No hay que ser un investigador como Steven Weinberger (autor del extraordinario Everything is miscellaneous. The power of the new digital disorder) ni tomar a Staples como ejemplo de que la infoxicacion visual impide tener mas de 7200 ítems de oficina en un local para que el limite de nuestra tolerancia visual se vea fuertemente amenazado.
Tampoco hay que dedicarle demasiadas horas de sesudo análisis a The paradox of choice de Barry Schwartz quien demuestra con creces que la cantidad de ítems de un supermercado hace rato que superó nuestra voluntad de entendimiento, llevándonos a la paralización y a la indecisión al momento de hacer compras.
Digo que no hay que ser analistas profesional de la información, ni consumidor compulsivo, ni diseñador grafico aficionado, ni mucho menos reconocer que muchos productos hace rato que sustituyeron al packaging como motor de nuestras decisiones para, al mirar una vidriera de una librería, al reposar nuestros fatigados ojos sobre escaparates que en vez de tornillos venden cultura, cuando consultamos una revista atiborradas de comentarios literarios o simplemente visitando esas catedrales del saber que son las librerías Laia en el Carrer Pau Claris o La Central en el Carrer Elizabets, para darnos cuneta de que ya nada era como entonces