial. La muerte, el fin de una época, el pasado como un tiempo rotundamente ido y mejor le dan el brillo sepia, que a falta de una mirada crítica sobre los escritores, resalta como el mayor logro de La memoria de los días. En ese marco brillan y a veces sorprenden Borges, Bioy, Silvina Ocampo, Mallea, Manucho, Silvina Bullrich, Beatriz Guido, Girri, Murena, Sara Gallardo
No hay duda de que los capítulos finales donde se describe la relación y el fin de personajes como Manucho Mujica Lainez, Martha Lynch y Silvina Ocampo son realmente cinematográficos.
Para M.E. Vazquez escribir libros es una prolongación natural de la educación recibida, de la pertenencia a la esfera de la alta cultura, una actividad que lógicamente, en un mundo cada vez más mercantilizado y mediático, se va quedando en el olvido, encerrado en el pasado.
Este libro comparte como bien dice Enrique Vila-Matas en su reciente y maravillosa crónica Paris nunca se acaba cariño por la escritura, por la vida en su momento de apogeo, por la luminosidad, la ironía y el humor. Hay paginas sobre Borges maravillosas y lo mismo sobre el resto de los personajes.
Pero el libro tiene agujeros mas grandes que el Lago Titicaca. El mas fácil de decelar es la desconexion absurda y patética que la biógrafa hace entre literatura y política. Todos sus personajes parecen vivir buñuelescamente en otro mundo, en otra realidad, que el peronismo vino a la larga o a la corta a contaminar, ensuciar, trivializar y fundamentalmente a eliminar
Su tono es siempre light y cuidado. Evade nombres no queridos y confrontaciones, el conflicto esta tan ausente en sus descripciones como en el marco externo en el que todas sus figuras vivieron y murieron.
Es cierto que la mujer consiguió algo con esta obrita. Que me la tragara en pocas horas, algo que me resulta cada día menos probable, bulimico como estoy de la palabra escrita. Y sobretodo que me inquietara saber un poco mas acerca de su modo tan torpe y desviado de leer la realidad. Por eso no extraña saber que para ella uno vivía con un profundo disgusto, vivía no dándose cuenta de que Perón fue un signo de los tiempos. Si uno hubiera tenido una bola de cristal, para ver el futuro, hubiese visto que la decadencia del siglo XX empieza ahí, antes incluso, con Hitler, con Mussolini; al fin y al cabo Perón fue un fascista de fantochada. Ese es su gran aporte conceptual a este intringulis.
Mientras, descubrí que en la estancia Los Alamos, en San Rafael, Mendoza, hay un laberinto (solo se ve desde el aire) como homenaje a Borges
por que tanto veneno junto???
Sobre todo se escribe separdo, si no da calor, sobre todo en verano
Quien aparece en la tapa del libro no es Victoria sino Silvina Ocampo.
olle po que lo malo no encuentro nada de cristal decelar q es digan
Cambiaron la foto por este grabado de Adolfo Bioy Casasres.
Bioy Casares, quise decir.