El refrán es mas que elocuente: «vivere non necesse, navigare necesse est». Contra tantos autombombistas de la palabra, parece que vivir viene primero y contar después. Probablemente vivamos para contar (aunque Gonzalo Frasca y muchos otros ludologos viene insistiendo desde hace mucho que también y sobretodo vivimos para jugar), ¿pero eso de contar para vivir no es después de todo una que manera muy rara de entender las cosas, aunque seguramente es la justificación bíblica que cualquier escritor de fuste dará de su accionar diario?
Aquí no hay tiempo de contar porque pasan miles de cosas por minuto. Leer los diarios es imposible, sumergirse en las bibliotecas (como esa hermosisima de Catalunya enfrente de la casa de Hugo o la impresionante de la Universidad Autónoma de Bellaterra que volví a pispear camino a sus aulas de postgrado en estos días), es una utopía, hojear hermosuras, muchas veces inalcanzables (especialmente por intransportables), en las librerías -como el impresionante El interior del cuerpo humano. Imágenes Fantásticas bajo la piel (Blume) es un deporte de reyes.