Ya no podemos oponer el mundo real al virtual como lo hacíamos antaño. Lo virtual es parte de nuestra vida real. Emociones y acciones reales afectan nuestro quehacer virtual. Pasamos tanto tiempo en uno como en otro y resulta cada vez más difícil separarlos.
No son mundos opuestos. Son capas más bien de una misma realidad -la nuestra- vivida en múltiples niveles tanto simultánea como alternativamente.
Es más, lo que realmente cuenta en nuestras vidas se hace online o pasa por momentos, datos, conexiones que se establecen electrónicamente. Lo determinante y lo estratégico se trasladan poco a poco a la capa virtual y conectada.
Y, sin embargo, sin embargo esas dos capas -que no mundos opuestos- que interactúan de manera cada vez más compleja operan según lógicas muy diferentes. No se desprende una de la otra. Ejemplo: mientras más gente usa la misma estación de ferrocarril, el mismo aeropuerto, la misma autopista, peor resulta el servicio. Mejora, no obstante, en el caso del correo electrónico, de los motores de búsqueda, de los sitios de intercambio de fotos o de subastas online: a medida que pasamos de miles de usuarios a millones, de decenas y ahora de centenas de millones, la calidad se optimiza.
Para complicar las cosas, futuro y presente nunca habían sido tan diferentes en su esencia y tan cercanos en el tiempo. A pesar de sus enormes diferencias, ya no es posible oponerlos como bien lo observó William Gibson cuando escribió: «El futuro ya está aquí aunque su distribución no sea pareja todavía.» Vivimos en varios tiempos a la vez sin saber bien a bien cómo pasar de uno a otro.
Vaya vida la que nos toca vivir de cara a dos encrucijadas a la vez.
Capas diferentes, pues, de una misma realidad que, por falta de comprensión, algunos quieren oponer como si existieran brechas entre ellas. No las hay. O no son como las suelen pintar.
No se ven de la misma manera según la generación en la cual uno se encuentra, estima Piscitelli. La óptica cambia si se nació antes del 1980 (¿del 1990?) o después, y su libro nos explica el por qué, además de los problemas que de ahí se desprenden. También nos propone soluciones para resolverlos.
Pues sí, hay diferencias entre jóvenes y viejos.
Lo nuevo es cuánto pesan hoy, cuándo, quienes más experiencia tienen, entienden menos el mundo en el cual estamos entrando, mientras que quienes han vivido menos sienten y hasta saben con mayor naturalidad de qué está hecho.
Sería tan lindo si los chicos, además de sentirse a sus anchas, tuvieran cultura. Sería tan fácil si la experiencia adquirida ayer por los grandes les pudiera servir hoy y mañana.
La tensión se muestra particularmente grave en el campo de la enseñanza donde los grandes tienen a su cargo preparar a los chicos para un mundo que no entienden. El mérito de Alejandro es tomar precisamente «lo que hace problema«, como dirían los franceses, como hilo conductor. El hilo, gracias al cual se nos prepara con gran eficacia, a chicos y grandes, para navegar mejor entre capas y tiempos.
Retomando categorías de la sociología tradicional, Piscitelli opone las sociedades en las cuales los jóvenes aprenden de los viejos a aquellas en las cuales ocurre al revés. Efecto de la comunicación horizontal facilitada por la internet (insisto en no poner mayúscula para designar algo tan común y de todos), nos encontramos entrando en una época en la cual intercambio y formación mutua son indispensables. No basta, sin embargo, con aceptar la evidencia, tenemos que inventar las modalidades, las herramientas y hasta la filosofía.
Un reto para todos. A los chicos les toca «pensar como grandes», entender lo que son las redes sociales y cómo funcionan, sus múltiples complejidades. También tienen que descubrir cómo se relaciona la capa física con la digital. Los grandes, por su parte, se ven obligados a descubrir las sutilezas de las narrativas transmedias, a multiplicar las preguntas, a suspender su creencia en los conceptos y conocimientos dentro de los que se formaron y que tanto les ha costado dominar. Tienen, sobre todo, que «enseñar lo viejo con ojos nuevos«, entender que el contenido que quieren transmitir cuenta menos hoy que la experiencia vivida que sólo se puede compartir.
Con referencias y ejemplos Piscitelli muestra el valor de los videojuegos («lo bueno de lo malo«). Invita a pensar «con» y no «sobre ellos”. Muestra cómo la trama de Los Sopranos y de 24 solicita de los jóvenes dimensiones cognitivas poco desarrolladas por sus predecesores. Desmonta la rivalidad entre narrativa e interactividad. Saluda debidamente a Henry Jenkins, autor del fundamental de Convergence Culture, pero me atrevería a afirmar que lo enriquece con una dimensión histórica que no aparece en el libro del americano y lo sitúa en una problemática de fondo.
Los maestros deben ser artistas de la comunicación, deben seducir, mediar, resolver conflictos pero también -provocación fértil del siempre sesentayochero Piscitelli- crearlos.»La educación debe convertirse en industria del deseo si quiere ser industria del conocimiento.»
«La disyunción es clara«, nos explica, «o los inmigrantes digitales aprenden a enseñar distinto, o los nativos digitales deberán retrotraer sus capacidades cognitivas e intelectuales a las que predominaban dos décadas o más atrás.»
Difícil. Pero no tenemos por qué desesperar. Me gusta la imagen escogida por Alejandro, según la cual para nosotros equivale a una segunda lengua aprendida algo tarde, mientras que para ellos es una lengua materna aprendida desde la cuna. Por lo menos hay esperanza de una lengua común. Es cuestión de aprender, de practicar.
La divisoria existe, pero más que temerla, Piscitelli se esmera en deconstruirla y hasta en rediseñarla.
De la enseãnza de los chicos por los grandes (¿y viceversa?) pasa al grave problema del analfabetismo digital en el cual ve, con toda razón, un «obstáculo para el desarrollo cultural y social de la humanidad».
Con maestros, con nuestros pares o solos, tenemos que formarnos todos, adquirir esta «literacía digital» (Alejandro prefiere «alfabetización») hecha a partir del uso de las herramientas propias, de prácticas y de culturas de la capa virtual y de su interacción con la física.
Es urgente por supuesto y de ella nos da los principales elementos convirtiendo el libro en su segunda mitad, en un manual indispensable para entender y para avanzar.
No hay puerta que deje sin abrir, tema sin profundizar. Ofrece explicaciones sólidas sobre redes sociales, complejidad, la capacidad de organizarse sin organización, amenazas contra la privacidad, la emergencia de propiedades nuevas. Es, además, un paseo reflexivo, documentado y provocador por algunos de los temas más relevantes de la web, de sus problemáticas más importantes. De manera nunca previsible plantea cuestiones no obvias. En vez de afirmar, como muchos, que la masividad mata la calidad, prefiere preguntar «¿qué tipo de calidad ha sido generada por el mercado?» Más que «sermonear con/a la crisis» propone «vivir del lado de la oportunidad.»
Piscitelli siempre sorprende y no hay mejor método pedagógico. Alimenta nuestra reflexión con su oficio de filósofo, su larga experiencia de pionero de las TIC y la incomparable experiencia adqurida al frente de Educ.ar. Hijo de Gilles Deleuze, Piscitelli reconoce en Henry Jenkins, Clay Shirky y Steven Johnson los maestros hoy más útiles.
Empecé hablando del hilo seguido por Alejandro para llevarnos de la mano en las intrincadas relaciones entre lo digital y lo físico, entre el futuro y el presente, el hilo de la formación, de la enseñanza, de la tensión entre nativos e inmigrantes. Pero a medida que avanza, suelta más hilos, abre más puertas, ofrece más caminos de reflexión que nos permiten adentrarnos en más mundos.
Todos tenemos algo que ganar en la lectura de «Nativos digitales». Los chicos podrán entender mejor la historia del futuro, y los grandes su presente.
Francis Pisani es coautor (con Domique Piotet) de La alquimia de las multitudes. Cómo la web está cambiando al mundo . Periodista de ley hace mas de 4 décadas que recorre el mundo para que oros lo entendamos mejor. Uno de sus lugares de encuentro es Transnets
Chapeau!
yo cuando vi WALL -E lloré
Maravilloso e inspirador prólogo.
la frase «quienes más experiencia tienen, entienden menos el mundo en el cual estamos entrando» implica quizás un cambio radical del concepto experiencia.
Esperamos ansiosos el libro
«Y, sin embargo, sin embargo esas dos capas -que no mundos opuestos- que interactúan de manera cada vez más compleja operan según lógicas muy diferentes. No se desprende una de la otra. »
Me parece una reflexión demasiado a la ligera, el ejemplo presentado es además simplista y burdo: Si una red social tiene exceso de usuarios su calidad no mejora. De la misma forma en que si un aeropuerto tiene pocos usuarios resultaría inservible. Ambos requieren de una masa crítica para una operación adecuada y sustentable. Ambos tienen una capacidad finita, y ambos tienen también una carga ideal de usuarios.
Si hubiere alguna diferencia, ya sea insignificante o fundamental, el autor -del prólogo en cuestión- no la expone: su reflexión se queda en la forma, sin llegar, siquiera, a vislumbrar el fondo.
no mames, man!!!! la foto del grifo con una gota de agua que cae me gustó mucho, entré a tu sitio por la reseña del libro sobre el afterpop, saludos
[…] en su weblog Huella digital, subió este video en alusión al prólogo que Francis Pisani hizo al libro que tannnnnnnnnntoo esperamos de Alejandro Piscitelli, […]
Que es el hilo de Alejandro?