Como muchos otros, nosotros también estuvimos en la plaza de Mayo ese domingo aciago de 1987, cuando el Presidente Alfonsin nos bendijo con un desalmado «Felices Pascuas, La casa esta en orden» haciendo lo peor que un líder puede hacer: ocultar, tergiversar, engañar.
Según el doctor al desarmar simbólicamente a la multitud, lo que en realidad había hecho era evitar un baño de sangre al impedir -sanamente según el- que todos los que estábamos alla hubiésemos decidido marchar hacia Campo de Mayo, con las heridas aun frescas y con las mentes aun confusas.
La mayoría de los que estábamos allí, peronistas y radicales, apartidarios y agnósticos, creyentes o esperanzados sentimos en cambio que una oportunidad en la historia había sido escamoteada y que so pretexto de defender a una incipiente democracia lo que se estaba haciendo en realidad era socavarla y desmantelarla a golpes de oportunismo y de una búsqueda desesperada de fuga hacia adelante.
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