Aunque nuestro metier está bastante alineado con la educación, o mejor con la contra-educación, durante estos 60 días de cuarentena hemos escrito poco y nada, y especialmente nada de nada en materia tecnoeducativa. En parte porque estamos hartos del simulacro de normalidad que implicó el pasaje militar a la virtualidad. En parte porque vemos que sesgos de todo tipo están incapacitando imaginar otros futuros (y empezar a construirlos). En parte porque ahora se está endiosando la presencialidad de las escuelas y las universidades, como si fueron lugares de aprendizaje señeros. Hace rato que eso no sucede, salvo en casos excepcionales. En vez de aprovechar la pandemia para teñir con esa excepcionalidad (para nosotros la red de Colegios Montserrat y la Universidad Minerva y Team Labs serian excelentes ejemplos a seguir), caimos nuevamente en la tentación de endiosar el pasado, y a escaparle como a la peste a un futuro sin sorpresas. Así las cosas imaginar operativamente como podríamos hacer las cosas distinto (como mucha gente lo hacía antes de la pandemia y otra lo volverá a hacer después) es indispensable. Lástima que en el medio casi todos miran para otro la
Tomándonos en solfa a la filosofía y en serio a todo lo demás