Estaba ya en la manga por subir al avión en Buenos Aires rumbo a Lima y Bogotá, cuando Heloísa Primavera mi querida amiga de casi medio siglo (es una figura retórica nos conocimos en 1977), me preguntó por whatsapp si no sentía una suerte de desarraigo light o una petite desesperanza. Ella que también vive a caballo de aviones, que pasa mas de la mitad del año en Suiza, que oscila permanentemente entre sus tres países de origen y residencia, sabe de qué estamos hablando.
Cuando perdemos contacto con el territorio, cuando no vamos a los mismos lugares que frecuentan todos nuestros conocidos y amigos, cuando no reconocemos las esquinas, ni encontramos estacionamiento que solíamos frecuentar, cuando no reconocemos calles ni avenidas, y todo nos parece nuevo y diferente, es porque algo se cortó. El cordón umbilical que nos unía con nuestra historia y nuestras tragedias o comedias ya no existe. Hemos devenido nómades. Ya somos parte de varias historias paralelas y no consecutivas, y nuestra cotidianeidad no es la del resto.
A medida que nos acercamos a los tres años de haber dejado Buenos Aires sin saber que sería por tanto tiempo, cuando cada día hacemos mas cosas por allá o por acá, se suman amigos, se abren puertas, se multiplican los encuentros y los viajes, la sensación de no ser de allí ni de acá aumenta y nos deja perplejos.