Festival de narcisistas
Efectivamente no se trata de un documental político. Ni la voz engolada de un locutor, ni la picardía imbécil de una cámara oculta, ni la pregunta supuestamente inteligente buscando destrozar al interlocutor, ni la bajeza de la edición o montaje final que puede hacer quedar como un genio a un idiota y viceversa están presentes -afortunadamente- en esta película.
Ninguno de esos vicios o cortesías atraviesa esta película menor que con cierta pretensión disfrazada de falta de pretensión insinúa haber recorrido el peso de los últimos 8 presidentes que supimos conseguir.
Hay que reconocerles a Mariano Cohn y Gastón Duprat que reconstruyeron cómo fue retratar a los ocho presidentes desde 1983 hasta hoy, para contarlo en un tono que está en las antípodas del documental político: sagacidad, astucia, cierta neutralidad en el recorrido y una picardía menor que juega con el backstage, con el fuera de escena pero sobretodo con el increíble ego, narcisismo y melancolía de esos personajes (que queda perfectamente testimoniado en el trailer que incluimos mas arriba). que se creen mucho mas grandes de lo que fueron, que se ven en el bronce cuando muchas veces están mas cerca del barro, y que como muestrario muy reciente del estado emocional y mental de nuestra vida política orillan casi siempre el aplazo antes que la consagración.
Si hay algo que descolla en la intención de los realizadores y lo logran es aportar alguna perla, encontrar una mirada o un cruce de palabras inesperado, y sobretodo una capacidad muy sutil pero bien vibrante de lograr a partir de una toma, un plano, una indicación o simplemente un recurso técnico, desnudar hasta al tuétano cierta parte innoble o oculta, cierta puesta a luz o develamiento que imaginábamos ya imposible de lograr dada la sobreexposicion mediatica de los personajes y sobretodo la capacidad infinita del aparato estatal en cuanto a vender una imagen que casi nada o poco tiene que ver con la cara privada o intima de estos «grandes hombres.
El poder revelador de la cámara
La cámara ha sacado de la piedra a estos sesentones y setentones y los pesco en las confesiones triviales menos pensadas (Eduardo Duhalde, sobre el placer de pegarle el tiro al tiburón ante el comentario sorprendido de los directores y de nosotros mismos, que vemos en la mano esgrimida en la foto para tamaño menester la de un tipo duro y desalmado), la fijeza de la obsesión que no claudica (de Alfonsín, con la cuenta pendiente de no haber trasladado la Capital a Viedma) o el pequeño chiste autoparódico (de Carlos Menem, que se compara con las moscas), el increíble juego de lapiceras y otros útiles para graficar la transmisión del mando en el caso de Caamaño, la absurda comparación de un lunar compartido entre Puerta y Perón.
Si lo que vemos son apenas 5 minutos o 15 según la duración del mandato o el valor en el imaginario colectivo de cada ex-presidente, por detrás hay muchisimas horas -casi siete promedio- de grabación en cada caso, y una edición implacable que trató de retratar los guiños, las complicidades y sobretodo la venta post-mortem de esta galería de políticos tradicionales, que aunque hace rato que deberían haberse ido de las primeras planas, siguen coqueteando con la historia y en el caso de Duhalde (una de las tomas mas logradas de la película es cuando enmudece, se le crispa el ceño y se acaricia la barbilla durante interminables minutos sin poder enunciar un solo error en su gestión, mientras se sobreimprimen por detrás la asesinato de Kostecki y Santillan) y es rescatado por Chiche (quizás el personaje mas siniestro de toda la película) que le regala el libreto que el marido no podía encontrar en su memoria supuestamente endeble, y termina guionizándolo como seguramente habrá hecho mas de una vez en la vida misma.
Porque esta película es mucho mas ácida que cualquier cámara oculta
Como los directores lo explicitaron en mas de una entrevista, en su estrategia documental no hubo apriete, ni se sometió a los entrevistados a la incomodidad. No se aplico una cámara oculta ni se contradijo con documentos lo que acaba de decir.
Si bien los ex presidentes sabían que estaban siendo filmados, seguramente no contaron con que los momentos de espontaneidadtambi’en (pero preferentemente) serían incluidos en la película. Los directores fueron mas cronistas que entrevistadores clásicos, seguro que a mi no me hubiese salido nunca, tan opinator que soy.
El no documental tiene para mi varios puntos muy fuertes a favor, aunque en general el ritmo sea cansino, a veces languidezcan en sus filmaciones y en general por tomar tanta distancia terminen aburriendo un poco. Eso si la metáfora del perro que precede cada toma inicial es fantástica.
En cuanto a los personajes Duhalde después de haber actuado y operado su cara kitsch mas que ninguno de los otros, y de habernos desafiado con su rol de asesino de tiburones, enumera 5 o 6 referencias a los otros presidentes de una causticidad y con un filo de la lengua que muestran su peligrosidad y explican el miedo que Kirchner y De la Rúa supieron tenerle.
Porque se trata no solo de un cacique apretador y tiránico (un Moyano de la política), sino porque encima destila una inteligencia política que jamás le hubiésemos imaginado -infinitamente a años luz de la de Menen hoy convertido en un abuelito gaga, con un solo dato desprolijo, lo que le sobra de inteligencia analítica le falta de inteligencia política virtud que Duhalde le reconoce a Kirchner aunque le duela en el alma.
También nos sorprendió De La Rua a una distancia infinita de la caricaturizacion de Tinelli y de la imagen que nos vendieron de él los medios, como un ser pusilánime, abatido y finalmente un inútil, como lo bautizó Duhalde. No de la Rua es taimado, cínico sistemático (como en el caso del Viagra que se encontró en su cajón del escritorio y que él atribuyo a una muestra perdida de un visitador medico), pero sobretodo tiene mucho cuerpo para sacar aun y viéndolo a través de los lentes de la cámara de Duprat entendemos porque todavía hoy puede considerarse un mártir y porque atribuye su caída a la conspiración mediatico-peronista. Y porque es capaz de escribir un libro como Operación Política. La causa del Senado, y encima esperar que alguien le crea.
En suma la película recorta y muestra la vida cotidiana de los ex-presidentes. Si la lente se hubiese aplicado a empresarios o sindicalistas, a periodistas o intelectuales el resultado habría sino nimio o edulcorado. En el caso de estos personajes el formato ayuda a mostrarlos en una dimensión íntima, que extrapolada al infinito gracias a la potencia de los votos los convirtió en nuestros mandamases y en general en artífices de política erróneas, antipopulares y profundamente resquebrajadoras de la institucionalidad y de la identidad nacionales.
Aunque ellos no lo sepan, o no lo quieran saber. Y aunque la estrategia retórica de los directores haya preferido no exacerbar, en un país donde la denuncia es la norma y la demostración de la culpabilidad de los denunciados la excepción, este película sin denunciar nada y sin condenar a nadie los escracha mejor que cualquier denuncia y los identifica mejor que ninguna crítica periodística. Enhobuena.
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