Los libros eruditos, una especie en riesgo de extinción
Hace unos días una coayudante de cátedra se irritaba con razón por el carísimo precio de los libros, que aun se siguen imprimiendo. O por el precio no menos exorbitante de las reediciones de clásicos, que aun circulan en un número que merece su publicación sobre papel. Para peor las editoriales se ven frente a la amenaza de la muerte de los lectores (compradores) y se equivocan de cabo a rabo pretendiendo cobrar cada vez mas por las ediciones digitales (cuando existen) para que éstas financien a las de papel.
El resultado está a la vista. 6 meses de experiencias de venta de revistas en iPad han terminado en un sonoro fracaso como nos explica Frédéric Filloux en iPad publishing: time to switch to v2.0, mientras que -a pesar de todo- los nuevos soportes están liquidando los hábitos y prácticas de lectura (periodísticas) de siempre como muestra Bradford en Why the iPad is Destroying the Future of Journalism
Como si esos datos no fueron de por si muy poco auspiciosos, tenemos que añadirle al panorama un elemento mucho mas procupante. La progresiva desaparición de los libros eruditos está llevando a una perdida de un tipo de investigación y análisis, de una sutileza y densidad a veces exageradas, pero no por ello menos valiosas cuando lo que se quiere analizar es precisamente estas mediamorfosis.
Descubriendo perlas atemporales en los anaqueles de las bibliotecas caseras
Lo digo con sumo conocimiento de causa, después de haberme pasado durante al menos dos décadas leyendo muchas horas por día (¿pardiés tenía tiempo para hacer otra cosa?). No es que extrañe ese nirvana (que de paso me volvió poco hábil para el mundo de la reproducción económica y el de la sabiduría emocional ¿me habré curado?), sino que heredé de esa época una compulsión por la compra de libros que me permitió armar una biblioteca colosal.
Justamente ahora que estoy dando las últimas pinceladas al libro El Paréntesis de Gutenberg, que cierra la trilogía sobre Tecnologías del Conocimiento publicada en el ùltimo bienio, me he encontrado con varias obras que pispée numerosas veces, y a las que ahora he decidido hincarle los dientes con mas ganas. ¿Cuál no fue mi sorpresa al adentrarme en Interfaces of the word. Studies in the evolution of consciousness and culture (1977) de Walter J. Ong al encontrar, aparte de subrayados en detalle de muchos capítulos (especialmente el 1 Transformations of the word and alienation, el 6 Typographic Rhapsody: Ravisious Textor, Zwinger, and Shakespeare, el 10 From Mimesis to Irony: Writing and Print as Integuments of Voice y el 11 Voice and the opening of closed systems) tesis fascinantes acerca de El paréntesis de Gutenberg, generadas hace ya casi medio siglo.
Seamos sinceros. No se trata tanto de una crítica de las consecuencias de la imprenta en cuanto a separar al texto y al lector de un mundo encantado y unificado (como bien dictaminó Morris Berman en The Reenchantment of the world (1981), generando el dualismo cartesiano que nadie jamás logro suturar. Sino mas bien de demostrar que esa separación y alienación no es propia de la Imprenta sino del alfabeto, lo que en realidad antes que cuestionar la tesis de El paréntesis de Gutenberg, termina confirmándola con una fuerza irrefrenable. Veamos algunos detalles.
El alfabeto como la gran divisoria que separa a la primera de la segunda oralidad
Lo interesante del planteo de Ong (solidario de los de Eric Havelock o del de Daniel Kunene hablando de la poesía heroica de los Basotho, y en consonancia con las posturas de Levi-Strauss acerca de la mentalidad totalizadora del mundo oral, es que anticipa la ruptura de lo impreso con el mundo de la vida hace 2.000 años por lo menos, y no ubica en los meros 500 que nosotros le adscribimos a la imprenta.
Porque para Ong la gran divisoria no pasa por la distancia que existe entre lo quirográfico (manual) y lo impreso o lo electrónico, sino justamente por el pasaje de lo oralidad a la escritura (que los otros medios no harían sino profundizar).
La oralidad primaria, es decir la oralidad de una cultura que no ha conocido la escritura es fundamentalmente integradora. En este tipo de culturas hay una identificación empática entre lo conocido y el que conoce. El objeto del conocimiento y el acto de conocer están íntimamente imbricados de un modo que el mundo letrado considera vago y demasiado intenso o participativo.
Ong no es ningún ingenuo. Es consciente de que la unidad inicial persona/mundo estaba destinada a derrumbarse porque los hombres estamos (heideggerianamente) programados para la alienación (lo que hace posible la caída pero al mismo tiempo el intento de redención). Aun así esa unidad original imaginaria duró milenios, y cumplió un rol estratégico en nuestra autoidentificación con la naturaleza y con una forma de ser unitaria (monista) que con excepciones (como fue el caso contracultural de Baruch de Spinoza), jamaás volvió a encanarnarse en colectivos o comunidades.
Fórmulas no son condena
En sus notables escritos Walter J. Ong dejó en claro que los epítetos, el ladrillo Lego de la poesía homérica (ejemplificado con exprsisones como Hijo de Peleo por Aquiles), no suponían ausencia absoluta de originalidad, porque podían ser recombinados con cierta libertad, pero claro en términos de los textos escritos aparecían con un grado de repetición y de constreñimiento insoportables.
Mas allá de las valoraciones acerca de la libertad de creación en una cultura oral, lo que no podemos ignorar es que el mundo oral jamás lograría llegar a los niveles de abstracción a los que nos tiene acostumbrados la escritura en particular en la saga platónica (tan bien examinada por Eric Havelock en Preface to Plato, o en su otra obra no menos llamativa The Muse Learns to Write: Reflections on Orality and Literacy from Antiquity to the Present).
Porque no podemos olvidarnos de que la oralidad está sumamente ligada a la experiencia vivida, y por lo tanto es agregativa o unitiva, a diferencia de las propiedades de la escritura, que son de carácter diarético, disyuntivo o analíticas. Sin olvidar el carácter evanescente de la palabra que se extingue en la propia ocurrencia de la emisión.
Los intereses quirograficos vs las lenguas maternas
La genialidad del secuestro de la palabra por parte de la escritura (ambivalencia civilizatoria, es decir una sforma de lograr nuevos objetivos cognitivos a la vez quee renuncia a los anteriores, a veces sin quererlo ni saberlo), fue haberla convertido en una inscripción sobre el papel, habitat a contranatura del sonido.
A partir de los intereses del conocimiento, asociados a la corporación de los escribas primeros y de la cultura de la imprenta después, casi no hay quien (salvo estos descajanegrizadores como Ong o Havelock), que no suponga que la palabra impresa es la palabra verdadera, y que la hablada es meramente circunstancial.
Hasta el segundo tercio del siglo XX los únicos diccionarios vernaculares se imprimían a sabiendas de que su salvaguarda estaría en manos de los escritores profesionales, y que mas allá de lo impreso solo reinaría el caos. Y sin embargo la fijación letrada es sumamente reciente (algunos suponen que los primeros escritos datan de 6.000 AC), mientras que lo natural sigue siendo la verbalización oral.
Por eso seguimos hablando de lenguas madres y la mayoría de las mismas jamás han sido llevadas a la escritura (de 12.000 que habría habido a lo largo de la historia de las cuales quedan 6.900 vivas, aunque muchas están en terapia intensiva -y de ellas 3.000 desaparecerán en los próximos 100 años-), no mas de 2000 pasaron por el cedazo de la inscripción caligráfica o impresa).
Pero nada casualmente los lenguajes que han tenido la voz cantante a lo largo de la historia han sido los lenguajes padre, que no han existido nunca como lenguas naturales. Se trata de lenguajes aprendidos por los hombre de manos de otros hombres. Se trata es claro de idiomas que también son hablados, pero su supervivencia y poder proviene de su dimensión escrita no de la oral.
El Latín ese gran imperialista cognitivo olvidado
El mas conocido de estos ejemplos es el latín culto tal como existió entre el año 550 DC y la actualidad. Todos los profesores y alumnos de latín fueron durante mas de 1.000 años hombres. Curiosamente (¿casualidad o causalidad?), a medida en que las mujeres empezaron a aprender latín este decayó .
Durante ese período milenario los hombres que no habían tenido nunca al latín como idioma materno escribieron cuanto se les ocurrió, desde debates y discusiones hasta manuales y encíclicas, desde la época de Casiodoro pasando por Erasmo hasta llegar a Milton.
No menos llamativamente desde el siglo VIII si bien el Latín era hablado y usado en innumerables ocasiones, lo era como segunda lengua y se lo aprendía por escrito. El latín se distanció así no tanto de la vida, ya que era el pan de cada día para abogados, médicos, educadores y curas. Pero si en cambio de la psicología, las emociones y los sentimientos de quienes lo hablaban. Para eso estaban los idiomas vernáculos en ascenso.
No es la primera vez en la historia de los idiomas que ocurre este distanciamiento a través de los usos. Ya había sucedido previamente con el sánscrito, el chino clásico, al árabe clásico y el hebreo rabínico. No es algo menor que todos estos idiomas estén desapareciendo o vuelven a ganar un lugar como lenguas madres dejando al descubierto un dato saliente (habría que ver cuanto las redes e Internet están colaborando en esa reingenieria): la era de los lenguas aprendidas fuera de las idiomas maternos y distanciados quirograficamente se esta terminando.
El caso el latín es particularmente importante, y la forma en como se ha licuado en los últimos siglos, pero particulatrmente a lo largo del XX, no es menos llamativa, y merece un análisis mas detallado de la sociología de la quirografia que haremos en el próximo post.
Fascinado por estos intríngulis, confundido acerca de si la expresión corta favorece o debilita el razonamiento como dice Clive Thompson en How Tweets and Texts Nurture In-Depth Analysis y convencidisimo de que una feliz combinación de soportes dinámicos y capacidad expresiva puede salvar a la lectura y llevarla a otras dimensiones -como sugiere Scott Berkun en Twitter vs. Deep reading?.
Vicisitudes del latín y propedéutica a la mente moderna
Hasta los años 1960 los candidatos a sacerdotes en la Compañía de Jesús estudiaban filosofía durante tres años y teología durante otros cuatro en estrictos y rigurosos volúmenes escritos en latín. Ya en los años 1980 ese panorama había desaparecido y los textos en teología sacramental solo se escribían en idiomas vernáculos. Y si bien el Latín había sido el idioma oficial de todas las Congregaciones Jesuíticas desde sus inicios, fue abandonado como tal en la 31ma de 1965/6. Tampoco es ya el lenguaje de enseñanza en la Universidad Gregoriana de Roma.
Mas allá de estas vicisitudes de los idiomas padres (lo mismo está ocurriendo con el árabe clásico y el hebreo rabínico y con el chino clásico, aunque aquí las cosas se complican por su sistema no alfabético de escritura), sería torpe sostener que la alienación que supone la escritura para las lenguas es perjudicial de por si.
Porque al revés. si bien podemos sostener que los lenguajes controlados de la escritura nos separan de la interioridad, de los sentimientos y de un contacto estrecho con la naturaleza, al mismo tiempo son los que han permitido la emergencia del mundo científico y tecnológico de la modernidad, a la vez que han inventado la conciencia propia de los humanos (humanistas) de estos últimos 5 siglos.
El distanciamiento científico/lingüístico
Hay una estrecha afinidad entre el distanciamiento que impone la ciencia para la creación de la objetividad, y el distanciamiento de la lengua materna impuesto por el Latín culto. Si bien se podía insultar en este lenguaje, el formato estaba altamente formalizado y distanciado de todo compromiso afectivo (nada de barbarismos, lunfardo complicidad irónica).
Gran parte de la ciencia moderna fue gestada de la mano de este Latín culto. La obra clave de Nicolás Copernico De revolutionibus orbium coelestium apareció en 1543 en Latín. 100 años mas tarde en la era de Shakespeare (que no casualmente inventó las emociones humanas… en inglés como bien nos lo recuerda Harold Bloom en Shakespeare. La Invención de la humano), era prácticamente imposible hablar de ciencia… en vernacular ya que no aún existían términos y definiciones en estas nuevas lenguas (justo al revés de lo que sucede hoy con la terminología latina aplicada a términos cotidianos como vemos en Veni, Vidi, Wiki: Latin Isn’t Dead On ‘Vicipaedia’).
Que las temporalidades de entonces eran muy distintas a las nuestras queda testimoniado por la publicación de Isaac Newton en 1687 de sus Philosophiae Naturalis Principia Mathematica. Ya en esa época los idiomas vernáculos se habian extendido agigantadamente, pero el público de ciencia no le otorgaba ninguna credibilidad a los escritos publicados en otra lengua que no fuera el latín.
El Latín como padre de la conciencia moderna
Una de las tesis menos conocidas pero tremendamente llamativas de Ong, es que el mundo intelectual moderno y su correspondiente conciencia no podrían haber aparecidoen ausencia del latin. Havelock lo había tenido clarísimo hablando de la solidaridad entre filosofía y escritura. Pero Ong insiste en que la necesidad de separación entre lo vivido y lo pensado, entre lo sentido y lo abstraído, en la era de la ciencia experimental, necesitaba de un aparato de abstracción aun mucho mas poderoso que el alfabeto griego per se. A saber de un lenguaje que no solo usara la escritura sino que fuera controlado por la escritura (algo que no ocurrió obviamente con un idioma vivo en la época de Platón).
Fue justamente la función de la imprenta atrapar a la palabra evanescente en el espacio neutral del papel, de un modo mucho mas radical a como había acontecido con al quirografia 2.000 años antes.
Obviamente que las humanidades estaban tan presentes en el Latín culto como la ciencia, pero lo que no cambió en un caso u otro fue el distanciamiento de este modo de hacer poesía de la mano del lemnguaje infancia del escritor. Imposible concebir el Journal to Stella de Jonathan Swift, o los monólogos del inconsciente en Finnegans Wake de James Joyce, o las áreas de la experiencia exploradas por las novelas de Virginia Wolff en Latín (es divertido y frustrante encontrarse con retrotraducciones de lo vernáculo a lo formalizado hoy).
Como quiera que sea, la alianza del Latín y la ciencia ya hace rato que se ha roto para siempre. Desde ya hace muchas décadas la voz cantante la llevan las lenguas madres, es decir el idioma en el que nacimos y aprendimos a hablar desde bebes.
Poseyendo megavocabularios de mas de un millón de palabras permite decir innumerables cantidad de cosas y agotar el espectro de todos los puntos de vista posibles de un modo inimaginable en el latín culto. O el revés ¿qué significa crecer en una población que solo tiene 5.000 habitantes y con un léxico hiperlimitado y acotado a modismos locales y a contextos mas que restrictivos? Siguiendo con nuestras disquisiciones ¿quienes están mas alienados nosotros o ellos?
Megavocabularios y expansión de la experiencia
Mas allá de quienes estén mas alienadas, si las miles de culturas que hablan con pocas palabras o las decenas o centenares que hablamos con millones de palabras (también en la distribución lingüística opera la ley de Pareto del 80/20), lo cierto es que estos megavocabularios no podrían sostenerse si no fuera por la escritura y por la imprenta. Se necesita de estos instrumentos para fijar sincrónicamente el sentido, y también para destilar diacrónicamente la deriva semántica. Lo propio de estas últimas décadas ha sido precisamente la entronización de los lenguajes maternos, entrelazados con los sentimientos y el desarrollo psicogenético, como vehículos de la ciencia y de la abstracción.
¿Estamos asistiendo a una reconciliación de lo interno con lo externo? ¿De lo abstracto con lo concreto? ¿O se trata tan solo de un atajo evolutivo que podría significar una perdida todavía mayor? ¿Estamos yendo en dirección de una segunda oralidad como imaginaba McLuhan hace medio silgo atrñas, y como creen los defensores de la tesis de El paréntesis de Gutenberg como Thomas Pettitt, o se trata tan solo de una engañifa? Difícil saberlo en este momento de transición.
En todo caso no se trata tanto de un regresión como de una progresión, porque las transformaciones de la palabra en curso responden muy íntima y fuertemente a transformaciones en las tecnologías del conocimiento. Y consecuentemente lo que vemos emerger son transformaciones en la conciencia que cambian lo que podemos pensar, lo que deseamos hacer, qué mantener del capital cultural y qué resignar, hacia dónde llevar nuestra potencia transformadora, y en qué medida mantenerla atenta y despierta en dirección de cambios sociales o políticos básicamente democratizantes.
Ampliaciones laterales y transversales de la conciencia
Interiormente la conciencia se amplía con el tiempo tanto ontogenética como filogenéticamente. Un adulto tiene un campo de reflexión sobre sus actos mucho mas amplio que un chico. Una civilización con cientos de años de desarrollo externaliza mas experiencia colectiva y la almacena y transforma en mas amplias direcciones, que una de corta vida y ligada a la subsistencia.
El pasaje del mito al logos demuestra grados mas amplios de conciencia al permitir que las personas empiecen a relacionarse con la realidad en forma fragmentada y no totalizadora pudiendo en parte controlarla. Pero esta evolución también queda testimoniada por la tecnologización cada día mas envolvente de la vida cotidiana. Casi todo lo que nos rodea no ha sido nacido sino que ha sido creado por tecnologías humanas cada vez mas sofisticadas, abstractas, formales, puras- como bien comenta Kevin Kelly.
No hay duda de que experimentamos (diseñamos) nuestro tiempo y espacio de una forma inconmensurable a como lo hacían nuestros ancestros 30 o 40.000 años atrás, como bien lo indagó Erich Neumann en The Origins and history of Consciousness (una versión jungiana de la fenomenología hegeliana). En el ámbito de nuestras preocupaciones esta evolución se traduce en el modo en como alteramos nuestro mundo noético, la forma como diseñamos, almacenamos, recuperamos y comunicamos el conocimiento de modos inéditos y a través de canales inesperados (¿qué mejor ejemplo que Facebook y Twitter inexistentes hace un lustro para ver las modificaciones en nuestra conciencia?).
Los medios son mucho mas un intermediario
Un error garrafal de la epistemología positivista es suponer que los medios, solo son intermediarios. Para Ong y para la escuela de Toronto los medios son diseñadores de experiencia, y por lo tanto están mucho mas dentro que fuera nuestro (aunque estas categorías cada vez son mas inútiles para pensar los fenómenos de sentido).
De lo que no cabe duda es de que la escritura y la imprenta -y ahora el mundo de las redes y el ciberespacio-, hacen posible nuevas formas de pensar, permiten formular preguntas inéditas y generan nuevos rumbos para alcanzar las respuestas.
Por eso gran parte de la discusión acerca de la perdida de atención, de la aparición de una conciencia distraída, y de imaginar que el abandono de la hegemonía sobre papel nos va a volver tontos o descerebrados, es de una supina ignorancia.
Invirtiendo la causalidad humanista tradicional, para nosotros mucho mas importante que ver como la mente se expande en sus instrumentos, es tratar de entender como los instrumentos reinventan a la mente, generando nuevos estados de comprensión y entendimiento.
Pero como bien decia Raffaele Simone en La Tercera Fase, las transiciones entre fases (de la oral a la escrita y a la electrónica) implican saber que estamos perdiendo. Si bien nos volvemos mas humanos al aumentar nuestro conocimiento, las transformaciones tecnológicas de la palabra también alienan al hombre del mundo de la palabra oral, es decir de si mismo.
Cortalarla con el alienacionismo
No es que la alienaciónen sí sea mala y la fusión buena. Para entender debemos distanciarnos, pero después de distanciarnos debemos religarnos. Casi nada de lo que es propiamente humano en 2010 puede prescindir de la escritura o de la imprenta y de las tecnologías en sentido mas amplio. Y sin embargo tampoco queremos quedar fijados al mundo desencantado propio del mecanicisismo newtoniano.
Hace medio siglo que estamos tratando de recuperar junto a la complejidad y el holismo algo del paraíso propio de la oralidad. Ahora sabemos que esa vuelta atrás es imposible. Por eso no podemos fugarnos hacia una oralidad secundaria prístina y liberadora.
Condenados a oscilar entre uno y otro extremo ¿necesitamos de la imprenta para ingresar a esa nueva oralidad, o deberemos rechazarla e imaginarnos un mundo postimprenta sin que ello signifique descartar la abstracción y los formalismos que supimos conseguir?, pero al mismo tiempo intentar trascenderla hacia formatos de unidad y de conciliación que ésta volvió insostenibles
Para un recorrido detallado y ampuloso sobre todas estas cuestiones conviene volver a revisar el exquisito volumen de Asa Briggs & Peter Burke De Gutenberg a Internet Una historia social de los medios de comunicación. Para una introducción a a la filosofía de la reconciliación entre naturaleza y tecnología es una buena guía la propuesta de Consiliencia o integración del conocimiento formulada por primera vez por William Whewell, en The Philosophy of the Inductive Sciences, 1840 y retomada recientemente por el gran entomologo Edward Osborne Wilson en Consilience: la unidad del conocimiento. Círculo de Lectores; Galaxia Gutenberg, 1999.
Festejando cada día el centenario del aniversario de Marshall McLuhan ahora seguiremos los caminos de la Galaxia Gutenberg y las observaciones de Briggs & Burke.
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