El imperio no se rinde
Alguien nos comento durante nuestro último viaje a USA que el imperio estaría al borde del abismo. Y quien nos lo dijo no era un economista de renombre, ni un estudioso acérrimo de las tendencias invisibles, sino mas bien una persona del común, que mudada no hace demasiado tiempo a USA, ha tenido que sortear los escollos cotidianos que impone un trasplante a una edad en donde uno preferiría no tener que lidiar con tantos obstáculos, y que por lo tanto tiene presente mas que nadie el detalle y la posibilidad de comparación. Según nuestra informante, uno de los mejores testimonios del tambaleante imperio seria el crecimiento imparable del trabajo en negro.
No hablamos ya de la contratación ilegal, que causo mas de un escandalo al haber salpicado con sus manchas hasta a la propia Casa Blanca en la era Clinton. Nos referimos a otra cosa mucho mas común entre nosotros, pero que antes era impensable en USA. Se trata de la microevasión de impuestos, de la facturación en negro, de las tretas que propietarios hacen para meter dentro de sus lujosas casas a inmigrantes mexicanos, y de las contratretas de los locatarios y administradores, que aunque rechazan la movida al mismo tiempo la convalidan, porque dado lo estricto del formalismo yanqui, a esta altura ya casi nadie esta en regla y no podrá estarlo jamas.
Vengo escuchando vaticinios acerca del fin del imperio desde mi primer viaje hace 30 años en 1975 y soy incapaz de decir cuando estuvieron mas lejos de ser realidad, si en ese entonces, si en los yuppisticos años 80, si en los alocados años 90 de la burbuja financiera e internetean,a o ahora que la Guerra de Iraq le esta costando cada vez mas cara a Bush, pero sobretodo debido a su inepcia rayana en el suicidio político cuando no hizo nada con los estados del Sur, mientras el huracan los devastaba, cuando lo que golpeo no fueron las armas de la mentira masiva sino una naturaleza desatada que se toma revancha de las desproteccion de la población, a partir de una política que es precisamente Robin Hood al revés.
Capitalismo de ficción
Sin embargo difícilmente quien visite estos días USA, justo a cuatro años del derrumbe de las torres, y sin negar los detalles mencionados, pueda sentir que USA esta al borde del colapso, salvo que lo leamos por el lado del capitalismo de ficción.
Habiendo pisado las calles de Nueva York innumerables veces, les puedo asegurar que hubo un tiempo que no fue tan hermoso donde pasear por Nueva York daba miedo en serio. El que tenían mis padres refugiados a principios de los años 70 en el Hotel Taft en Broadway y la cincuentay pico quienes religiosamente se encerraban después de las 8 de la noche y no salían, sino para hacer las excursiones diurnas.
El mío propio perdido alguna vez en el Bronx un diáfano domingo a la mañana, o el de mi primo Gigi fajado por una turba al haberse equivocado de estación por la misma zona, o lo que era viajar a una hora no muy tardía en la linea 1 rumbo a Flatbush Avenue, pero también llegar al final de Queens en la N o la R.
No nada de eso queda ahora, después de Koch y de Giuliani, después de Blumberg y de las torres que ya no son, no solo bajó enormemente sus índices de criminalidad, sino que es una ciudad mucho mas limpia y acogedora. Pasar casi todo el domingo en el Central Park daba un bucolismo y una sensación de irrealidad tan grande que era como si Disney se estuviese instalado como paraguas por todo USA. Ese es el capitalismo de ficción, tan bien ilustrado por Vicente Verdu en la obra homónima, que podemos percibir en muchos rincones de la ciudad pero también en otras partes de USA.
¿Que impresión sino provoca caminar por esos larguisimos sendero de la promenade en Brooklyn Heights a la vera de casas que cuestan la friolera de 10 millones de dólraes o mas, entre las que se cuenta la del escritor Norman Mailer, teniendo una vista de Manhattan que eternizo Woody Allen?
¿Y que decir si alguien se anima a cenar -como lo hizo nuestro amigo George un par de veces- en el River Café debajo del puente de Brooklyn mirando distendido -aunque no suene la música de Gershwin- al Pier 39 que ondea enfrente? ¿O si uno quiere zurcir las dos orillas tomándose el Water Taxi que en un santiamén cruza el East River y nos deja a pasos de ese increíble edificio en el que vivió Walt Whitman y donde nosotros reposamos nuestros huesos durante algunos días?
La disneylización de casi todo
No es algo propio de Manhattan se los podemos asegurar. Porque no hay nada mas diferente de la gran Manzana que Boston y sin embargo también allí todo esta disneylanizado. Desde el minijet Embraer brasileño que nos llevo y devolvió a NY con una puntualidad asombrosa, hasta una salida del aeropuerto en tiempo récord y un larguisimo viaje de 9 millas hasta Arlington que era como un paseo por la campiña.
En algunos coches ya hay GPS como en Europa, y en otras el teléfono celular permite que sea casi imposible perderse aunque estemos llegando a un suburbio al mejor estilo de Desperate Housewifes, aunque sea de clase media. Toda las rutinas allí y en los innumerables pueblos vecinos tienen el mismo regusto y el aura de la ficción
Se trate de llevar y de recoger a los chicos a la escuela, de ir a cenar a un bellisimo restaurante llamado Flora en el minúsculo centro de Arlington, o de viajar a los pueblitos vecinos. O de escaparse hasta Cambridge. Todo es impoluto, primoroso, impecable. La suciedad -esa obsesión que según Raffo es una marca de realidad- esta aquí totalmente obliterada. El comienzo impactante de la película Blue Velvet de David Lynch con Isabella Rossellini y Kyle MacLachlan (orden perfecto aparente y terror a un cm. de distancia) nos sigue donde quiera que pisemos USA. Digitalizandolo todo, lo que queda es muy parecido a esta pasteurización que vemos por doquier. Pero el lado horrible aunque amenaza aparecer siempore, no se ve.
Turismo de plástico zen
¿Y que decir si condimentamos nuestras mediocres observaciones con el componente turístico? Allí el capitalismo de ficción alcanza sus puntos mas sobresalientes. Si bien había estado en Boston y sus alrededores innumerables veces, y había recorrido el camino de Cape Cod desde mi santuario en New Bedford y Fairhaven donde pase el verano de 1981, nunca había estado ni en Rockport ni en Salem.
Se trata de dos pueblos/ciudades encantadoras a la vera del mar armadas precisamente para un turismo basicamente interno -aunque como siempre pululaban algunos argentinos alrededor-, con unos cuantos moteles sobre el agua que invitan a un esparcimiento y a un relax sin par.
Pero no todas fueran obviedades en nuestro viaje o especulaciones sin sentido acerca de la muerte y la transfiguración del imperio americano. También hubo una sorpresa insólita. Fue cuando llegamos al hotel Club Quarters en pleno corazón del distrito financiero y nos encontramos con una espartana recepción a manos de una sola persona. Solo que aquí no había ningún formulario que llenar, tan solo se trataba de poner la tarjeta de crédito en un check- in automático y el mismo se encargaba de darnos la llave sin la cual era imposible tomar al ascensor, salir del restaurante, etc.
La salida fue igualmente impersonal y automática, pusimos la tarjeta y la maquina -ayuda del taxista mediante- nos dio la factura/recibo sin que nadie cerca se dignara preguntarnos nada. El sistema también nos cobro un extra por late checkout y si no nos dio la sopita en la boca falto poco.
Se trata es claro de hoteles de bajo costo y relativamente altas prestaciones. Como que había wi-fi gratuito a discresión y unas computadoras en una linda sala al lado de la recepción. Pero claro en una zona donde hoteles buenos valen entre U$S 300 y U$S 400, este que se destaco por sus módicos U$S 140 la noche mostró otra tendencia que no se si será la decadencia o la eficiencia, pero algo esta pasando allí.
Nuestras lecturas esta vez fueron menos productivas aunque finalmente terminamos comprando 10 libros y de entre los que dejamos en el tintero el mas llamativo fue Spychips : How Major Corporations and Government Plan to Track Your Every Move with RFID de Katherine Albrecht & Liz McIntyre que le pondrá la piel de gallina a mas de uno.
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