Para aquellos que vivimos en un tapper, distinguir regiones y comarcas, asociar puntos en el mapa con producciones y características locales, darnos cuenta de que la obsesión europea por convertir en marcas genéricos lingüísticos que hasta hace poco circulaban libremente como Champagne, Roquefort, Provenzale o Gorgonzola, que nos parece a veces un mero divertimento de ricos cuando no una auténtica forma de imperialismo enológico o gastronómico, no es solo eso.En vez de levantar el dedito antes de tiempo, bajemos un cambio y averigüemos de que se trata.
Nuestro desconocimiento de las pequeñas cosas de la vida -que importan y mucho- es infinito. Podemos discutir arcanos y exquisiteces de textos casi ilegibles, pero somos incapaces de distinguir un queso de otro y en Italia un manual encontrado al azar en el Piamonte nos hablaba en 500 páginas de mas de 300 variedades, y seguramente mas que una taxonomía exhaustiva era tan solo un muestrario mas o menos bien hecho.
Lo mismo nos pasa con el vino, que para nosotros no pasa de ser tinto o blanco (o rosado) y varía entre seco y frutal. Pues bien nuestra ceguera por (estos) gustos se amplificó hasta el paroxismo cuando nos dimos una vuelta por el Piamonte (Pedemontium, al pie de los montes), y nos encontramos con bodegas familiares que adoran mostos y uvas propias, con minicultivos de 4 o 7 hectáreas que generan 30 o 40 mil litros anuales y exportan sus productos a todo el mundo.
Esto y mucho mas aprendimos en nuestra excursión superzipeada viajando unos 70 km. al sur de Turin. El viaje empezó con la visita a un bellisimo paese cual es La Morra en donde visitamos castillos y parroquias, escuelas y solo un par de bodeguitas y trattorias. En una acotada superficie de 25.000 km2 hay mas de 1200 municipios.
Después vendría Barolo, en donde estuvimos en una de las bodegas mas lindas que hayamos visto jamas. Si algún argentino no estuvo en esa Comuna debería ir ya mismo porque robarles ideas y modelos de como se hacen las cosas bien en otros lugares,
Allí mis compañeros y catadores análogos se compraron unas cuantas botellas que reservarían -según ellos- para futuros encuentros apoteóticos, pero allí no terminaba la excursión y lo que faltaba era mucho mas que lo que teníamos.
Cuando paramos en el Verdone piamontés, estábamos mas que cansados pero nos encontramos con un simpatiquísimo parroquiano casado con una de las herederas lugareñas, especializado en vinos de la región. El hombre nos contó muchos misterios y nos dedicó una larga hora, que fue recompensada con múltiples compras por parte de los catadores, que a esa hora ya se estaban convirtiendo en preborrachos empedernidos.
No habíamos terminado de catar y de degustar, de entretenernos y de ser fascinados por personajes locales y por prácticas milenarias de las que siempre desconfiamos, hasta que vemos que funcionan y como, cuando entre adormecidos y amorotados, con la fiel perra Fly al lado llegamos finalmente a las 9 de la noche a otro de los innumerables pueblos de la región cual es Cisterna de Asti.
Aquí ya no se trataba de seguir paladeando sabores (aunque probamos las tres ultimas variantes de un total de 11 vinos distintos que degustamos ese sábado, sin contar la grappa final) sino de cenar opíparamente en el restaurante Garibaldi atestado de comensales y fiesteros incluyendo cumpleañeros y cantantes sin miedo de hacer el ridículo, donde comimos como bestias por el módico (localmente) precio de 30 euros.
Después otra vez dormitamos destruidos hasta llegar a la casa de Silvia & Silvio Amici nuestros hospitalarios anfitriones, cambiamos de coche y Carlos nos dejo en el hotel cerca de las 2 de la mañana. Había sido una jornada literalmente embriagadora y nos sirvió para enamorarnos para siempre del Piamonte. Será cuestion de volver y tambien de trabajar un poco con los amigos italianos con los que tenemos muchas cosas para compartir.
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