Un estudiante de filosofía que asistía a un concierto en el corazón de Alemania en la primavera de 1797 apenas podía creer la que estaba viendo. Sentados en una fila estaban Johann Wolfgang von Goethe, el escritor más grande de la época; Johann Gottlieb Fichte, el filósofo del momento, cuyas conferencias llenas de gente atrajeron a estudiantes de toda Europa; Alexander von Humboldt, que acaba de emprender una carrera que transformaría nuestra comprensión del mundo natural; y August Wilhelm Schlegel, que luego se hizo un nombre como escritor, crítico y traductor. Parecía extraordinario ver a tantos hombres famosos alineados juntos.
1 Una nota muy personal
Andrea Wulf, la autora de esta maravillosa genealogía del yo en la era romántica nació en Nueva Delhi en 1972. A los 5 años se mudó a Alemania, y dos décadas mas tarde -a mediados de los años 90- se trasladó a Inglaterra donde estudió Historia del Diseño en el Royal College of Art y escribió mas de media docena de libros (varios dedicados a la jardinería y a la historia de la ciencia), en inglés.
Se volvió mundialmente famosa con la publicación en 2015 de La invención de la naturaleza: el nuevo mundo de Alexander von Humboldt, Knopf, 2015. (Aquí excelente reseña de Carlos Scolari De Humboldt a McLuhan, exploradores de ecosistemas).
Para Wulf, Humboldt fue el gran precursor de la ecología, entendida ya sea como visión científica integrada de la vida sobre el planeta, ya seq como programa de acción destinado a evitar los efectos negativos de la acción humana sobre la naturaleza. Precisamente investigando desde la pequeña ciudad alemana de Jena (110.000 habitantes), en sus paseos empezó a encontrarse con decenas de carteles conmemorando que en tal o cual edificio habían vivido -además de los hermanos Humboldt- filósofos, artistas, poetas. El resultado fue la publicación de este excepcional Magníficos rebeldes. Los primeros románticos y la invención del yo
Su libro comienza con un prólogo autobiográfico, que explica cómo, la hija impulsiva de padres progresistas, eligió dejar la escuela antes de tiempo en lugar de ir a la universidad, y se convirtió en madre soltera a una edad temprana, aprendiendo en el proceso a equilibrar la libertad. espíritu y responsabilidad. Esta introducción es apropiada, porque su experiencia refleja la de la mujer en el corazón de la historia, Caroline Böhmer-Schlegel-Schelling, el otro yo de la propia Andrea Wulf.
El libro consta de cuatro partes: 1 La Llegada; 2 Experimentos; 3 Conexiones; 4 Fragmentación. En este primer post nos concentraremos en las dos primeras y en uno próximo en la segunda parte
2 Del Círculo de Jena y de muchos otros Círculos más
Las potencias escriturales de Wulf son mayestáticos. No solo insufla una densidad personal, cotidiana, muchas veces hasta chismosa, a la génesis de obras y autores que cambiarían la historia intelectual de Occidente, sino que tiene una especial habilidad para tejer conexiones intrincadas; genealogías contradictorias, disciplinas emergentes.
Hace mucho que nos fascina la cruza de inteligencias, pero sobretodo su génesis, su inducción institucional, ¿cuál es el poder de atracción memética de ciertos lugares para que a partir de la combinación de algunas mentes creativas se genere progresivamente (y no por mucho tiempo ¿una década, dos o tres?) un momentum cultural que hace estallar las divisiones disciplinarias y que permite a las mentes y los colectivos entretejerse en combinaciones inesperadas y sumamente fecundas?
No hay muchos ejemplos de estos círculos creativos aunque por suerte conocemos varios que tuvieron esas características y que ayudan a entender por analogía al de Jena. Nos referimos no tanto al Círculo de Viena (formado en 1921 por el filósofo austríaco Moritz Schlick que buscaba la unificación del lenguaje de la ciencia y la abolición de la metafísica en el ámbito científico y del cual participaron luminarias como Herbert Feigl, Rudolf Carnap, Otto Neurath, Carl Gustav Hempel, o Alfred Ayer) cuanto a la Viena de Wittgenstein tan bien inventariada en las obras de Allan Janik & Stephen Toulmin y Carl Schorske por donde desfilan actores culturales de primer orden como Arthur Schnitzel y Hugo von Hofmannsthal; Otto Wagner y Camillo Sitte, Gustav Klimt, Oscar Kokoschka y Arnold Schoenberg.
Algo similar ocurrió con la Bauhaus que aunque centrada en la figura de Walter Gropius (como magistralmente documentó Fiona McCarthy (2019)), también rompió barreras disciplinarias y sentó las bases del pensamiento de diseño a un siglo de su desaparición, acompañado por los nombres inolvidables de Ludwig Mies van der Rohe, Wassily Kandinsky, Paul Klee, Johannes Itten, Láslo Moholy-Nagy, y Gunta Stölzl.
En la misma longitud de onda está el Media Lab del MIT (aquí tenemos las crónicas de Stewart Brand; (1988) Frank Moss y Joi Ito & Jeffrey Howe) pero también la Escuela de Frankfurt que aunque perdió su fuerza original después de la diáspora de sus integrantes, tiñó al siglo XX de lecturas antidisciplinarias cubriendo un amplio espectro que fue de las ideas mas abstractas hasta permear la vida cotidiana (como fue antológicamente recopilado por Martin Jay (1974).
Wulf ve mucho mas allá de las ideas y penetra en el alma no solo de los autores, sino de su estrecho círculo familiar, sus amistades y en un momento muy especial de relajamiento de las costumbres y de cambio de mentalidad, en las grandes cadenas de infidelidades, nuevos tipos de relaciones, la invención de pares creativos (como Schiller y Goethe; Auguste Schlegel y Caroline; Novalis & Fichte; Humboldt & Goethe) conformando un Circulo Creativo al que felizmente bautiza como el Circulo de Jena.
El libro de Andrea puede entrar perfectamente en esta tradición ecléctica, al trascender las biografías personales o colectivas reducidas a dimensiones sociológicas o psicológicas, brindando por el contrario -como la mayoría de las obras citadas anteriormente- una visión holística, evolutiva finalmente ecológica como exigía Gregory Bateson hace medio siglo atrás. La suya es una auténtica ecología de las ideas. Desbrocemos algunas de sus fascinantes entretejidos.
3 Receta para una evolución mental
Es un ensayo pero muchas veces parece una novela. Esta documentado con un detalle apabullante basado en la lectura de muchas fuentes primarias, pero sobre todo de miles de cartas que en un momento de expansión ilimitada de la correspondencia semejan a los e-mails de hoy pero con una vitalidad y precisión sorprendentes. Pero tamañas referencias no alteran la fluidez de la lectura ni la tersura de su prosa.
Convirtamos a una ciudad de apenas 800 casas y no mas de 5.000 habitantes (de los cuales 800 eran estudiantes) en el epicentro de una revolución mental regada por la convivencia simultánea o consecutiva entre 1794-1806 de dramatis personae como Caroline Böhmer-Schlegel-Schelling (1763-1809); Johann Gottlieb Fichte (1762-1814); Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832); Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831); Alexander von Humboldt (1769-1859); Friedrich von Hardenberg (Novalis) (1772-1801); Friedrich Schelling (1775-1854); Friedrich Schiller (1759-1805); August Wilhelm Schlegel (1767-1845) y obtendremos uno de esos círculos (como Bloomsbury o los trancendentalistas norteamericanos; como el de Viena o la Bauhaus, como la escuela de Frankfurt o el Media Lab del MIT) pero en una escala y con una descendencia intelectual nunca mas alcanzada.
Produzcamos una revolución de esas que solo ocurren cada 2 o 3 siglos y que terminan cortando la cabeza de un rey (la de Carlos I de Inglaterra en 1659, pero en este caso la de Luis XVI en 1793), y que después de un reino del terror se llevarían 15.000 guillotinadas en particular la de los mejores cerebros de esa generación y padres de la criatura.
Unamos lo que seria un país recién en 1871 gracias a la astucia incomparable de un político advenedizo como Bismarck, pero que apenas un siglo antes estaba esparcido en 39 estados y centenares de unidades políticas con leyes, órganos y costumbres tremendamente distintos a menos de un día de cabalgata.
Aprovechemos una universidad que databa de 1558 (cuando aun le faltaban dos siglos y medio a la aún no nata de Berlin para convertirse en la gran máquina de fabricar ideas y procesos de Alemania) gracias en parte a una batalla que no solo destruiría algunas manzanas, sino que vería regar la sangre de decenas de miles de soldados franceses y prusianos), mientras un soldado corso se convertía en emperador del mundo.
Fue en el corto período de 1794-1803 que Jena pasó de ser una pequeña ciudad universitaria y se convirtió en el corazón mismo de la filosofía moderna, “este encantador y loco rincón del mundo”, como lo describió Goethe.
Dramatis personae
En el núcleo del Círculo de Jena estaban los Schlegel, August Wilhelm y su esposa, Caroline, quienes trabajaron juntos en la traducción de las obras de Shakespeare al verso alemán; Friedrich, el hermano menor y más pendenciero de August Wilhelm, también escritor y crítico, que durante un tiempo estuvo enamorado de Caroline; el poeta Friedrich von Hardenberg («Novalis»), casi la personificación del Joven Werther de Goethe en su melodramática postura y adoración de una muchacha enfermiza y púber; y el joven y serio filósofo Friedrich Schelling, cuya naturphilosophie concebía el yo como uno con todo lo viviente, y que concebía el arte como la expresión de esta unión.
Este grupo se vio a sí mismo como más inteligente, más ingenioso y más poético que cualquier otro. A sus propios ojos eran “los elegidos”. Al igual que otros jóvenes de su generación en toda Europa, se inspiraron en la agitación de la Revolución Francesa, un desafío a la autoridad y las ideas establecidas en todas partes.
Goethe y Schiller fueron figuras paternas del grupo de escritores y pensadores más jóvenes que gravitaron hacia Jena. Las cartas de Schiller Sobre la educación estética del hombre se convertirían en un documento fundacional para esta nueva generación de pensadores, que se autodenominaban románticos.
Goethe fue un verdadero hombre del renacimiento, tan interesado en la ciencia como en la literatura. Para él, otro de los atractivos de Jena era la compañía del joven científico Alexander von Humboldt. Los dos formaron “nuestra pequeña academia”, realizando disecciones y experimentos juntos, incluidos experimentos eléctricos en animales: “galvanismo”.
Para los románticos, la electricidad parecía el combustible de la vida. No fue una coincidencia que el monstruo de Frankenstein cobrara vida gracias a una enorme carga eléctrica. La electricidad también proporcionó una metáfora fresca, casi irresistible. En su incesante y apasionado debate, el conjunto de Jena estaba “electrizado por nuestra fricción intelectual”; mientras que aparte, uno de ellos lamentó la ausencia de “la electricidad que siento con ellos”.
4 Los pares creativos
Andrea releva situaciones, encuentras testimonios, hurga en bohardillas y armarios, acude recurrentemente a las cartas y los comentarios de vecinos, parientes, amigos y amantes. Mucho de lo que cuenta es conocido pero está narrados con tanta gracia y con tan jugosa información que la lectura se vuelve vertiginosa. Además, están los incontables amoríos de los personajes: el aspecto sentimental hace de Magníficos rebeldes una especie de Las afinidades electivas. Y también está la celebración de la amistad juvenil: quizá lo más bello del libro sea la crónica de un verano de este Círculo en la bella Dresde (Capitulo 10 Sinfilosofia así se llama verdaderamente lo que nos conecta”.
Johann Wolfgang von Goethe
“Goethe era el Zeus de los círculos literarios alemanes“ (Wulf)
«Goethe es el mayor egoísta que he conocido nunca” (Christoph Martin Wieland)
“Nunca fumé tabaco, nunca jugué al ajedrez; en resumen, nunca hice nada que me hiciera perder el tiempo” (Goethe).
A mediados de la década de 1770, Goethe se dio a conocer con la publicación de su novela Las penas del joven Werther, la historia de un amante desesperado que termina suicidándose. El protagonista de aquella obra de Goethe es alguien irracional, sensible y libre: «Miré dentro de mí y me encontré con un mundo entero», afirmaba Werther en un pasaje de la novela. El libro captó a la perfección la corriente sentimental de la época y se convirtió en el faro de toda una generación.
La botánica era el tema favorito de Goethe, y el motivo de sus frecuentes viajes a Jena. Allí supervisaba la construcción de un nuevo jardín y de un instituto dedicado al estudio de las plantas.
En lugar de tener que cenar con su jefe el duque, Goethe comía con Schiller y sus otros amigos. En Jena se sentía ligero y tan vigorizado que pronto entró en una de las fases más productivas de su vida. Trabajó en obras de teatro, poesía y escritos científicos, además de retomar su novela inacabada Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, que había abandonado muchos años antes.
La novela describe el viaje de autodescubrimiento del protagonista epónimo, que escapa de su destino como hombre de negocios para perseguir su sueño de convertirse en actor. Fue la primera novela de formación, o Bildungsroman, que se publicó.
Friedrich Schiller
Schiller fue profundamente infeliz en aquella severa institución donde se castigaba incluso la lectura del Werther de Goethe. A finales de 1780, a la edad de veintiún años, abandonó la academia y comenzó a trabajar como médico en el regimiento del duque, una profesión que detestaba. Fue en este contexto, tan oprimente, donde Schiller empezó a escribir Los bandidos. El gran éxito de la obra propició que Schiller, de veintidós años, se hiciera famoso al instante”.
En 1789 aceptó un puesto mal pagado en la Universidad de Jena. 6 años mas tsarde en 1795 le dijo a Goethe que “quería crear una «sociedad literaria» y juntar a «las mentes más excelsas de la nación». Y fue aquí, en las páginas de la revista Horen, donde el Círculo de Jena se configuró, por primera vez, como un grupo propiamente dicho
Entre las contribuciones del propio Schiller a Horen se encuentra su obra Cartas sobre la educación estética del hombre, un extenso ensayo compuesto por veintisiete epístolas dirigidas a su aristocrático mecenas danés. A lo largo de más de cien páginas, Schiller sostenía que el arte era la herramienta para una revolución alternativa a la de Francia.
Las Cartas sobre la educación estética del hombre, de Schiller, se convirtieron en el acta fundacional de una nueva generación de pensadores y escritores, los conocidos como románticos, que colocarían la imaginación por encima de la razón, la ciencia y la filosofía. En opinión del joven filósofo Hegel, aquel libro de Schiller era simplemente «una obra maestra».
Goethe/Schiller
El 20 de julio de 1794 marcó el inicio de la amistad literaria más fructífera de la época. Goethe se describió a sí mismo como un realista convencido, alguien que adquiría sus conocimientos a través de la observación de la naturaleza. Schiller, en cambio, se definía como «idealista»; inspirado por su profunda inmersión en la filosofía de Kant, creía que nuestro conocimiento de la realidad lo aprehendíamos a través de las categorías de nuestra mente, tales como el tiempo, el espacio y la causalidad.
Goethe, por su parte, insistía en que su conclusión era fruto de observar las plantas, en que su enfoque era empírico y científico, mientras que Schiller afirmaba que la «idea» de hoja ya existía en la mente de Goethe, quien «saca demasiadas cosas del mundo de los sentidos», le había dicho Schiller a un amigo, «mientras que yo las saco del alma».
La casa de Schiller pronto se convirtió en el segundo hogar de Goethe y, aunque echaba de menos a Christiane y a su hijo August, se marchaba de Jena a regañadientes. Cuando los dos amigos no se veían, se escribían cartas que viajaban entre Jena y Weimar varias veces a la semana. Como el servicio postal era tan poco fiable, a menudo recurrían a una criada para entregarlas. En ellas criticaban y editaban mutuamente sus obras, y se enviaban sugerencias para mejorarlas y modificarlas, desde comentarios generales hasta consejos editoriales tan precisos como «yo añadiría otro verso después del verso catorce.
El punto de partida de Goethe era a menudo la observación o la experimentación y Schiller lo acercaba a las ideas filosóficas. Goethe, por su parte, refrenó la excesiva confianza que su amigo depositaba en la abstracción. «Tus minuciosas observaciones», reconoció este último, «nunca corren el riesgo de extraviarse».
Aquella manera de abordar la realidad arraigó en Schiller, mientras que la de él elevó a Goethe al ámbito del pensamiento idealista: Goethe, más sensual, arrastró a Schiller, más cerebral, al mundo físico, pero a cambio obtuvo una visión más profunda de los conceptos teóricos. Y así siguieron, Goethe animando a Schiller a escribir poesía y obras de teatro de nuevo, y Schiller atrayendo a Goethe al mundo de la filosofía. Estar con Goethe —decía Schiller— era un alimento para la mente y el corazón.
A finales de 1795, pocas semanas después de la muerte de su hijo, él y Schiller comenzaron a trabajar juntos en sus llamadas Xenias, breves composiciones satíricas en las que atacaban a sus críticos. Su humor y su acidez fueron la mejor de las distracciones posibles, y Goethe se volcó en el trabajo. En los meses siguientes, compusieron casi un millar de Xenias, mezclando y combinando sus versos y palabras de tal manera que no se sabía ya quién había escrito cada una. Y esta estrategia de autoría oculta les permitió afinar la puntería y golpear con más fuerza”.
5 August Schlegel/Carolina Böhmer-Schlegel-Schelling (o el otro yo de Andrea Wulf)
“Caroline era tan culta que un conocido llegó a calificarla de «dios de la inteligencia»»
En Jena reinaba el «esprit de Caroline». Por primera vez en mucho tiempo, se sentía satisfecha.
Criada a base de una dieta de literatura, filosofía y política en la casa paterna, en Gotinga, Caroline se sentía en su elemento entre conversaciones intelectuales.
Su mente era tan aguda que incluso Wilhelm von Humboldt, un erudito, un polímata que jamás se había sentido inseguro ante nadie desde el punto de vista intelectual, dijo más tarde que evitaría a toda costa enfrentarse en un «torneo de ingenio y agudeza» con ella. Segura de sí misma, sin la más mínima intención de disimular sus conocimientos, sabía cómo usar sus armas con una ligereza de bailarina, como si jugara, entre la erudición y el coqueteo.
Las que hizo con su segundo marido era la primera traducción en verso de las obras de Shakespeare al alemán. Se habían hecho versiones en prosa —terribles, a juicio de Schiller y Goethe—. Aunque las traducciones fueran fieles, el gran problema era que la fuerza dramática de Shakespeare desaparecía en la prosa. «El ritmo recurrente», afirmaba August Wilhelm Schlegel, «es el latido mismo de la vida».
Envió unas páginas de muestra a Schiller, contándole lo ardua que era la traducción. Schiller se quedó tan impresionado que incluyó inmediatamente las páginas enviadas por August Wilhelm en el siguiente número de Horen”. Quienes la escuchaban, en sus lecturas, alababan la melodía y el ritmo encantador de su dicción, su hermosa voz y su entonación impecable. Daba la impresión de que tenía poderes mágicos, como escribió más tarde uno de sus amigos en un poema:
[…] Oh, si deseas oír cómo tu propia canción
a las almas atrae hacia sí con poderes mágicos,
pídele a Caroline que la declame.”
August Wilhelm Schlegel al rescatar a Caroline en 1796 del ostracismo social, ganó una colaboradora decisiva. El acuerdo era conveniente para ambos. «Su fama literaria despegó ahí, en ese instante», señaló uno de los más antiguos amigos de Caroline. El 8 de julio de 1796, una semana después de la boda, el matrimonio Schlegel llegó a Jena, y el círculo que Goethe llamaba la «nueva generación» se cerró así casi por completo.
De todos los amigos que pronto estarían juntos en Jena, solo Caroline había vivido la Revolución en persona, pero todos ellos conocían bien el poder político de las palabras a través de la lectura de ensayos, tratados y periódicos. «Una orden, una palabra, movilizó a los ejércitos», escribiría pronto Novalis: «la palabra libertad.
A los pocos días de llegar a Jena, el 8 de julio de 1796, August Wilhelm y Caroline Schlegel conocieron a todas las personas importantes. Siempre inmaculadamente vestidos, formaban una bonita pareja. Su aspecto preocupaba a Caroline tanto cuanto estaba orgullosa de su educación. Era inteligente, erudita y encantadora, y lo sabía. Confiaba en sus opiniones sobre literatura, arte y política, y su forma de hablar de estos asuntos nunca era árida ni academicista.
Pasaba sin esfuerzo de un tema a otro, entrelazando alguna anécdota frívola con sus reflexiones literarias. Friedrich Schlegel dijo que Caroline exhibía una «mezcla audaz de cualidades muy diferentes»: podía ser una dulce esposa y una madre cariñosa, una amante coqueta y una sabia colaboradora. Los hombres se enamoraban fácilmente de ella. «Con una sola mirada es suficiente», dijo Friedrich después de conocerla”
Los amigos cercanos se dieron cuenta de hasta qué punto August Wilhelm confiaba siempre en el criterio de su mujer. Tenía tan buen oído, dijo un amigo más tarde, que siempre que August Wilhelm no estaba seguro sobre algún pasaje de sus traducciones o poemas, le concedía la última palabra.
6 El Ich Fichtiano y la Wissenschafslehre
“Fichte era el Bonaparte de la filosofía».
“En Jena no filosofaban, sino que «fichtosofaban”
«Soy un sacerdote de la verdad” (Fichte)
Aquel verano de 1794, los estudiantes hablaban sin parar de Johann Gottlieb Fichte, el nuevo y joven profesor que había llegado a Jena en mayo. El filósofo Fichte afirmaba que el yo era el supremo regidor del mundo. «La fuente de toda realidad es el yo», decía a sus alumnos, inoculándoles así la poderosa idea de autonomía y de libre albedrío. Fue Goethe quien recomendó a Fichte para un puesto en la universidad;
Todo el mundo estaba deseoso de escuchar cómo redefinía la relación entre el yo y el mundo exterior, entre el «yo» y el «no-yo», tal como lo enunciaba el propio Fichte. Había en él algo desafiante, algo perentorio. La filosofía no era solo para los estudiantes de filosofía —afirmaba—, sino que era importante para la sociedad en general.
La publicación informaba que Immanuel Kant había escrito por fin su cuarta «Crítica». Para la comunidad intelectual aquello supuso un auténtico terremoto. El anuncio de Kant hizo famoso a Fichte al instante y marcó el comienzo de su meteórico ascenso como uno de los filósofos más eminentes de Alemania, además de procurarle la cátedra de Jena.
A finales de 1793, dieciocho meses después de aquella primera reseña del Ensayo de una crítica de toda revelación en el Allgemeine Literatur-Zeitung, el Gobierno de Weimar le ofreció formalmente un puesto a Fichte. Él aceptó encantado y recorrió a pie los casi seiscientos kilómetros que distaban desde su casa de Zúrich a Jena, y allí llegó, de un humor excelente, en mayo de 1794. Su tediosa vida como tutor había terminado por fin.
La libertad era una chispa, decía Fichte, que podía brillar secretamente en la oscuridad durante mucho tiempo, pero que más pronto que tarde se convertía en un fuego ardiente que abrasaba nuestras almas. Sus alumnos estaban embelesados, porque la filosofía de Fichte prometía libertad en una época en que los gobernantes de los estados alemanes legislaban hasta en los más mínimos detalles de la vida de sus súbditos.
La Ich-Filosophie de Fichte se levantó a partir de la chispa de la Revolución francesa. «Mi sistema», afirmó, «es, de principio a fin, un análisis del concepto de libertad. El Ich de Kant cargaba con el deber de cumplir, mientras que el de Fichte actuaba desde el libre albedrío”
Más de la mitad de los ochocientos estudiantes de Jena acudían a sus clases y muchos lo proclamaban su ídolo. La filosofía de Fichte era un ser vivo, tan innovadora y revolucionaria que su creador tenía que ir revisándola sobre la marcha.
7 Goethe/Schegel
La presencia de August Wilhelm, le escribió Goethe a Wilhelm von Humboldt, hacía que sus discusiones fueran aún más entretenidas y chispeantes. Por su parte, August Wilhelm no podía creer que se encontrara entre los titanes literarios de su época: «Ahora estás», le escribió su hermano mayor, Moritz, «en el centro del gran mundo literario alemán». No había un lugar mejor”.
Friedrich Schlegel leía tanto que la gente se quedaba perpleja ante sus conocimientos y su originalidad. El único objetivo de Friedrich Schlegel era leer, pensar y escribir. Las mejores mentes, le había dicho al diligente e industrioso August Wilhelm, se atrofiaban con las profesiones convencionales. «Mi objetivo es vivir, vivir siendo libre», proclamaba, pero también quería ser famoso.
Friedrich admitía que no era lo que se dice una persona especialmente simpática. «La gente prefiere observarme a debida distancia», decía, «como a una bestia rara y peligrosa”
Friedrich, de veinticinco años, era un invitado estimulante, franco y provocador, que abogaba por el caos creativo en las artes. Afirmaba que había que derribar el viejo sistema, y que a quién le importaba si los sistemas filosóficos, los géneros literarios y las convenciones burguesas también se iban al traste. Tenía la esperanza de que una nueva «anarquía estética» incitase una «catástrofe dichosa», similar a la Revolución francesa. Su visión se caracterizaba por el trazo grueso. No le interesaba lo sutil, el detalle. Veía el mundo a través del prisma de su personalidad, «una analogía de su propio carácter», como dijo un amigo suyo. Todo tenía que ser ardiente, fuerte y audaz”.
Anteriormente, poetas como Alexander Pope habían escogido como tema a personajes famosos o asuntos de la esfera pública, pero ahora los amigos de Jena —como harían luego los románticos que vinieron después— incluían sus propias experiencias personales en sus escritos. En lugar de la razón, el intelecto y las reglas, recurrieron a la imaginación, al yo y a las emociones, algo que sigue dando forma a nuestro mundo actual. La imaginación, creía Coleridge, tendía un puente entre lo subjetivo y lo objetivo: era la prueba de que nuestras mentes son verdaderamente libres.
En la década siguiente, el impacto de los fragmentos del Athenaeum alcanzó también otras formas de arte. Pronto se expusieron en galerías y museos dibujos a lápiz, bocetos y estudios. La razón era, según explicaba el pintor francés Eugène Delacroix, que una «obra abocetada» dejaba más espacio para la imaginación.
8 La corta vida de Novalis
Contemplaba lo ordinario con asombro y lo inusual con aceptación. (Wulf)
Fichte era un segundo Copérnico, «el que me hizo despertar (Novalis)
«La filosofía es, en su origen, un sentimiento» (Novalis)
«Lo que realmente quiero es hacer que Euclides sea cantable (F.Schlegel)
Romantizar el mundo, proponía, es hacernos ver la magia y la maravilla que contiene. La misión era ver lo extraordinario en lo ordinario (Wulf).
En 1790, con dieciocho años, Novalis se matriculó en la Universidad de Jena, donde cayó bajo el hechizo de Schiller, su profesor. Hablaba de prisa, saltando de un tema a otro sin descanso. Y era también un lector voraz, capaz de absorber un libro en una cuarta parte del tiempo que empleaban sus amigos en leerlo y relatar en detalle su contenido meses después.
Puede que Fichte no fuera el mejor intérprete de su propio instrumento, concluyó Novalis —otros quizá fuesen mejores «fichtosofando que el propio Fichte»—, pero había inventado una forma de pensar completamente nueva.
Sus estudios ayudaron a Novalis a entenderse a sí mismo y su lugar en el universo. «¿De dónde sacaré mis ideas?», se preguntaba. «De mí, de mí mismo necesariamente. Yo soy, para mí, la base de todos los pensamientos. Aunque no pudiera conocerse, sí podía percibirse.
Durante aquel año de intensa lectura y de estudio, Novalis llegó a admirar a Fichte, aunque con reservas. ¿Por qué, por ejemplo —se preguntaba— el gran filósofo había pasado por alto el «amor», el asunto más importante de todos? «La libertad y el amor son una sola cosa», insistía Novalis. Un niño era la encarnación misma del amor —la prueba viviente del vínculo entre dos personas—, decía, y la humanidad era la expresión del amor entre la naturaleza y la mente.
“El amor», escribió, era una «fuerza sintetizadora». Eso significaba que el no Ich de Fichte se volvía humano —se convertía en un «Tú»—. La teoría del amor era la más alta de las ciencias, según Novalis.
Tanto Novalis como Friedrich Schlegel desarrollaron la filosofía de Fichte y la volvieron más dinámica. En lugar de la oposición fichteana entre el yo y el no yo, Novalis describía un «movimiento de ida y vuelta» en el que lo subjetivo se convierte en objetivo, lo espiritual en físico, lo particular en general y viceversa. La filosofía tenía que ser contradictoria, afirmaba, por su parte, Friedrich Schlegel. Cada consecuencia lógica, cada pensamiento, cada conclusión se cuestionaba de inmediato, se hostigaba, se ponía a prueba una y otra vez. Querían dar vueltas y vueltas hasta marearse. Frente al dualismo presente en Fichte, sus intérpretes juveniles volvían al mionismo, al panteismo y retomaban al mundo encantado destruudo por el mecanicismo cientificista.
Novalis y Friedrich Schlegel discrepaban de Fichte, porque, para ellos, la filosofía era un proceso interminable de pensamiento sobre el propio pensamiento. Era una reflexión infinita sobre el mismo acto de reflexionar. Y como Novalis creía que el mundo y nosotros somos una sola cosa, ese pensamiento oscilaba perpetuamente entre la reflexión sobre uno mismo y la reflexión sobre el universo. Friedrich y Novalis giraban en un remolino cada vez más grande y rápido que arrastraba al yo, al mundo, a la poesía y todo lo demás hacia la raíz misma de su centro. El fantasma de Spinoza resurgía de sus cenizas.
Novalis quería recopilar información de todas las disciplinas y áreas temáticas, pero su objetivo, a diferencia de las entradas ordenadas alfabéticamente de la Encyclopédie, era fusionarlo todo. Frente a las clasificciones lineales entoinces en boga, y a las arborescentes que emergerían 30 años mas tarde de la manod e Charles Darion estos post-fichtianos empezaban a olfatear la existencia de una tercera forma de encarar la diversidad basada en la maleza y el entanglement (Oxman, 2020)
Los cuadernos de Novalis se dividen en más de mil apartados que analizan, sintetizan y conectan la música y la física, la poesía y la química, la filosofía y las matemáticas, con una fluidez y claridad que revelan una mente abierta de verdad a todo. Novalis empezó a agrupar sus ideas y materiales bajo epígrafes convencionales, como arqueología, religión, naturaleza, política, medicina, etcétera, pero también bajo títulos más inusuales, como «teoría del futuro», «física musical», «fisiología poética» y «teoría de la emoción».
Algunas de estas entradas solo tenían una línea o un par de frases, otras se extendían a lo largo de varias páginas.Las ciencias deben ser poetizadas», escribió Novalis desde Freiberg. Sí, exclamaba Friedrich Schlegel, sí, ¿por qué no? Él también convertiría la física en música, dijo Friedrich: Un poeta comprendía el mundo mejor que “una mente científica —creían los amigos— porque el lenguaje de la ciencia era demasiado mecánico y atomístico. «La poesía», recalcaba Novalis, «es la verdadera realidad absoluta».
Para Novalis, esto era su «idealismo mágico», su idea un tanto idiosincrática de que podemos transformar la naturaleza con nuestra «mágica y poderosa facultad de pensar». En su mundo, los pensamientos podían convertirse en objetos reales, y los objetos, en pensamientos. En pocas palabras, un día la naturaleza se ajustaría a nuestra voluntad, siempre que la mente fuera lo suficientemente sofisticada o poética”
9 Goethe/Von Humboldt
«No sé vivir sin hacer experimentos», (Von Humboldt)
Era la primavera de 1797 cuando las diminutas gotas de sudor tocaron los metales, se creó una corriente eléctrica que movió la extremidad. Aquel fue el más mágico de los experimentos, dijo Alexander von Humboldt, porque al exhalar sobre la pata de la rana fue como si «le hubiera insuflado vida”
¿Cómo puede explicarse la materia viva? ¿Podrían las plantas y los animales regirse por un conjunto de leyes diferentes de las que gobiernan a los objetos inanimados? Para Alexander von Humboldt, sus experimentos sobre «electricidad animal» o «galvanismo», como también se les llamaba, fueron el punto de partida de su pensamiento sobre las fuerzas de la naturaleza. En lugar de encerrar a la naturaleza en un corsé clasificatorio, o de considerarla un simple mecanismo de relojería organizado por Dios, él la describirá como una red de vida. Percibirá el mundo natural como un todo unificado, animado por fuerzas interactivas
Alexander se interesaba por todo: zoología, magnetismo, geología, botánica, química, medicina y mucho más. Ya había publicado un libro sobre la flora subterránea —raras variedades de mohos y plantas parecidas a esponjas que crecían con formas intrincadas en las vigas húmedas de las minas— y un tratado sobre el basalto del Rin, así como unos cincuenta artículos. Inventó una máscara respiratoria para los mineros, así como una lámpara que funcionaba incluso en los pozos más profundos.
“Ahora no puedo ya ni enviar una carta sin que el mundo haya cambiado para cuando llegue la respuesta», se lamentaba Goethe”
En los años siguientes, Goethe incorporó a menudo la ciencia en su obra literaria. La poesía y la ciencia, dijo, llevaban ya demasiado tiempo considerándose «las más grandes antagonistas». Compuso el poema «Metamorfosis de las plantas», para el que transcribió en verso su anterior ensayo sobre la Urform de los vegetales.
Del mismo modo, Fausto, su obra más célebre —en la que el personaje central del drama hace un pacto con el diablo, Mefistófeles, a cambio del conocimiento infinito—, está repleta de drama pero también de teorías científicas, incluyendo conceptos geológicos sobre la creación de la Tierra enfrentados entre sí, y las propias teorías del color de Goethe. Las últimas ideas filosóficas también se incorporaron en Fausto, donde hasta un idealista hacía acto de presencia.
Al mismo tiempo que la filosofía del Ich se centraba, cada vez más, en la subjetividad, la perspectiva de Alexander von Humboldt cambiaba, y casi cincuenta años después escribiría en su bestseller internacional, Cosmos, que «el mundo exterior solo existe para nosotros en la medida en que lo recibimos dentro de nosotros mismos». La naturaleza, las ideas y los sentimientos «se funden entre sí».
A diferencia de Wilhelm von Humboldt, que pensaba que su hermano menor era la mente más grande que había encontrado y alguien con la capacidad de conectar ideas y «ver cadenas de cosas», Schiller creía que Alexander «nunca podría crear, solo dividir». La cizaña estaba sembrada, el Ceirculo empezaba a quebrarse.
10 Holderlin y La Naturphilosophie de Schelling
“El aire, estaba «lleno de las semillas de todas las cosas” (Novalis)
«Schelling irradiaba infinito» (Novalis)
«La edad de las tinieblas filosóficas ha terminado. (Schelling refiriendose a Fichte)»
Cuando los artistas, los poetas y los pensadores se reunían como una familia —escribió Friedrich Schlegel en el Athenaeum— aquello se convertía en una «ur-asamblea de la humanidad». Paseaban por los bulevares, conversando, gesticulando, riendo. Caroline, rodeada por una pandilla de jóvenes poetas, pensadores y filósofos, se encontraba en su salsa. Auguste, que había heredado el ingenio y el espíritu de su madre, la acompañaba: bromeaba, discutía y se formaba sus propias opiniones sin dejarse amedrentar por el grupo. Todo el mundo la consideraba encantadora.
En Dresde en 1794, los amigos recibieron una noticia que los entusiasmó mucho: una de las mentes más grandes de Alemania iba a unirse a ellos en Jena. Friedrich Schelling, de veintitrés años, había sido nombrado el profesor de filosofía más joven de la universidad. Todos habían leído los libros de Schelling, y August Wilhelm Schlegel, Fichte y Novalis lo conocían.
Schelling irradiaba infinito, decía Novalis, y tenía el potencial de superarlos a todos. Fichte se unió al sentir general, entre otras razones porque estaba convencido de que las publicaciones de Schelling eran «de cabo a rabo, comentarios» sobre las suyas. Y a August Wilhelm le gustaba tanto el joven filósofo que lo invitó a Dresde. Cuando Schelling llegó, a mediados de agosto de 1798, fue rápidamente adoptado como nuevo miembro del grupo.
En lugar de seguir las reglas, Schelling y sus dos amigos, Hölderlin y Hegel, celebraban la Revolución francesa, cantaban la Marsellesa, leían Los bandidos de Schiller, estudiaban a Kant y admiraban la nueva filosofía de Fichte. También leían en secreto los periódicos franceses y, como Tubinga estaba más cerca de Francia que la mayoría de las ciudades alemanas, casi podían oler las ideas incendiarias que propagaban al otro lado de la frontera
Una revolución política por sí sola, creía, no era suficiente. No solo había que reformar el Estado, también era necesario cambiar las mentes de forma radical. Había que ir más allá de lo que Kant se había atrevido a hacer, les dijo Schelling a Hölderlin y a Hegel. Había que destrozarlo todo y reconstruirlo. Los jóvenes como ellos tenían que unirse
La filosofía debe ser sensual, la mitología debe ser filosófica y la poesía debe ser «la maestra de la humanidad». Tal como pedían Novalis y los Schlegel, era necesario poetizar las ciencias, «volver a dar alas a la física». Al igual que las Cartas sobre la educación estética del hombre de Schiller, de 1795, este breve manifiesto consideraba la belleza como la clave para unificarlo todo. Y, por supuesto, ahí estaba de nuevo el Ich, proclamando su poder.
El alfa y el omega de toda la filosofía es la libertad» había escrito Schelling, con veinte años, en su primer libro, Del Yo como principio de la filosofía, publicado en 1795, el año en que dejó el Tübinger Stift. El título revelaba su deuda intelectual.
A diferencia de Fichte, Schelling no afirmó que el mundo exterior fuera simplemente un no Ich. Sostenía, en cambio, que la naturaleza y el Ich eran un todo interconectado. Y este es el fundamento de lo que se conoció como la Naturphilosophie de Schelling —su «filosofía de la naturaleza»—, y el tema de los tres libros que había publicado durante los tres años anteriores. Aunque estas obras le granjearon fama, todavía tenía que ganarse la vida.
Schelling pasó las siguientes seis semanas con el Círculo de Jena. A todos les gustó. «Parece tener una mente muy poética», dijo de él Novalis, agasajándolo con su mayor cumplido. El aspecto de Schelling reflejaba la fuerza y la energía de su mente. De hombros anchos y recios, el apuesto joven de veintitrés años tenía unos ojos azules increíblemente claros, que desprendían seguridad. Parecía tan joven como era. Tenía el cabello rizado, los pómulos anchos, los labios carnosos y una nariz ligeramente respingona. Parecía «fuerte, testarudo, duro y noble hasta la médula», más un general francés que un profesor, pensó Dorothea Veit cuando lo conoció algo más tarde. Caroline Schlegel lo veía simplemente como «el tipo de hombre que rompe moldes”.
En la segunda parte de la reseña/recorrido analizaremos el rol marginal de Hegel en el círculo de Jena, hasta qué punto ayudó a germinar El Germania de Mandame de Stael, como se fueron multiplicando las conexiones en esos años gloriosos de fines de siglo XIX, hasta que finalmente la pérdida de neutralidad de Prusia, las rencillas personales, la tensión entre las búsquedas poéticas y científicas y las tenazas políticas fueron erosionando el ácido universal el grupo?
Hasta que la batalla de Jena primero y el ascenso de Berlin después terminaran con este sueño que ayudó a inventar al Yo moderno (aunque nunca lo fuimos del todo según Bruno Latour) y mas que nada a soldar de forma inextricable a la naturaleza con la cultura (aunque 200 años mas arde tenemos que volver a hacer la misma tarea de mano de polímatas como Neri Oxman, Donna Haraway, Lynn Margulis, Jane Goodall otros ciberorganicistas).
NB Gran parte de las secciones de este post son simplemente citas verbatim de la maravillosa redacción de Andrea Wulf, ama y señora. La lectura de sus dos últimos libros traen una bocanada de aire fresco a la historiografía de la ciencia, ortogonales a la teleología y a cualquier reduccionismo cientificista, justo cuando la ciencia es mas necesaria que nunca, pero también se ha convertido en un negocio brutal y como tal en parte importante de nuestros problemas de supervivencia.
Referencias
Bateson, Gregory Pasos para una ecología de la mente. Lohle, 1976.
Brand, Stewart El laboratorio de medios. Inventando el futuro en el MIT. Galápago, 1988.
Hartmann,Nicolai La filosofía del idealismo alemán. 2 T. Sudamericana, 1960.
Hegel, G.W.H La premiere philosophie de l’esprit (Iena, 1803-1804). Presse Universitaires de France, 1969.
Jay, Martin La imaginación dialética. Una historia de la escuela de Frankfurt y el Instituto de Investigación Social (1923-1950). Taurus, 1974.
Janik, Allan & Toulmin, Stephen La viena de Wittgenstein. Taurus, 1974.
McCarthy, Fiona Walter Gropius. La vida del fundador de la Bauhaus. Turner, 20
Oxman, Neri Material Ecology. Catalogue. The Museum of Modern Art, 2020.
Safranski, Rudiger Goethe y Schiller: historia de una amistad. Tusquets, 2011.
Safranski, Rudiger Goethe. La vida como onbra de arte. Tusquets, 2011.
Wulf, Andrea La invención de la naturaleza: el nuevo mundo de Alexander von Humboldt. Taurus, 2016.
Wulf, Andrea Magníficos Rebeldes: los primeros románticos y la invención del yo.. Taurus, 2022.
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