Era 1990 y aprovechando un largo veraneo de un mes en enero me dí el gusto de pasar año nuevo en Puerto Rico, viajar por toda la costa oeste hilvanando ese maravilloso corcoveo que es la ruta 101, mechada con la US 5 saltando de Tijuana a San Diego, de la Jolla a Long Beach, de Santa Monica a Santa Barbara, de Balboa Beach a Carmel, de Monterrey hasta finalmente llegar a San Francisco. Lugares idílicos si los hay.
En Berkeley me encontré con mi querido amigo Arturo Escobar y desde allí me dirigí a las oficinas de Manuel Castells,tratando de encontrar a este gran enciclopedista y connoisseur de los meandros de la sociedad de la información, cuando estos temas eran aun relativamente esotéricos.
No estaba en su oficina sino en Madrid y así me perdi de conocerlo pero segui su derrotero intelectual a través de sucesivas obras maestras hasta que finalmente hace un par de años salió a luz su monumental trilogía (mas de 1500 paginas) La era de la información. Economía, sociedad y cultura.
Sin embargo si queremos rendirle un obligado homenaje hoy en su sexagesimo tercer aniversario no es tanto en función de su producción intelectual -espectacular-, sino de un detalle, nada nimio, de su vida privada que salió a fines de la década pasada porque el mismo se encargó de difundirlo en una larguisima nota autobiográfica publicada en el diario El país.
Era el año 2000 y acababan de dar de alta a Manuel Castells quien tras casi 7 años de lucha venció -al menos por ahora- al cáncer al que el justamente considera la enfermedad de nuestro siglo. Y si nos lo contó en primera persona es porque quiso que compartierámos no solo su alegría, sino tambien la positividad de su lucha, y el hecho nada ordinario de que esos 7 años fueron sido, a su entender, los mas importantes de su vida.
Porque en su transcurso escribió el opus magnum que toda su vida añoro, tuvo nietos, se caso por amor, vio realizarse algunos sueños de sus seres mas queridos y asistio al alumbramiento de un nuevo mundo (junto a todos nosotros) con la Internet como su partera.
Si Castells se alegra y nos contagia con su serenidad y paz es porque el tumor de riñón que le diagnosticaron en el verano de 1993 fue una apuesta a todo o nada. Le sacaron uno, pero la tragedia no había hecho sino comenzar, porque en 1996 los médicos descubrieron una resurgencia en la misma zona y le hicieron un amasijo de órganos que le demostró a Castells cuan bien hecho esta el cuerpo humano y cuanta redundancia hay en las funciones de los distintos órganos.
A pesar de tamaño vaciamiento la vida cotidiana de Castells no se altero demasiado malamente, y cuando estuvo lo suficientemente fuerte y lúcido como para contarlo su mensaje nos llegó mas que nitido. El cáncer (como en otra dimensión el SIDA) no necesariamente es el fin de nuestra vida terrenal.
O sea tener un cáncer no es acelerar nuestro encuentro con nuestro ser para la muerte. Afortunadamente porque debido a la quimizicacion de nuestra a vida es de esperar que el cáncer se despliegue cual hongo y afecte cada vez a mas personas.
Como consecuencia de lo que comemos, bebemos y respiramos en USA la posibilidad para una adulto de contraer cáncer esta en el orden del 50% y para las mujeres la amenaza del cáncer de mama las afecta en un 33%.
O lo aceptamos o lo combatimos. Ello supone no fumar, beber moderadamente, comer frutas y verduras y sobretodo escaparle a los químicos. Ademas debemos hacer ejercicio y no comer grasas.
Los consejos de Castells son los de todo racionalista y en su caso le sirvieron. Creer en los médicos, aceptar sus equivocaciones, y sobretodo tomarse en serio la conexión que existe entre la química de las células y los estados emocionales hizo lo propio.
Aunque Castells no adjudica reduccionistamente su enfermerdad de cáncer a la grave crisis personal que lo aquejaba en su momento, al reves no tiene empacho en adjudicarle al cinturon de proteccion emocional que lo rodeo desde el descubrimiento de la enfermedad, como a uno de los factores determinantes en su salvación.
Desde la mujer rusa que no convivía en ese momento con el, que se instalo en USA a su lado, hasta su hija y sus amigos, y la propia Internet como difusora de los partes médicos y del estado de evolución de su salud.
Cuando salió de la primera operación en 1993 Castells, que estaba obsesionado con terminar su obra maestra, le pregunto sin eufemismos a su medico cual era el plazo máximo de vida al que podía aspirar.
Le dijeron 3 años lo que siendo un suspiro al mismo tiempo lo tranquilizo ya que supuso que bien empleado ese tiempo daria para mucho. Y cuando estaba acabando el libro y su tiempo de vida, le llego el segundo tumor, por lo que pidió a su organismo que le regalara 3 meses mas (lo mismo le paso a Foucault con el SIDA en 1984 cuando apenas logro ver en su cama de convaleciente los dos tomos adicionales finalmente publicados de la Historia de la Sexualidad).
Por suerte no solo tuvo esos tres meses de gracia sino años y mas años para difundir su obra y vivir con plenitud los tiempos que han pasado desde entonces. Paradojicamente (o no) al poco tiempo su mujer se enfermo gravemente, pero por suerte todo salió bien.
La moraleja de la autobiografía castelliana es mas que evidente. Si queremos de verdad la vida, si hay amor, familia, amigos y proyectos en uno mismo es posible luchar contra el enemigo que nos come desde adentro.
Quizas suene demasiado edulcorado y hasta romántico. Puede ser. pero Castells no pregona sino que salvo su propia vida y nos muestra con su ejemplo que hay gestas que merecen ser vividas. Que muchos otros perecieron en el intento. Seguro. Pero lo que importa hoy no es la inevitabilidad sino la posibilidad de torcer los determinismos. Me gusta.
nos estabn filmandoooo 😀