Hace ya tiempo inmemorial creamos de la mano de cinco valientes ( los que se sumó una decena mas de participantes) un laboratorio de innovación en el seno de Conectar Igualdad, el programa argentino que repartió 3.5 millones de computadoras a todos los estudiantes de los colegios públicos de la Argentina.
El espacio institucional fue lo de menos, podía haber sido allí o en la Luna. La convocatoria de los indiecitos fue cuasi aleatoria. Casi ninguna de las personas que comenzó a trabajar en el Lab, hace exactamente 18 meses, disponía ni del tiempo, ni de la seguridad pero sobretodo, de las ganas de vivir full-life una experiencia de características curiosas, inestables, muy sometida a los vaivenes de la coyuntura, y encima encapsulada en un proyecto político/ideológico que la mayoría no compartía.
A pesar de tantos imponderables, y ayudados por la confianza inquebrantable de quien en ese momento fuera el director del programa, el Lic. en Física, peronista histórico y gran practicante de la tecnología en el seno del estado, Pablo Fontdevila, y semiayudados por una burocracia administrativa, que en ese entonces, más o menos alejada del cepo absolutista de la administración que la sucedió, permitía grados de innovación, porque suponía que el programa iba más allá de la sospecha opositora que lo rebautizó como «una computadora = un voto», un presupuesto mas o menos generoso nos permitió imaginar la que sería una flor de un día.