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La sabia dosis de filosocinemania que conviene disfrutar.

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El pensamiento pático

El tema lo empezamos a abordar como se debía gracias a las sabias enseñanzas de Julio Cabrera (en las editoriales del Interlink Headline News nº 1831 y sucesivas «Pensadores páticos vs pensadores apáticos. Cuando el cine viene a salvar a la filosofia») a quien todavía nos debemos el placer del conocimiento personal. Claro quien nos había entrenado en estos menesteres previamente fue Gilles Deleuze, a quien también le debemos una revisita como se debe, vinculada especialmente a sus dos obras bautismales sobre esta relaciòn cual fueron Cine 1 La imagen movimiento (1981); Cine 2: la imagen-tiempo (1985). Pero Julio nos brindó no solo la teoría sino sobretodo los ejemplos, no sólo el marco conceptual sino cierta andadura y minucia en la vinculación de cine y filosofía que rara vez encontramos antes o después.

Sin embargo muchas veces la falta de antecedentes y consecuentes no se debe tanto a su inexistencia como a nuestro desconocimiento. Por eso nos alegro mucho durante nuestra breve estancia en París y en Madrid este año apropiarnos no solo de un par de números de revistas realmente exquisitos sobre el tema como fueron Cinephilosophie, Critique nº 692/3 Enero-Febrero 2005 compilada por Marc Cerisuelo y Elie During, Philosophie et cinema nº 94 de CinemAction editada por Jean Max Mejean sino mucho mas exquisitamente de la obra La filosofia va al cine. Una introducción a la filosofía de Christopher Falzon (Madrid, Anaya, 2005) que también exige mayor atención y discernimiento sumando a nuestra deuda de lecturas y de criterios de distinción otra mancha y ya van unas cuantas.


Cuando perdidos en otros arrabales del conocimiento y de las ganas de entender habíamos dejado macerar estas vinculaciones que cada vez nos atrapan mas entre cine y filosofía nos topamos en este viaje a México con un librito chiquito y nada ambicioso cual es Lo que Socrates diría a Woody Allen. Cine y filosofía (Premio Espasa de Ensayo 2003) de Juan Antonio Rivera.

Otra vez un cachetazo y una alegría. Jamas había oído hablar de este Juan Antonio, que a la sazón es catedrático de filosofía en Cerdanoyla, Barcelona. Licenciado en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, colaborador asiduo de la revista Claves de razón practica y que escribió hasta ahora un solo libro (amen de múltiples artículos en compilaciones y revistas) cual fue El gobierno de las fortunas (Critica, 2000).

A buen fin no hay mal principio

El titulo era auspicioso, la obrita venía en formato paperback fantástica para llevarla en el bolsillo en los interminables viajes en metro que hice en México, y no bien le hinque el diente no pare hasta leer las primeras 100 paginas dedicadas todas ellas a lo que Rivera llama primera bovina, es decir las cuestiones psicológicas.

Aquí en esta primera parte Rivera desmenuza cinco películas, de las cuales yo vi tres, y entremezcla en su extraña forma de contar, partes minúsculas de ellas, una combinación de referencias bibliográficas, consideraciones personales y juegos de la imaginación, que convierten a la obra en una especie de clase-idea escrita realmente sabrosa y refrescante.

La primera bobina trata tres temas filosóficos de primera importancia. Lo que no se puede conseguir a fuerza de voluntad, la fabricación de fobias y el desguace de la elección moral y el aburrimiento como fuente de la maldad.

Para tratar estos temas Rivera acude a las siguientes películas: El coleccionista, Hannah y sus hermanas y El Ciudadano Kane, para el primer tópico, la Naranja Mecánica para el segundo y la Calle Mayor para el tercero.

Insisto lo novedoso de Rivera no es el empalme de cine y filosofía -citamos mas arriba varios autores que lo precedieron en la tarea- sino la forma muy peculiar en que ilustra y comenta los dilemas en los que incurren personajes de las películas y su reverberación en materiales filosóficos -a veces clásicos, otras veces contemporáneos- que muestran dos cosas complementarias a la vez.

Aprendiendo filosofia en el cine, aprendiendo cine en la filosofia

Uno. Que viendo películas interesantes se puede aprender mucho de filosofía. Que leyendo buena filosofía se puede entender extraordinariamente mejor las buenas películas. O lo que es lo mismo, que la mejor manera de entender la filosofía es concretizándola en sus ejemplificaciones fílmicas, o al revés que es imposible sacarle el jugo a los tipos ideales que son los personajes cinematográficos si no se tienen a mano unos buenos manuales filosóficos que los descodifiquen.

Es difícil mostrar como lo hace Rivera porque su método es eminentemente literario, y está muy ligado al recorte que hace de las películas (es una exquisitez la forma como las puntúa, como reproduce sesgadamente los diálogos, como acentúa algún rasgo de un personaje, y sobretodo como recurre a unas exquisitas referencias bibliográficas para atornillar todo el andamiaje.

El libro comienza con un desusadamente largo resumen que gasta un capitulo entero acerca del intento de lograr el amor de Miranda Grey (Samantha Eggar) por parte de Freddie (Terence Stamp) en El Coleccionista.

A veces Rivera hace estas cosas (por ejemplo dedicarle otro larguisimo capitulo a resumir diálogos y pasajes claves de El ciudadano Kane). Pero al mismo tiempo enhebra esas transcripciones afortunadas con una discusión filosófica detallada, como la que hace en el capitulo siguiente al anterior al explicar porque fracaso Freddie en su intento de hacer que Miranda se enamorara de el, del mismo modo que es imposible concitar el sueño cuando uno es un insomne consumado, simplemente insistiendo en que lo mejor es no obsesionarse por dormir y que así el insomnio magicamente desaparecerá.

Bases elsterianas de lectura. La teoría práctica de los subproductos

La maestría de Rivera empieza a despuntar con sus referencia a John Elster en Uvas amargas Sobre la subversión de la realidad, (Barcelona, Peninsula, 1988). Tanto el fracaso de Freddie como el que veremos que le acontece a Woody Allen en Hannah y sus hermanas y a Charles Randolph Hearst en el Ciudadano Kane tienen una raiz comun, se trata de ejemplos extrordinariamente bien elegidos que muestran que hay muchos objetivos que no logramos alcanzar no obstante la intensidad con la que los deseemos, y a pesar del bravo ímpetu que pongamos en lograrlos.

Elster ha denominado subproductos a los estados de cosas que se comportan de esta forma desquiciadamente elusiva. Elster demuestra que cuando se dice que las mejores cosas de la vida son gratis, lo que se pasa por alto es que en rigor las mejores cosas de la vida son subproductos. Estos están ligados a nosotros en virtud de lo que somos, algo muy distinto de lo que podemos lograr por esfuerzo o afán.

Conocíamos esta debacle de las fuerza y las ganas como la paradoja pragmática de ser espontaneo, que tiene como una de sus variantes al «quiero que te enamores de mi (espontaneamente)«. Pero Elster va mucho mas alla mostrando no solo la inconsecuencia de la pretensión, sino como una lectura en clave filosófica de la misma de un plumazo desautoriza las infinitas literaturas de la autoayuda, que sobreviven a los plagios de Bucay.

Por cuanto estos generalmente ofrecen recetas de como conseguir estados de cosas (la felicidad, el aumento de la autoestima, la espontaneidad, caer simpático, enamorar a alguien, olvídarnos de un trance amargo en nuestras vidas) siendo que todos estos ejemplos lo son de metas que no son alcanzables mediante métodos racionales.

El mensaje que transmiten los subproductos es mas o menos el siguiente dedicate a perseguir otra cosa, y si todo va bien, los subproductos ta caeran del cielo de manera adventicia.

Combatiendo la leyenda intelectualista

La teoría de los subproductos pone en jaque (algo que para el psicoanálisis es pan comido) la soberbia racionalista de que podemos moldear el mundo externo e intern fijándonos las metas y poniendo a trabajar los métodos adecuados.

Obviamente que en muchos casos los planes y las metas funcionan, que los recursos adecuados logran objetivos conmensurables, y que la planificación (aun en estas épocas desquiciadas de omnipresencia de la indeterminación, el azar y el caos) aun siguen operando.

Pero lo que mantiene la leyenda intelectualista (que la reflexión de Rivera+Elster con la complementacion de estos ejemplos maravillosos tiende a socavar) es que siempre estamos haciendo esto, o que siempre deberíamos hacer esto. Es decir reflexionar sobre lo que hacemos, antes de hacerlo, siempre.

Si el planteo de Elster/Rivera me cae tan bien es porque hace décadas que desconfío de esa leyenda, y porque los materiales y esquemas a los que recurre Rivera para refrendar su critica son muy afines (sino los mismos) en los que muchos venimos abrevando desde hace tiempo para cuestionar esta leyenda (sin por ello endosar sus presupuetsos ideologicos, ver mas abajo).

Por eso Rivera recurre al conocidisimo ejemplo que da Gilbert Ryle en El concepto de lo mental acerca de la diferencia que hay entre el conocimiento teórico y el conocimiento práctico que hace naufragar muchas de las distinciones socráticas y con ello gran parte de la fantasía racionalista enquistada en el corazón de la filosofía desde Platon en adelante.

Saber algo no es saber hacer algo

Saber algo y saber hacer algo son dos cosas tan diferentes que el hecho de que no se confundan y que gran parte de la educación este interesada en fomentar lo primero, evaluando lo segundo, muestra en el marasmo epistemologico en el que estamos metidos (sea dicho de paso Nicholas Negroponte debería ser mucho mas respetado por tener bien presente este error pedagógico y querer subsanarlo ayudado por el constructivismo de Seymour Papert) que por su capacidad (o no) de fabricar pantallas y redes baratas).

Las destrezas lingüísticas son un excelente ejemplo de lo que el gran Edmund Burke denominaba ya en el siglo xviii sabiduría sin reflexión. Wittgenstein estaba en el mismo barco cuando sostenía que la mejor prueba de que se conoce el significado de una palabra (no es definirla como pide la leyenda intelectualista y la actvidad común de la clase) sino saber usarlas en las circunstancias adecuadas.

Rivera esta aquí poniendo el dedo en la llaga de gran parte de la critica a la filosofía vacía de la segunda mitad del siglo XX especialmente en el mundo anglosajon, pero sobretodo del pensamiento único y de cuanta fantochada anda dando vuelta por allí acerca de lo que es pensar y saber y de la reduccion de la accion a la meditacion.

Los conocimientos prácticos o habilidades se apoyan en mas conocimiento tácito de lo que suponemos y en menos conocimiento explícito de lo que imaginamos. Se apoyan no solo en modelos emulables, sin tambien en una historia de ejercitación previa.

Este conocimiento no esta verbalmente articulados y por ello las mentalidades racionalistas no lo reconocen como tal. Para ellos es solo conocimiento lo que esta metido entre las dos tapas de un libro (parece increíble cuanto esta leyenda esta destruyendo a la educación y a la capacidad de aprendizaje de los chicos en una era en donde el conocimiento tácito, mediado por el uso de computadoras esta generando inéditas capacidades de acción, no mediadas por una correspondiente teoría, menos mal).

Intelectualismo semántico, moral y político

Pero Rivera no es un pelmazo y no pretende sustituir la leyenda intelectualista por la leyenda antiintelectualista. Muchas veces es mas que conveniente meditar antes de actuar, pero ya lo dijimos, no siempre, saber cuando si y cuando no hay que hacerlo es el desafío mayor que debe intentar una teoría de la educación en tiempos de incertidumbre.

Obviamente ni Socrates ni Platon compartirían estos aseveraciones. No solo eso sino que en su caso es muy fácil pasar de un intelectualismo semántico a un intelectualismo moral. Justamente de esta combinación de perspectivas emerge la idea (bien cristiana por supuesto) de que para obrar bien hay que saber teóricamente en que consiste el bien.

Una vez que se conoce la idea de bien la voluntad no puede hacer sino seguirlo y en este caso es imposible imaginar que alguien puede deliberadamente hacer el mal. Toda esta mojigatería que ha llenado anaqueles de teoría ética pasa por alto un dato fundamental, a saber que el obrar bien es una habilidad practica que necesita para ser desarrollada de la imitación de modelos de conduct , mas que de la lectura de manuales de ética. Se trata de hacer no de decir.

Rivera va mas lejos aun y muestra la solidaridad que hay entre el intelectualismo lingüístico, el ético y el político revelando la poderosa asociación que se puede hacer entre el intelectualismo político y el autoritarismo y hasta el totalitarismo.

Pero como el suyo es un libro de cinefilosofia remata todas estas sabrosas consideraciones con una escena desopilante de Hannah y sus hermanas en donde Woody Allen se va de shopping religioso buscando creer en un sistema de ideas que le permita sobrellevar su inesperado descubrimiento de que es -como todos nosotros- un ser para la muerte y que la mejor forma de ahorrarnos las angustias que nos causa el reconocimiento de nuestra finitud es comprar por anticipado la idea de una vida eterna.

Después de haber fracasado frente a la oferta de un catolicismo remozado adaptado a sus intereses, también prueba con el Hare Krishna sin mayor éxito en este caso tampoco.

Aquí volvemos a la linea erudita del análisis de Rivera. Si el ejemplo de Woody en Hannah es mas que llamativo ellos se debe a que deja fantasticamente al descubierto el caso de una persona que se desvive por tener una creencia por el confort espiritual que este le propondría.

Nadie adquiere creencias así. No es el bienestar que podemos tener al profesar una determinada fe la que nos la vende y nosotros podemos comprarla entusiasmados y tranquilos. Las creencia se tienen por otros motivos , el efecto que puede ocasionar tenerlas es colateral.

Las creencias son subproductos como dijimos al principio, no las conseguimos por querer quererlas, no nos apropiamos de ellas por desearlas a pesar de que despleguemos para ello todas las ganas del mundo. Mientras quizás mas de un lector querrá saber porque el titulo de la obra, aunque el desarrollo ya empieza a desnudarlo.

¿Porque se tienen creencias?

Lo que Rivera si cuenta es lo que Woody Allen decía de Socrates, que su especialidad era cepillarse a jóvenes atenienses. La inversa nunca la sabremos. Lo que si sabemos es que pensar contra Socrates y Platon esta entre los desafíos mas terribles de la historia de la filosofía ((algo ante lo que fracaso Jacques Derrida por mas que se mato x ello). Lo que podemos ver aquí es que muchas buenas películas son antiplatonicas hasta la medula. Lo que no es un mal comienzo.

Si queremos refinar un poco la lectura encontraremos que Rivera hace una encarecida defensa de principios morales y utilitaristas claramente liberales. En efecto cita profusamente a Hayek, Berlin, Popper, Oakeshott, Mises, Rawls o Friedman, la mayoría de los cuales no son santos de nuestra devoción. Pero eso importa poco aquí.

Nada casualmente en nuestra propia lectura y recorte no le hemos prestado demasiada atención a esa filiación y si en cambio -como dijimos mas arriba a la presencia importante del filósofo noruego Elster y a la no menos interesante de Alberto Hirschman.

Rivera espera publicar una segunda parte del libro, exactamente con el mismo formato: filosofía transmitida a través de grandes obras del cine, sólo que ahora se ocupará de cuestiones políticas y metafísicos

Todos le estaremos agradecidos. Mientras aprovechemos esta oleada de Cinefilosofemas que se puede complementar con los tres excelentes volúmenes acerca de Pensar del Cine, dos compilados por Gerardo Yoel 1. Imagen, ética y filosofìa, 2.Cuerpos(s), temporalidad y nuevas tecnologias y 3. Imágenes y palabras. Escritos sobre cine y teatro (todos en la colecciòn Bordes de Manantial, 2004 y 2005), porque seguramente veremos y viviremos al/en el mundo mucho mejor.

Publicado enAnti-Filosofia

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