Basta de leer
Hace años que vengo insistiendo en que no hay peor conferencista, orador o presentador que aquel que lee. Entre mis némesis tengo a algunos académicos que cometen la osadía, o tienen el tupé, de leer lo que ellos llaman cuartillas, durante un tiempo interminable que en algunos casos supera la hora.
Aunque cada vez es menos frecuente, o yo frecuento mucho menos los ámbitos o cenáculos en donde suceden tamaños atentados en contra de la comunicación cara a cara u ojo a ojo, cada tanto me ocurre.
Paso así cuando estuve con los psicoanalistas a mediados del año pasado, donde no había cañón y donde mi presentación improvisada se hizo usando un ppt solo para mis ojos (como le gustaba decir a James Bond en una de sus graciosas películas).
Ocurrió hace unos días en Cartagena, donde uno de los presentadores en la sesión inagural leyó 4 o 6 carillas, y desde el podio hacíamos lo imposible por adivinar si se trataba de la ultima página. Porque aunque ponía énfasis y su voz sonaba estentórea y cristalina, la verdad es que escuchar a alguien leer en público es un bajón, que no le recomiendo a nadie.