Los padres meméticos (¿y ninguna madre?)
¿Cuándo devenimos quienes somos? ¿A los 20, a los 30 años, en el recodo de cualquier cambio de década? ¿Quiénes, o qué nos hacen ser los que somos? ¿Nuestros amores, nuestras desavenencias, nuestros compinches, los de cabeza, de cuerpo, de voluntad o de pensamiento? ¿Porque se ha puesto de moda escribirle a nuestros yoes de otrora? ¿Y mucho menos comúnmente queremos comunicarnos con nuestros yoes del futuro?
Durante décadas creí que mi modo de hacer distinciones había quedado signado por 5 grandes maestros pensadores: Michel Foucault, Thomas S.Kuhn, Gregory Bateson, Fernando Flores y Francisco Varela, en riguroso orden de aparición.
Al primero lo conocí y traté personalmente durante casi un año en 1969 en Vincennes, cuando Paris era una fiesta para quienes teníamos entonces 20 años. Los otros me acompañaron como texto a principios y mediados de los años 70.
Varela entró como torbellino en nuestras vidas en su primera visita a Argentina, que co-organizamos con Victor Bronstein en 1982 -cuando conocimos a César Milstein y nos paseamos por la Multiversidad de Buenos Aires- y lo seguí de cerca y de lejos hasta su temprana muerte en el año 2001. A Flores lo leí inesperadamente en 1986 -Varela le había sugerido que me enviara su tesis de Master Management and the office of the future– y lo frecuenté poco después -e intermitentemente-, nos cruzamos mas antes que mas tarde.
Pero realmente ¿puedo/debo reducir mi caja de herramientas a lo que ví, sentí, pensé y alumbré juntos a estos titanes? Sería arrogante y reduccionista ignorar a otros maestros pensadores, pero sobretodo a una experiencia de vida que en estos días se ve golpeada diariamente por la resurrección memética de mis 6600 libros, que confinados en cajas durante 5 años están, volviendo a respirar.
Y de paso me ayudan a recordar cómo ese núcleo duro fue acompañado por un cinturón protector de memes e ideas que agregaron a decenas o centenares de personas, autores, experiencias, pero sobretodo viajes y mas aún frecuentación (cuando no diseño) de otras instituciones, además de los 5 majors.
Buen momento para remontar otros caminos de amistad y ajustar cuentas y cuentos con otros interlocutores, que no han merecido aún la estima y el detalle de gentilezas que siempre le profesamos a los 5 grandes del buen pensar. Esa lista seguramente incluye una decena o dos de forjadores de distinciones mayores. Y en un lugar destacado de olvidos (bevues como habría dicho Althusser frente a las vues) está Ivan Illich (1926-2002).
Empecemos a pagar esa deuda que no es tanto intelectual o cognitiva sino sobretodo existencial, antropológica y en su caso teológica (palabra que estaba demasiado devaluada en nuestro arsenal epistemológico, y que debe -como en el de todos- pasar por un service profundo). Porque lejos de la teología (cibernética) somos menos humanos.
La caja de herramientas illichiana
Como muchos otros autores que hemos acariciado a lo largo de tantas décadas de encuentros meméticos, Iván Illich formó parte de nuestra caja de herramientas durante no demasiado tiempo
No hubo una razón particular para arrumbarlo en el arcón de los olvidos, siendo que otros compañeros de ruta más recientes, sin saberlo ni quererlo probablemente, hayan sido meras notas a pie de página suyas, frente a sus potentes distinciones y a sus arriesgadas hipótesis de trabajo, germinadas básicamente a lo largo de los años 1960 y volcadas al texto mayoritariamente en los años1970. Con la excepción de “El género vernáculo” (1983) y «En el viñedo del texto, etología de la lectura: un comentario al “Didascalicon” de Hugo de San Víctor (1991)”
La riqueza de los temas que Iván Illich abordó es rapsódica. Dejando de lado el mundo de las escrituras ideográficas o silábicas, manteniéndose, por lo tanto, estrictamente en el interior de la galaxia del alfabeto -haciendo pendant con las ideas de W.J.Ong y Marshall McLuhan-, Illich constató que la relación entre lo dicho y lo escrito adquiere un rostro diferente en cada nueva época histórica.
Por ello para él la estructura de la página se había vuelto, en grado alarmante, la forma de sus pensamientos, proyectos y memorias. Su experiencia fue biblionómica; Illich se volvió -como todos nosotros- un bibliónomo.
Illich centró en el pasaje de la lectura en voz alta comunitaria a la lectura silenciosa individualizada -acaecida a mediados del siglo XII- como la gran bisagra en la historia cognitiva y emocional de la humanidad. Esta primera discriminación específicamente occidental se convertirá en el molde mental de lo que Illich llamará la tolerancia terapéutica: sólo te tolero en tu diferencia porque sé que me dejarás volverte semejante a mí.
Crítica radical de las profesiones
En los años setenta, Illich zahirió de muerte al dogma común a las ideologías contradictorias de entonces: ¿las profesiones —educador, ingeniero, médico— son intrínsecamente deseables, y las acciones profesionales lo mejor que hay? De oeste a este la respuesta de los cenáculos era un “¡Sí!” aparentemente irrefutable.
En 1970, 500 ricos ganaban tanto como el conjunto de la mitad de los pobres del mundo. Desde entonces, esa disparidad no hizo mas que crecer —en 2003, 350 ricos ganaban tanto como 65% de los más pobres de la población mundial—.
Hoy en 2019 26 personas tienen más riqueza que los 3.800 millones más pobres. Lo cierto es que desde principios de los años 70 lo que radicalmente cambió es que se volvió prácticamente imposible para los pobres vivir fuera de las redes del dinero (por eso la importancia de la economía solidaria por intentar crear monedas sociales).
Si la palabra “profesional” pretende recoger el sentido de lo “mejor”, el ejercicio de las profesiones es la expresión sociológica de la perversión de lo mejor en peor, otro de los grandes leit-motif de la cruzada de Illich -como bien señalaron Borremans & Robert.
De lo que hacen, a lo que dicen las herramientas
Los años de CIDOC (Centro Intercultural de Documentación)se consagraron principalmente a la investigación de lo que las herramientas industriales hacen. Una sociedad que limitara el poder de las herramientas debajo de los umbrales en que aquéllas empiezan inevitablemente a usurpar las facultades autónomas de la gente, debería llamarse convivencial. En dicha sociedad, la mayoría de las leyes serían proscriptivas más que prescriptivas. (para nuestro estupor recién en 2019 empezamos a balbucear este lenguaje refiriéndonos al capitalismo de plataformas).
Probablemente el inmerecido olvido de Illich, obedece justamente a su pertenencia a un arco idílico de acontecimientos y reflexiones, que tuvieron al Mayo de 1968 como su capitel, y que se fueron desflecando a medida que las potentes banderas de emancipación y liberación de los años 60 -que Illich tanto ayudó a dispersar, entre ellas la teología de la liberación-, se estrellaron contra la revolución de la derecha, que desde entonces no ha hecho sino diluir sus propuestas, convirtiéndolas en un mero rascado superficial que nada mella.
El control cada vez más férreo de las emociones (investigado en detalle por Eva Illouz), de las percepciones (analizado por Robert Lowe pero también por Lewis Mumford), la definición del cuerpo individualizado (desde Merleau-Ponty a Francis Baker), y sobre todo la imposibilidad de imaginar futuros muy distintos al de este presente que se vende ahora como el único posible (y deseable) (algo parcialmente cuestionado por BifoBerardi, Nick Srnicek, Slavoj Zizek, etc), arrasaron con la calidad instituyente de las visiones de Illich.
Cuando en los años 70 lo leímos por primera vez, nos sorprendieron sus fuertes endechas en contra de la medicina, la educación, el transporte y la energía, que combatía denodadamente acusándolos de perversiones de un ideal humanista convivencial, nacido del cuerpo a cuerpo, emergente de la mirada a mirada, que se habría ido perdiendo con el paso de los siglos, hasta ser finalmente sepultados por la emergencia de la fuerza irresistible del capitalismo moderno, aplanador, homogeneizaste -pero sobretodo trivializante y desencarnado.
Contraproductividad, iatrogenia, incapacitación y cachetazo narcisista.
Si bien nos quedaron grabadas a fuego sentencias suyas sintetizadas alrededor de la potente noción de contraproductividad, al mismo tiempo éramos conscientes de lo institucionalmente irrealizable de sus propuestas, y de la imposibilidad de revertir las fuerzas productivas del capitalismo desbocado, que alcanzarían techos inimaginados por el propio Illich, aun cuando éste murió a fines del año 2002, y muchas de esas tormentas desatadas se volverían irreversibles recién a partir del derrumbe de las torres gemelas.
La sociedad criticada se mantiene de pie gracias al debilitamiento de sus miembros y al cinismo de sus dirigentes, por esa la medicina enferma, la escuela embrutece, el transporte inmoviliza, no inesperadamente sino planificadamente.
Sus libros vinieron a sacudir la sumisión de cada uno al dogma de la escasez, fundamento de la economía moderna. Porque contrariamente a lo que hipotetizaba Illich, el cachetazo narcisista que el fundamentalismo islámico le propinó a Estados Unidos en su propio territorio, en vez de marcar un límite al productivismo, no hizo sino multiplicarlo exponencialmente, abrevando nuevamente en su matriz bélica y más allá del párate y la crisis del 2008 hoy vemos un panorama que no está ni un cm. más cercano al ideal illichiano -todo lo contrario.
Por eso lo que comprobamos es un despliegue salvaje del hiperconsumismo convertido hoy en el demiurgo del cambio climático, que amenaza la destrucción del planeta entero, sin que la mayoría de los zombies que lo pueblan (poblamos) se den siquiera por enterados de que el planeta tierra (Gaia) tiene fecha de extinción, y que ya no es la astronómica ligada a la extinción del sol dentro de miles de millones de años sino la humana como motirs de la sexta extinción.
Fue precisamente a través de la creación del CIF (y después CIDOC) como Illich realizó un fascinante trabajo de destitución cultural e institucional, cuestionando el rol de la iglesia vaticana en la formación de clérigos que sirvieran de fuerza espiritual para la Alianza para el Progreso, invento norteamericano de supuesta ayuda al desarrollo, que terminó siendo masivamente cuestionado.
Jugando a un complejo juego (que terminaría quemándolo), Illich boicoteó desde dentro la formación de voluntarios destinados a esos programas, al mismo tiempo que creó un sofisticado centro abocado a estimular a las bandas creativas a partir de una de las críticas mas acerbas jamás hechas contra el capitalismo, combinando visiones ecológicas, de economía sustentable, teológicas pero sobretodo antropológicas y políticas.
El último Illich
En sus dos últimas obras escritas entre los 80 y los 90 (El género vernáculo (1982), En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al Didascalicón de Hugo de San Víctor (1993)), el objeto de su atención no fue una institución dominante, sino el monopolio de ciertos instrumentos conceptuales sobre el pensamiento crítico. En primer lugar, el suyo propio: reconocía que debía revisar su propia caja de herramientas conceptuales y, más allá, la idea misma de que los conceptos son herramientas.
Según Illich, las herramientas, en las sociedades premodernas, estaban dotadas de género, es decir, pertenecían al dominio masculino o al femenino. Si en la época de Cuernavaca, Illich analizaba lo que hacían las herramientas, a partir de la aparición de El género vernáculo la cuestión de lo que dicen se volvió primordial. Por un malentendido histórico las feministas se lo quisieron comer crudo, pero Illich anidaba en otra longitud de onda.
Illich – a pesar del ridículo proceso inquisitorial que sufrió en 1968 y que no terminó en excomunión sino en una decisión personal de deconsagración- dédicó décadas de su vida a entender porque el capitalismo era la perversión del cristianismo, especialmente en lo que hace a su desencarnación y perdida de conexión del cuerpo con el espíritu (escuchamos aquí resonancias con el último Bateson de Espíritu y Naturaleza (1979) y de Una unidad sagrada: nuevos pasos hacia una ecología de la mente (Póstumo, 1988)).
Porque para Illich la traición a la Encarnación tomó dos formas observables: una lenta desencarnación histórica y, más recientemente, una seudoencarnación tecnógena de entidades intrínsecamente desprovistas de carne (algo confirmado con el advenimiento de la religión digital en las dos ultimas décadas).
Después de la experiencia controvertible del CIDOC, Illich pasó casi 20 años alternando enseñanzas entre la Universidad de Bremen, la Universidad Estatal de Pensilvania y reiterados regresos a México.
Los herederos
Su obra fue continuada y expandida por discípulos y colegas de monta como Bárbara Duden (en obras como The Woman Beneath the Skin. A Doctor’s Patients in Eighteenth-Century Germany (1991) y Disembodying Women. Perspectives on pregnancy and the unborn (1993), que se lanzó a hacer una historia del cuerpo y de su autopercepción.
En un dominio próximo, Iván Illich, Wolfgang Sachs y el propio Jean Robert, escribieron tres ensayos independientes que inician una historia del descubrimiento o, mejor, de la invención de una certeza moderna, el concepto de energía
En 1987, Ludolf Kuchenbuch, el medievalista editor y autor de una notable serie de cursos para estudiantes de la universidad por correspondencia de Hagen, publicó la primera versión —en alemán y dictada a la manera medieval— de lo que sería el libro En el viñedo del texto. A partir de esa fecha, Kuchenbuch no dejó de conversar con Illich sobre la historia de la emergencia del “texto” como “objeto” mentalmente desincrustado de la materialidad de la página.
También, alrededor de la mesa de Iván se formó el Pudel, extraño mote que designó a un grupo de investigadores sobre el sentido de la justa medida y del sentido común, formado por Silja Samereski, la historiadora de la genética, Matthias Rieger, el musicólogo, Samar Farage, la arabista, y Sajay Samuel, el analista de los cuerpos profesionales, y de su efecto destructor sobre la idea del equilibrio de los poderes que fundaba la difunta democracia norteamericana.
Estas exploraciones del sentido de la materia, de la autopercepción o “autocepción” del cuerpo y de las palabras para decirlo, no podían dejar de conducir a Illich a cruzar la pista de los fenomenologistas, en particular la de Gaston Bachelard.
En el curso de sus últimos años, en conversación con amigos, Illich enriqueció con un nuevo concepto la comprensión tanto de las relaciones entre los seres y las cosas semejantemente situadas aquí abajo como entre éstos y lo que sólo puede comprenderse por “analogía” con ellos. Llamó a ese concepto proporcionalidad.
En el año 2006 el FCE tradujo en dos tomos la mayoría de las obras de Illich, facilitando una tarea de exégesis y de recuperación conceptual y metodológica, potenciada por la existencia de estas bellas antologías,
Illich renace en cada relectura y su espíritu combativo y anticomplaciente resurge en un momento de confusión conceptual, de obsolescencia metodológica y de reduccionismo disciplinario, que impiden pensar el presente, diseñar el futuro, revalorizar el pasado y sobretdoo construir las nuevas herramientas institucionales a la altura de los múltiples desafíos que estamos viviendo, sin apoyarnos en él.
Referencias
Botta, Mayra «Las ideas de Iván Illich: Herramientas teóricas para analizar las relaciones en torno al saber y la configuración de los sistemas educativos en el siglo XXI». Tesis de doctorado en curso (2019)
Robert, Jean y Borremans, Valentina “Prefacio” a Iván Illich. Obras reunidas I.” México, FCE, 2006.
Cayley, David Ultimas Conversaciones con Ivan Illich. Un camino de amistad. El pez volador, 2019.
Iván Illich. “Obras reunidas I.” México, FCE, 2006.
Gracias Alejandro por poner a la luz un autor tan necesario, con tanta ingeniería de referencias que lo enriquecen aún más. Tiempos para indagar cada vez más, dudar cada vez más y comenzar de nuevo una y mil veces más. Y Francisco Varela! Qué maravilla esté también en esa red. Abrazo grande.