Un libro no cambia el mundo, ni el mío ni el vuestro, ni el personal ni el colectivo. O casi nunca lo hace. A menos que se trate de una novela genial, de un ensayo desmistificador, o de un poema que sintoniza con nuestra veta más etérea y romántica, en el momento justo o junto a la persona apropiada.
Un libro no cambia a las organizaciones por más que se trate de los clásicos que han permitido reinventarlas o rediseñarlas, desde Max Weber a Frank Taylor, desde Elton Mayo a Chris Argyris, desde James March a Peter Drucker, para no hablar de los gurúes de las últimas dos décadas desde Michael Porter a Geoffrey Moore, desde W.Chan Kim a Clayton Christensen, desde Jim Collins a Eric Ries, desde Jason Fried a Peter Thiel.
Pero las organizaciones por mas dogmáticas que sea, cambian… o mueren. Muy pocas veces a la velocidad requerida, casi siempre a destiempo, sacrificando en el medios vidas e ilusiones, cumpliendo malamente sus misiones y funciones. Con algunas excepciones como Apple en sus inicios o Ultimate Software en nuestros días.