Decididamente hemos pasado del tiempo de Internet (nanosegundos) al tiempo de la marmota (tiempo 0, vacío, inocuo). Cada cual atiende su juego y el que no ninguna prenda tendrá. Así como agota saber que mañana será igual a ayer, y que pasado, los anuncios del Capitán Beto para quien las vidas que le arrebatamos al virus (hoy récord de infectados y muertos) valen mucho más que los que la Parca se toma consuetudinariamente, son el anticlimax total. Me enteré de que un amigo que había estado en Ecuador zafó del coronavirus en Barcelona.
Y llegó el jueves santo, que esta vez no tuvo nada de jueves ni de nada de santo. Como bien muestra un meme ya no tenemos días de la semana sino solo el sufijo -day (porque los prefijos sun-, mon-, tues-…) se repiten monótonamente. Aunque no llegamos al extremo de algunos de nuestros alumnos que viven en pijamas, duermen de día y respiran de noche, esta prolongación sine die tiene un efecto adormecedor.
Dos semanas antes del inicio de la cuarentena iniciamos junto a Julito Alonso una cursada inolvidable en la carrera de Diseño en la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Andrés. Aquí en versión hiperresumida el objeto encantado de cada uno los 6 grupos de Escenarios del Futuro en los que se dividieron los cursantes. Gracias a todos
Marina Umaschi nació en Buenos Aires, estudió Comunicación en la UBA (donde fue ayudante de la Cátedra Comunicación II de Anibal Ford y mía). Dimos juntos talleres de epistemología constructivista y proto-digitalismo en La Universidad Nacional de La Plata y de Epistemología sistémica en La Matanza y de epistemologías virtuales en el Instituto Nacional de Antropología entre los años 1992 y 1994)
Cuando una de las primeras Quadra 840AV Multimedia de Apple llegó a la Argentina la usamos para armar una presentación multimedia sobre el 25 de Mayo para estudiantes de secundario en Astound un programa pionero. Allí juntamos a Castelli con Serrat y a Moreno con algún tango. Nos llevó como 40 horas de trabajo y apenas duraba unos minutos.
Aunque nuestro metier está bastante alineado con la educación, o mejor con la contra-educación, durante estos 60 días de cuarentena hemos escrito poco y nada, y especialmente nada de nada en materia tecnoeducativa. En parte porque estamos hartos del simulacro de normalidad que implicó el pasaje militar a la virtualidad. En parte porque vemos que sesgos de todo tipo están incapacitando imaginar otros futuros (y empezar a construirlos). En parte porque ahora se está endiosando la presencialidad de las escuelas y las universidades, como si fueron lugares de aprendizaje señeros. Hace rato que eso no sucede, salvo en casos excepcionales. En vez de aprovechar la pandemia para teñir con esa excepcionalidad (para nosotros la red de Colegios Montserrat y la Universidad Minerva y Team Labs serian excelentes ejemplos a seguir), caimos nuevamente en la tentación de endiosar el pasado, y a escaparle como a la peste a un futuro sin sorpresas. Así las cosas imaginar operativamente como podríamos hacer las cosas distinto (como mucha gente lo hacía antes de la pandemia y otra lo volverá a hacer después) es indispensable. Lástima que en el medio casi todos miran para otro la
Hubo un tiempo en que jugando el juego académico podríamos escribir larguísimas ponencias, incluso en algunos casos leerlas en público, tal como todavía hace algún ilustrado septuagenario. Mucho antes de que llegara el virus, nos habíamos anoticiado de las ventajas de la escritura concisa, los concepto precisos, y la necesidad de comunicar mucho con la menor cantidad de palabras posibles.
Hay muchas maneras de definir nuestra humanidad, buscando el adjetivo que mejor circunscribiría nuestro “diferencial” respecto de otros entes vivientes y/o sentientes (si es que hay alguna).
Por eso sucesivos pensadores y autores nos bautizaron como Homo Politicus (Aristóteles), Homo Sapiens (Biología), Homo Sapiens/Demens (Morin), Homo Faber (Scheler, Arendt), Homo Ludens (Huizinga), Homo Adorans (judeo-cristianismo).
La década de 1960 fue la segunda década prodigiosa del siglo XX. Previamente los roaring 20’s, o «Jazz Age» (años locos) fueron la primer década en tener un apodo: «Roaring 20s». Los locos años veinte obtuvieron su nombre de la exuberante cultura popular que definió a la década. Fue la década que creó un cambio político y social dramático, abrió la libertad para las mujeres, y masificó la apropiación de los avances en las ciencia y en la tecnología.
Carole Cadwalladr: Facebook’s role in Brexit — and the threat to democracy
Ya se han cumplido 50 años desde la publicación de una obra señera de un autor cuasi centenario (Edgar Morin cumplirá 99 años el próximo 8 de Julio). Si hasta la mitad de su vida Morin se había floreado con escritos politicos, confesiones personales, endechas sobre el cine y el star system, y hasta un diario de California (lo que no le impidió ser miembro de la resistencia y verse expulsado del Partido Comunista en 1952 por hereje), con la publicación de El Paradigma Perdido, la Naturaleza Humana. Ensayo de bioantropología (Seuil, Paris, 1969), daría un golpe de timón y se aproximaría a una filo-tercera cultura trandisciplinaria antes que la mayoría de nosotros.