Hace décadas que venimos fascinados con la comunicación zoosemiótica. Revisando los extensos anaqueles de papel que conforman nuestros itinerarios meméticos entre 1970 y 2010 (antes de que los ebooks empezaran a competirle al punto de contar ya con un 50% con títulos mucho mas recientes que los de la gigantesca biblioteca), encontramos decenas de volúmenes sintonizado en las preocupaciones que este cuatrimestre desflecaremos en Escenarios de Futuro en @udesa dedicado a las semiosis aumentadas.
Como me comentó hace mucho el perdido amigo Luis Alberto Quevedo dar una clase (programa, formación, diseño curricular) no es sino una pretexto para el aprendizaje pero tanto o igual del docente como de los alumnos. Y si bien la organización de los estudios universitarios por cátedra (son pocas las facultades de humanidades organizadas por departamentos y menos las materias ofertadas mediante el sistema de créditos) conspira en contra de esta expansión, apertura y diversificación de los programas universitarios, nuestra propia experiencia a lo largo de muchas décadas demuestra que no solo es posible, sino inexcusablemente indispensable este aggiornamiento conceptual permanente.
Nos faltan estudios longitudinales para ver cómo evolucionan los programas en relación a los temas de estudio, sobretodo cuando éstos (es del caso de comunicación, tecnología y sociedad, innovación, nuevas prácticas, evolución social y tecnológica) están en un estado de ebullición permanente -como por suerte fue nuestro caso.