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De los siglos largos a los siglos curvos

Hace años (quizás décadas pero seguramente no muchos siglos) que nos preguntamos cosas aparentemente anodinas (¿no es ese el metier del philosophe?) como ¿cuándo empieza un siglo?; ¿existen siglos cortos y siglos largos?; ¿es posible encapsular en escalas decimales los parteaguas de la historia? ¿Hay (décadas) o siglos mas interesantes, relevantes, influyentes que otros? ¿Los fines de siglo son siempre apocalípticos?Estamos tan acostumbrados a la cronología o a la temporalidad lineal que nos cuesta imaginar narrativas de largo plazo que rompan con ella, le tuerzan el pescuezo, busquen otros andariveles. Nos maravilla el Philip Blom de los Años de Vertigo. Cultura y cambio en Occidente, 1900-1914. o La Fractura. Vida y cultura en Occidente 1918-1938., donde dedica una capitulo por año a esas décadas prodigiosas pero nos llama igual o mas la atención la propuesta Gilles Deleuze y Felix Guattari en Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia.

Mil Mesetas está dividido en varios capítulos que tratan de acontecimientos. En el título de cada capítulo hay una fecha, un año que indica un acontecimiento. Esa fecha es una simple marca que no obedece a ningún orden cronológico. Después de la célebre introducción que vagó como obra independiente bautizando la función de Rizoma, el resto de los capítulos salta alocadamente de 1914 con uno o mucho lobos, pasando por el 10.000 AC y la geología de la moral, o el 20 de noviembre de 1923 y los postulados de la lingüística. Pero también se aposenta en 1227, en el tratado de Nomadologia y la máquina de guerra, en el 7.000 AC y el aparato de captura y en 1440 con Lo liso y lo estriado.

Cada uno de estos capítulos es como un anillo quebrado y, por lo tanto, todos pueden penetrarse entre sí. Si bien cada capítulo, que es una meseta, tiene su clima propio, su propio timbre o color, cada uno comunica con otro. Por eso, podemos comenzar a leer este libro por cualquier capítulo. Se presenta un concepto, que hallamos en ciertos procesos históricos pero que podemos hallar también en otros tipos de procesos, bajo otras condiciones. De esta manera, no se reúne todo en un único concepto, sino que se busca conectar cada concepto con variables que determinan sus cambios y mutaciones.

Pasamos así de la literalidad a las intersecciones, de las divisiones meramente cronológicas a las estratégicas y contextuales, de las esencias a los acontecimientos. Pero ese salto no ocluye un problema central de cualquier datación. Eso que ocurrió ese día (no importa si no ocurrió en formas estrictamente calendarica) ¿marca un antes y un después? ¿divide a ha historia en dos?, ¿nos hizo mas o menos civilizados, inteligentes, éticos? ¿Hay años y acontecimientos que nos bautizan de una manera tan poderosa que somos otros después de ese acontecimiento (semejante a las compuertas evolutivas de John Platt que dividen a la prehistoria y a la cultura en un antes y un después?)

1922, el año de la revolución cultural

Hay quienes creen que es asi. Entre ellos Nick Rennison un escritor, editor especializado en era victoriana y la historia de la ficción criminal quien acaba de publicar 1922: Scenes from a Turbulent Year.

Rennison elabora un almanaque de hechos culturales curiosos y pone mucho énfasis en la publicación en simultáneo de varias obras literarias y filosóficas que formatearon el siglo made in 1922, del que (¿nada?) casualmente hoy se cumple un siglo. Es sintomático de esta periodización que haya sido el mismísimo Ludwig Wittgenstein quien ironizara acerca de a quién puede importarle el año en que se publicó una obra cumbre (como fue su propio Tractatus Logico-Philosophicus), que ¿casualmente? vio luz en forma ra

Un estallido literario de largo alcance

Firmados por James Joyce, T. S. Eliot, o Virginia Woolf, algunos de los libros que cambiaron el rumbo de la novela, la poesía y la filosofía modernas se publicaron hace exactamente un siglo

Listo para su publicación desde 1918, el Tractatus vería la luz en el otoño de 1921 como parte de la revista Anales de filosofía de la naturaleza. Llevaba el título en alemán y un prólogo del propio Russell en el que lo calificaba de “acontecimiento” que “ningún filósofo serio” podría “permitirse descuidar” desde entonces. Dos años antes a los 32 años Wittgenstein estaba convencido que su obra solucionaba definitivamente los problemas que la filosofía arrastraba desde hacía siglos.

Wittgenstein no dudó en tachar la edición gestionada por Bertrand Russell su mentor y amigo, de “pirata” y al editor de “archicharlatán”. No obstante, asumió la versión bilingüe publicada en Londres en 1922 y ya con el título en latín de ecos spinozianos propuesto por otro eminente colega: George E. Moore. Los avatares editoriales de la ópera prima de Wittgenstein demuestran el azar de los números redondos como decíamos mas arriba. Puede que en el futuro nadie se pregunte si se publicó en esta o aquella década del siglo XX, pero lo cierto es que su aparición en forma de libro convirtió 1922 en el annus mirabilis de la cultura occidental.

Ese año vieron también la luz sendas obras que revolucionaron la novela y la poesía: Ulises, de James Joyce, y La tierra baldía, de T. S. Eliot. ¿Qué tienen en común? Que todas cristalizan tras la Primera Guerra Mundial, nacen de crisis personales, expresan la desintegración del plácido “mundo de ayer” y escenifican que la guerra seguía, por otros medios, en un particular campo de batalla: el lenguaje. La demolición de los vínculos entre palabra y verdad tan bien registrada por Stefan Zweig muestra como
lo sucedido entre 1914 y 1918 había trasladado a toda la actividad intelectual la impotencia expresada una década antes por Hugo von Hofmannsthal en su famosa Carta de Lord Chandos: “Mi caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre ninguna cosa”.

Wittgenstein estaba tan seguro de la trascendencia de su obra como James Joyce de la suya. Es famosa la boutade del irlandés de que la había escrito para tener entretenidos a los especialistas durante 300 años. Para ello, tomó la más clásica de las historias clásicas —la Odisea— y la sometió a un ejercicio de sublimación, parodia, desmontaje y condensación. Los 10 años de vuelta a casa del héroe homérico vagando de isla en isla quedaron en Ulises reducidos a un solo día (el 16 de junio de 1904) y a una sola ciudad (Dublín

Por si quedaba alguna duda de que los tres protagonistas eran su particular versión de Telémaco, Ulises y Penélope, Joyce envió a dos amigos sendos esquemas con las equivalencias entre su obra y la de Homero: los títulos implícitos de los episodios, las horas en las que tienen lugar, las técnicas literarias empleadas en cada uno, así como su relación con partes del cuerpo humano, artes, ciencias y símbolos. Así, la isla de Calipso sería la casa de los Bloom; la isla de Circe, un burdel; el estrecho de Escila y Caribdis, la Biblioteca Nacional, o el país de los Cíclopes, una taberna.

Cuando Virginia Woolf publicó la clásica Noche y día (1919) después de buscar con la audaz Fin de viaje (1915) “un tumulto vital tan variado y desordenado como fuera posible” Woolf publicó El cuarto de Jacob en el icónico 1922 y ya no dejaría de enlazar cumbres de la literatura moderna como La señora Dalloway, Al faro, Orlando o Las olas hasta borrar los límites entre acción, lirismo y pensamiento sin pasar estrictamente por los géneros que los acogían tradicionalmente: la novela, la poesía y el ensayo. El mundo había saltado en pedazos y nadie podría cantar ya —ni ingenuamente ni con una sola voz— las bondades de su armonía. El primer sospechoso en toda novela de misterio empezaba a ser la lengua en la que estaba escrita.

Uno de los primeros y más célebres lectores de la novela, cuando aún era una obra en marcha, fue el poeta T. S. Eliot quien publico otro libro disruptivo en 1922: La tierra baldía. “Varios críticos”, dijo años después el propio Eliot, “me han hecho el honor de interpretar el poema en términos de crítica al mundo contemporáneo (…). Para mí supuso solo el alivio de una personal y totalmente insignificante queja contra la vida; no es más que un trozo de rítmico lamento”.

T. S. Eliot ganó el Premio Nobel de Literatura en 1948. Su fama e influencia como poeta, crítico y editor fue tal que llegó a pronunciar una conferencia en Minnesota ante 14.000 personas. Durante décadas la poesía occidental se escribió con él o contra él.

Muchas otras cosas ocurrieron en ese milagroso 1922, ¿no será hora de dejarlo en paz?

1922 no fue un año como cualquier otro. 1922 fue el año en que el mundo salió de la guerra y la pandemia para volverse reconociblemente moderno. Se descubrió la tumba de Tutankamón cuando la locura por los jeroglíficos egipcios alimentó directamente al art déco, el estilo visual que es sinónimo de los «locos años 20» hasta el día de hoy.

En 1922 se produjo el arresto de Mahatma Gandhi, la muerte de Marcel Proust, la elección de un nuevo Papa, el primer uso de insulina para tratar la diabetes, el estreno de Nosferatu, la primera gran película de vampiros y el breve encarcelamiento en Munich de un oscuro demagogo de derecha llamado Adolf Hitler.

Los imperios cayeron. El Imperio Otomano se derrumbó después de más de seis siglos. El Imperio Británico había alcanzado su mayor extensión pero su apogeo había terminado. Se declaró el Estado Libre de Irlanda y crecieron las demandas de independencia en la India. Surgieron nuevas naciones y nuevas políticas. Se creó oficialmente la Unión Soviética y la Italia de Mussolini se convirtió en el primer estado fascista (la marcha sobre Roma tuvo lugar en Octubre de ese año) .

En los Estados Unidos, la Prohibición estaba en su apogeo. La industria cinematográfica de Hollywood, aunque sacudida por una serie de escándalos, siguió creciendo. Un nuevo medio de comunicación, la radio, estaba haciendo sentir su presencia y, en Gran Bretaña, se fundó la BBC.

En la sociedad, ya cambiada por el trauma de la guerra y la pandemia, la moral del pasado parecía cada vez más anticuada; nuevas formas de comportarse estaban haciendo su aparición. Los locos años veinte habían comenzado a rugir y la era del jazz había llegado

Hoy 100 años mas tarde estamos saliendo de la pandemia, dos años atrás varios delirantes de distinta prosapia auguraron desde el fin del capitalismo hasta una súbita convergencia de las almas nobles dedicadas por fin a terminar con la miseria en el mundo y liberar las tendencias mas altruistas escondidas en la profundidad del homo economicus.

Ni una cosa ni la otra ocurrieron, aún. Las décadas mas fantásticas del siglo XX fueron la de 1920 (en lo cultural, político, artístico y bélico) y la de 1960 (en lo futurista, estudiantil, económico, ecno-científico y digital). La primer guerra mundial alumbró a Rusia, la segunda a China. Con la descomposición institucional de USA vemos cambiar los ejes del mundo de un biplolarismo a un multilateralismo. ¿Cuajarán estos nuevos cambios en tsunamis culturales como los de de 1920 o 1960? Tenemos indicios de que si, que hasta podrían poner en jaque a los mismos cimientos de las democracias occidentales).

Mientras este preve paneo por el conectoscopio de la mano de astutos comentaristas como Nick Rennison, que aprovechó las semillas de 1922 para ver como un siglo logra polinizar al que sigue, abren nuevos senderos de investigación y convocan a nuevos proyectos de diseño para las aguas turbulentas que de ahora en mas se volverán cada vez mas difíciles de navegar. Lindo desafío.

Referencias

Rodríguez Marcos, Javier 1922, el año de la revolución cultural

Rennison, Nick 1922: Scenes from a Turbulent Year. Oldcastle Books, 2021.

Temple, Emily A Century of Reading: The 10 Books That Defined the 1920s

 

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