Cuando hace cuestión de un mes atrás Mariana Maggio me ofreció dar el seminario anual intensivo en la Maestría Educativa que lidera Edith Litwin me encontré con un dilema. No podía decirle que no a un pedido de mi querida amiga, siendo que Edith estaba involucrada, pero al mismo tiempo no me seducía para nada la idea de pasarme cinco tardes consecutivas durante interminables 25 horas (5 horas diarias) para impartir un seminario de Maestría en Tecnología Educativa.
No hay caso, cada vez que quiero despegarme de la pata P del profesorado (de las múltiples P en crisis), por un motivo u otro me vuelvo a enganchar con discusiones, problemáticas, teorías, fantasías y cuestiones relativas al mundo de la enseñanza y el aprendizaje.
En este caso el desafío fue bastante mayor, porque me apersoné en la ciudadela de aquellos que están a años luz de los Bárbaros. Durante esa interminable semana me instalé en el campamento de los letrados, de los taxonómicos, de los bibliófilos, de quienes creen que leer es uno de los dones mas preciados de la humanidad, que la transmisión organizada del saber, además de un desiderataum es un placer sin fin. Y que como bien dijo una asistente egresada de comunicación, para quienes es impensable, doloroso y absurdo suponer que Gutenberg fue apenas un paréntesis entre la oralidad primaria previa a 1450 y la secundaria que empieza a emerger en el 2010.