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La banalidad del mal y el mal de la banalizacion

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Eichmann en Jerusalén

Cuando el servicio secreto israeli secuestro a Adolf Eichmann en mayo de 1960 de su domicilio en Florida, Provincia de Buenos Aires, a cuadras de la casa en donde viví en mi infancia y adolescencia, empezaron a tejerse varias pautas de las que conectan, que recien se desenredadarian a lo largo de décadas y que tienen un extremo final en una nota aparecida en El Pais del domingo 19 de diciembre del 2004 de la mano de Michael Massing titulada Juicio y error.


El disparador es como siempre otro nodo que hace reverberar a la red. En Bagdad el inminente juicio a Sadam Hussein puede terminar -si no se ajustan los tornillos- en algo peor que el caso Carrascosa, que todavia esta zafando del absurdo crimen de Maria Marta Garcia Belsunce, o el caso AMIA.

Pero no nos desviemos. El hilo conductor de estas relaciones inesperadas esta dada por una frase: La banalidad del mal que se atribuye, esta vez correctamente, a una de las unica filosofas mujeres del siglo XX, Hannah Arendt, personaje valioso y contradictorio si los hay, como si ambos adjetivos no pudieran sino combinarse inextricablemente.

En realidad ese es el subtítulo de su obra Eichmann en Jerusalén que en las ultimas décadas ha generado una serie de oscuros y lamentables descendientes, mostrando de este modo, si no la irreversible expansión, al menos la impresionante continuidad o carácter de época de la capacidad genocida humana, latente desde siempre, pero potenciada (como temía Bateson) por la tecnología del bien matar, y curiosamente justificada cada vez por diversos fundamentalismos como un deber ineludible de algún bando en contra de otro (hasta llegar al bushismo).

El estado de excepción se convirtio en cotidiano

Si no queremos caer en la estéril tentación del comentario filosófico conviene hacer aquí algunas disgresiones. Si Arendt siempre esta vigente es porque el siglo XX/XXI ha finalmente cumplido con su hegeliano destino, a saber convertir al estado de excepción en la excepción del Estado (como bien dice Giorgio Agemben en una de sus ultimas traducciones).

El holocausto y la locura asesina no son excepciones fácilmente aislables en grupos minúsculos inhumanos, sino una condición misma de la civilización, que perdida su capacidad sublimatoria digitalmente invierte con un click a Rousseau y se convierte en Hobbes.

Seguramente siempre hubo homicidios santificados por el perfume de la guerra, y absurdos y carnicerías sin fin, como las primeras guerras mundiales lo mostraron. Pero la repetición monocorde de la higiene racial en Auschwitz primero, seguida después en las guerras de liberación africana, en Vietnam (¿que les parece 50.000 muertos del lado norteamericano y 3 millones del vietnamita), en Bosnia, en Ruanda, en el desierto Iraquí (50 muertos del lado norteamericano y 100.000 del de los soldados de Sadam) para terminar en Ruanda y ahora en Faluya, para no hablar de Chechenia, así lo confirma una y otra vez

Efectivamente el mal se ha banalizado. Pero la prensa, la exégesis y el facilismo epistemologico le han dado una nueva vuelta de tuerca a la revelación (bastante extraña, restrictiva, distorsionada, como autocontenido de la propia Arendt -pero por buenas razones como ya veremos) y la prensa cambio las tabas de lugar, y esta dando lugar a un no menos desastroso mal de la banalización, convirtiendo en dato lo que en Arendt era artefacto. Dando por sentada la capacidad carnicera humana cuando en la filosofa húngara predominaba la sorpresa, la excepcionalidad, la consternación y en definitiva el rechazo.

El holocausto se convierte en hecho filosófico (mas alla de las crónicas, las autobiografías, las denuncias, y la inexplicabilidad) cuando en 1963, Hannah Arendt publica en la revista The New Yorker una serie de artículos sobre el proceso del Estado de Israel contra Adolf Eichmann, un funcionario del gobierno nazi y miembro de las SS que tuvo a su cargo la tarea de deportación masiva de los judíos europeos hacia el Este, donde fueron exterminados. Esta serie de artículos dieron origen al libro del que parten estas líneas, Eichmann en Jerusalén (Lumen, 1999).

Eichmann, un hombre sin atributos

Arendt no se detiene en la descripción de escenas escalofriantes. La autora no busca impresionar; más bien, quiere dar a entender qué es lo que le pudo ocurrir a la mente del «hombre moderno» –Eichmann sería el arquetipo de esta modalidad de ser humano– para que, en un continente, sobre el papel tan civilizado como el europeo, ocurriera lo que aconteció.

Lo que siempre sobresale en el análisis de Arendt y que el propio Massing critica es la sospecha de que Eichmann era un hombre sin atributos. Es decir que cualquiera podría ser Eichmann. Lo que los críticos no le toleran ni a la misma Arendt es que creyera a pies juntillas lo que el torturador dijera en el juicio en el sentido de que en ningún momento había sentido odio o desprecio hacia el pueblo judío; simplemente, «cumplía órdenes, no tenía otra posibilidad, cumplía con su deber».

Para Arendt era un «hombre normal» que, por una serie de circunstancias en las que su voluntad no tomó parte, se vio envuelto en la gran masacre. Fue fruto de la casualidad, no de la culpa. Si no hubiera estado allí, probablemente jamás habría matado y, en vez de haber organizado deportaciones en masa, habría cooperado en cualquier otro trabajo que no hubiera requerido un exceso de imaginación.

Jugando mucho con la definición del hombre como el sujeto de la libertad, para Arendt Eichmann fue un hombre que había renunciado a ser lo que era. De ahí el subtítulo de la obra, Un informe sobre la banalidad del mal. Es decir, ni siquiera el mal que causó era un mal que naciera de la libre acción de un hombre, sino que le vino dado desde un puesto anónimo en un sistema anónimo. Pero, evidentemente, nada le exculpa, pues como ser humano tuvo la posibilidad de haberse negado.

Preguntas kantianas

Arendt inicio la serie de reflexiones kantianas acerca de este hecho personificado en Eichman ¿cómo pudo ser posible que la raza humana llegara a esa situación?, ¿por qué nadie se enfrentó a ese proyecto?, ¿por qué se llegó tan lejos? Así, se puede señalar que el problema no es si Dios puede existir después de Auschwitz, sino si puede hacerlo el hombre. Si el hombre ha sido capaz de construir cámaras de gas, quizá sea señal de que, como hombre, su depravación ha tocado fondo, anulando toda esperanza de sacar algo positivo de la especie humana y de cada persona.

Volvamos para cerrar al principio. A la nota de Michael Massing titulada Juicio y error. Porque según Massing Eichmann no era nada de lo que Arendt describe. Así siguiendo a David Cesarini en su reciente Eichmann: His Life and Crimes, Arendt habria errado completamente al describir a Eichmann como un burócrata por cuanto habría sido un extraordinario planificador.

Lo que mas llama la atención en la obra de Cesarini es cuanto ataca a Arendt, sin embargo las tragedias sucesivas de Camboya, Bosnia y Ruanda muestran que su figura de la banalidad del mal transciende a los personajes (como Eichmann) y se acercan mucho mas a su descripcion, que a los vaivenes de Cesarini. Eso lo ha visto con creces Jean Hartzfeld, en Una temporada de machetes en donde describe al asesinato de los tutsis desde el punto de vista de los asesinos.

Increíblemente sus testimonios parecen calcados de los dichos y hechos de Eichmann por lo que la teoría de la banalidad del mal va mucho mas alla de la descripción factica de la personalidad de un torturador planificador ejemplar como fue Eichmann.

Publicado enAnti-Filosofia

10 comentarios

  1. juan juan

    No estoy de acuerdo con Arendt. Es normal que el reo pretenda justificarse ante el tribunal y declararse inocente. Eichmann es el prototipo de hombre que sirve para todo. Podía haer renunciado a su cargo. Es el prototipo de hombre que acata todas las órdenes, pero no todos los hombres son así.No tiene ninguna justificación y por eso ha pagado su crimen.

  2. florencia florencia

    me encanta porque el lugar donde se hicieron esos juicios, es el mismo donde los «sobrevivientes del holocausto» le hicieron a los Palestinos lo que el führer con ellos

  3. Carlos Vega Carlos Vega

    El comentario primario de Florencia, no merece siquiera consideración.
    Eichmann no fue raptado en Florida, sino en San Fernando. Al respecto existe mucha literatura.

  4. Jaime A. Felix Jaime A. Felix

    Juan dice que Eichmann ha pagado por su crimen ya que pudiendo hacer algo diferente no lo hizo. ¿Ha pagado por su crimen? ¿Qué quiere decir eso? Que ya no será él quien haga lo mismo sino otros, porque las condiciones para la banalidad del mal siguen vigentes. El castigo inútil solo alivia temporalmente el resentimiento pero no resuelve nada. Hannah Arendt trataba de buscar una solución más allá de las reacciones primitivas.

  5. Sabrina Sabrina

    Juan dijo: «Es el prototipo de hombre que acata todas las órdenes, pero no todos los hombres son así»
    Te recomiendo que leas sobre el experimento Milgram sobre Obediencia a la autoridad, hecho en función del caso Eichmann. Sus descubrimientos son asombrosos y muestran todo lo contrario a tu comentario.

  6. Hugo Gulias Hugo Gulias

    Viernes tres de la tarde y un minuto, el empleado del banco no deja pasar al señor a cobrar su cheque, consecuencia: no puede comprar el medicamento que alguien debía tomar durante el próximo fin de semana largo.
    Inspector de la municipalidad en un comercio de poca importancia pero que es sustento de dos o tres familias, clausura por una nimiedad al comercio, el daño es notable, pero el inspector como el bancario cumplen órdenes.
    Y así multiplicado por infinitas situaciones comunes, chiquitas, cotidianas, que todos conocemos, vivimos una pequeña aproximación a la banalidad del mal.
    No quiero imaginarme la banalidad del mal en el contexto del Holocausto o el Proceso del año 76.

  7. Mario Mario

    No estoy convencido sobre la banalidad del mal.Quien hace el mal cuando sabe que lo hace, es, (y de acuerdo a la intensidad del mismo) , un ser humano no un monstruo ,que esta de acuerdo con lo que hace, es responsable de lo que hace.Si el mal es tremendo , no me parece ni vulgar , ni trivial (de eso se trata la banalidad), es simplemente espantoso.Si pueden darse una variedad de causas que desemboquen en esas acciones.Hacer el mal nunca es banal, interpretando y asociando la banalidad a la que se refiere Arendt. Creo que hay que buscar dentro d ela persona respomsable y no suspender o limitar la explicacion a » hombre comun».

  8. Supongamos por un momento que los altos mandos estaban locos o eran una manga de perversos, sufrían algún tipo de patología límite. Bien, ¿y el resto de los miembros de los ejércitos nazis? La psicología no alcanza para explicar el fenómeno. ¿Dónde buscar, entonces? A priori decimos que el mal que tratamos de entender tiene un origen social, que el holocausto fue un hecho, ante todo, colectivo.
    ¿Significa esto que el mal (digamos, la voluntad de exterminio) se engendra inter-subjetivamente? ¿O que se engendra en la relación líder-masa? ¿O en la facilidad con que nos sometemos a un sistema ideológico prederterminado? ¿O en la fuerza conque nos arrastran los discursos nacionalistas (es decir en la necesidad de construcción de una identidad colectiva, y las dificultades que esto conlleva en este mundo de Estados-nación capitalistas)?
    Creo que la pregunta por el fascismo nació como una necesidad: la de explicarnos cómo y por qué se llegó al horror. Pero ese aliento regresivo de nuestra filosofía (que la sitúa en cara a cara con la crueldad total) no sirve de nada si no intentamos rastrear hoy, en los discursos políticos y las prácticas sociales, los elementos de ese horror: la voluntad de eliminación del otro-diverso, el control sobre la vida biológica de los ciudadanos, la alienación en formas de trabajo esclavas, el ideal de la pureza étnica o nacional, el trabajo aliado entre las potencias económicas y las potencias políticas (que implica que el mercado decide la suerte de sus consumidores mediante una estructura de poder que se viste de representativa de los valores éticos de una sociedad), las formas de reducción y aislamiento de flujos de pobreza y malestar para que las ciudades luzcan como palacios del triunfo del progreso, etc.
    La lucidez del comentario de Florencia, en ese sentido, es central: el conflicto Israel-Palestina es un bastión fundamental de la vida política moderna, donde se expone sin reservas la paradoja de nuestra civilización: las víctimas del Holocausto invierten el rol y aplican la misma crueldad que recibieron sobre el pueblo palestino, llevando la situación, una vez más, al límite de lo pensable: ¿qué solución le podemos encontrar a este conflicto? La voluntad sionista es tan irreversible como la voluntad nazi: sus presupuestos ideológicos de superioridad religiosa (en caso de los nazis, era una superioridad «racial») son similares.

  9. Daniela Daniela

    No acuerdo con Mario. Me remito a Sartre: «El hombre nace libre, responsable y sin excusas». Ello, no obstante, no invalida lo postulado por Arendt acerca de la banalidad del mal, ya que ciertamente «banalidad» no implica lo superfluo o trivial. Por el contrario: en esa banalidad radica lo monstruoso. Arendt nunca niega el genocidio, sino que implica la banalización de la humanidad toda, ya no sólo en el contexto del Holocausto judío, sino en cada una de las sociedades en las que la eliminación de la espontaneidad es una realidad, tal como Marcos y Florencia también exponen en sus comentarios. Y agrego: no sólo quienes son ejecutores participan de estos mecanismos, sino también quienes lo posibilitan -pienso en las dictaduras argentinas del ’55 y del ’76 y la pregunta vuelve y se instala: ¿qué hizo la sociedad, el pueblo argentino en aquellos contextos históricos para oponerse y sublevarse -no hablo de acciones fragmentadas y aisladas, sino en términos de colectividad-?

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