Demasiado pronto para decirlo
«Las revoluciones tecnológicas no tardan tanto en ver sus efectos como las políticas«. Siempre nos encantó esta afirmación probablemente apócrifa que remite al primer ministro Zhou Enlai al preguntársele por la influencia de la Revolución Francesa, quien muy suelto de cuerpo habría dicho: «Demasiado pronto para decirlo» -aunque en realidad se estaba refiriendo no a la de 1789 sino al mayo francés de 1968, pero resulta mucho mas sexy abonar la confusión de fechas y el telescopaje histórico. (Kissinger, 2011).
Al contrario las innovaciones tecnológicas serían tan exponenciales, supondrían una aceleración del tiempo histórico, dividirían a la historia en dos (un antes y después: de la máquina de vapor, del motor de combustión interna, de Internet) que frente a ellas las revoluciones políticas apenas serian una nota a pie de página en la historia de la humanidad -aunque este gráfico tan sencillo lo desmiente.
No casualmente cuando el gran Thomas S Kuhn (1969) nos regaló una de las biografías mas fascinantes acerca de la estructura de las revoluciones científicas hizo un paralelismo con las revoluciones políticas.
La tesis canónica de Kuhn sostiene que la ciencia avanza a través de revoluciones científicas, donde un paradigma dominante es reemplazado por otro debido a anomalías que el paradigma antiguo no puede explicar. Este proceso de cambio de paradigma puede tener paralelismos con las revoluciones políticas, donde un sistema de gobierno o ideología dominante es reemplazado por otro debido a sus fallas o ineficacias percibidas.
Las revoluciones científicas (mediadas por las tecnologías) pueden tener un impacto profundo en la sociedad, cambiando la forma en que entendemos y manipulamos el mundo. De manera similar, las revoluciones políticas pueden transformar las estructuras sociales y económicas, afectando la vida de las personas de maneras significativas.
Para Kuhn el progreso científico no es lineal, sino que ocurre a través de episodios de discontinuidad (revoluciones). Esta idea puede aplicarse a la historia política, donde el progreso también puede ser no lineal y estar caracterizado por períodos de estabilidad interrumpidos por cambios radicales.
De la multicausalidad a la mono-causalidad
Aunque Kuhn no exploró explícitamente la relación entre la ciencia (y menos la tecnología) y la política, sus ideas sobre las revoluciones científicas proporcionan un marco útil para pensar los procesos de cambio en otros ámbitos, incluyendo el político. Probablemente sus referencias no pasen de metáforas -y en ningún momento tuvo la supina ocurrencia de querer comparar la profundidad de un tipo de revoluciones (las científicas) con las tecnológicas-.
Curiosamente eso ocurrió desde mediados del siglo XX cuando una serie de procesos concatenados -muy ligados a la Segunda Guerra Mundial y la guerra fría subsiguiente trenzados por el Complejo miIitar-industrial- [duramente cuestionado por Dwight D. Eisenhower en su discurso de despedida al término de su segundo mandato en enero 1961], habrían de desacoplar la casualidad entrelazada (entangled) de lo social, lo cultural, lo político, lo económico, lo educativo y lo científico, convirtiendo a la revolución tecnológica (ni siquiera a la científica) en el motor de la historia.
Hace un tiempo cuando publicamos nuestras Lithwin Lectures (Paréntesis de Gutenberg) subtitulamos al libro “La religión digital en la era de las pantallas ubicuas.” Estábamos siguiendo una buena pista pero nunca nos imaginamos que lo de (de la innovacion como religión) habría que tomárselo mucho mas seriamente.
Porque no hay organización hoy en día (empezando con las empresas y terminando con las escuelas) que no se declaren creyentes incondicionales de la innovación como clave para su futuro. Si hay alguna dimensión encapsulada en una filosofía de la historia es precisamente esta fetichización de la innovación, donde la multicausalidad se disuelve en una monocausalidad.
Innovar como perpetuación del mito de que el genio empresarial crea la riqueza de la sociedad
Durante sus primeros años de vida, la palabra innovación se utilizaba en sentido peyorativo y servía para denunciar a los falsos profetas y a los disidentes políticos. El escepticismo del innovador representaba una conspiración destructiva contra el orden establecido, ya fuera en la Tierra o en el cielo; y si el innovador se hacía llamar vidente, era además un falso profeta. Sin embargo, hacia finales del siglo pasado, la costumbre de innovar había comenzado a desprenderse de asociaciones con conspiraciones y herejía.
Para sorpresa de mas de uno (yo el primero) hacia 1914, hubo una inversión significativa del sentido de la palabra cuando Vernon Castle (1887-1918), el instructor de baile más famoso de Estados Unidos, inventó una versión estadounidense simplificada y “decente” del tango argentino a la que llamó “la innovación”. Desde entonces la palabreja ha recorrido un largo camino.
La ubicuidad contemporánea de la palabra innovación es un ejemplo de cómo el mundo de los negocios, a pesar de reivindicar continuamente una precisión racional y empírica, también invoca una mitología enigmática propia.
La tendencia dominante a situar la innovación como eje vertebrador de cualquier cambio social, cultural o político está cimentada en una visión enormemente sesgada de la tecnología y de su evolución histórica. El foco prioritario en la innovación invisibiliza aspectos clave de la imbricación social de la tecnología ―el uso y los usuarios, el mantenimiento, la reparación, la producción― y oscurece la inmensa relevancia de las tecnologías mundanas y las infraestructuras (Aibar, 2023).
La ideología de la innovación propaga una concepción estrecha, determinista y fatalista de la tecnología que, a pesar de su aparente neutralidad y de su ilusorio carácter aséptico, se ha convertido en el moribundo mantra del crecimiento y el desarrollo. En su nombre se están llevando a cabo profundas transformaciones en ámbitos tan importantes como la educación, en todos sus niveles, la investigación científica y la cultura, en la mayoría de casos con efectos devastadores, sin consulta previa y dejando la iniciativa en los barones de la high-tech.
Teo/teleología de la innovación
En la actualidad, la forma más popular de innovación es la que se concibe como un concepto independiente, una especie de espíritu administrativo que abarca casi todas las esferas institucionales, desde las organizaciones sin ánimo de lucro y los periódicos hasta las escuelas y los juguetes para niños.
Aunque la innovación recuperó su reputación y se libró totalmente de la idea de subversión, sigue conservando su antiguo matiz de visión profética individual, ese talento de aquellos que, como dijo Hobbes de los “innovadores” en 1651, “se consideran más sabios que los demás”. No es que la innovación haya perdido su antigua connotación moral, sino que se ha invertido: lo que antes se consideraba degenerado y engañoso ahora se ensalza como visionario
Cuando el autor de un obituario dedicado a Jobs escribió en el Wall Street Journal que el ejecutivo de Apple era un “profeta secular”, que hizo de la innovación “una forma de esperanza totalmente secular”, resulta evidente que en realidad el término nunca había perdido su antigua asociación con la profecía.
La innovación es un ejemplo de cómo la producción y la circulación de productos asimilan propiedades fantásticas, y hasta teológicas, que no tienen relación alguna con la mano de obra que los produce, o en el caso de muchos usos habituales del verbo “innovar”, que no tienen relación alguna con ningún objeto
La innovación es, por tanto, un concepto teológico que se convirtió en una teoría de la producción de mercancías y que últimamente se ha vuelto una mercancía en sí misma. Mientras tanto, ha seguido asociándose al innovador con un carisma novedoso y visionario.
El significado profético que se encuentra profundamente arraigado en su historia permite que la innovación represente casi cualquier tipo de transformación positiva y, en el siglo XXI, sirva para lo mismo que otra palabra mantra como “progreso” sirvió en los siglos XIX y XX
Como bien dice John Patrick Leary en la revista Jacobin el culto a la innovación en tanto que rasgo intangible e individualista, propio únicamente de los trabajadores cualificados, redefine las crueles vicisitudes de una desigual economía global para determinarlas como los lógicos productos de una brillantez creativa y visionaria. Con este nuevo aspecto, el innovador conserva tanto rastros del profeta como indicios del estafador.
Ya entraremos mas en detalles cuando revisemos detalladamente la reciente obra de Aibar, pero aquí queremos dar un salto a la realidad de todos los días y conectar puntos que aparentemente no tienen nada que ver entre si.
Vance, Trump y la pseudoinnovación de las GAFAM.
Hasta hace una semana ni sabíamos quien era J.D.Vance, un desconocido candidato a senador por el Estado de Ohio, quien no solo ganó esa elección (endosado nada menos que por el propio Trump, Elon Musk, Peter Thiel, además de Mark Andreessen & Ben Horowitz autores del Manifiesto Tecno-optimista), sino que actualmente es candidato a vicepresidente en un más que probable retorno de Trump a La Casa Blanca.
Vance se convirtió en 2020 en uno de los principales inversores en startups high-tech en USA. Para Vance y sus socios el reinado de las GAFAM (Galloway, 2018) es esclerótico y regresivo, porque han abandonado la única función que las legitimaría que es la de la innovación constante y pionera. En vez de innovar per se adquieren otras empresas y aumentan su ecosistema pero solo para seguir siendo (y haciendo) mas de lo mismo.
La proclama de Vance es que junto con Trump desmantelarán al capitalismo de plataformas preexistente y lo obligarán a volver a innovar (mantra por excelencia que aseguraría el reverdecer del capitalismo). Musk, Vance et al consideran al capitalismo de plataformas como un status quo que hay que hundir cuanto mas rápido mejor -los críticos tecnofetichistas también, pero jamás se habrían imaginado que su principal contrincante estaría dentro del propio gobierno o los mismísimos inversores de riesgo.
Ya que no quieren competir por las suyas Trump & Vance las obligarán dice la leyenda urbana. Mas que regularlas en el sentido europeo (a través de la aplicacion de las normas de la nueva Ley de Mercados Digitales) de morigerar su expansionismo sin fin y su control ideológico del futuro de la produccion y el consumo (de la mano de la IA generativa) lo que Trump & Vance querrán hacer es desarticularlas, ponerlas de rodillas y obligarlas a… innovar.
Pero pare la mano tallador. Esta supuesta divergencia es una mera cortina de humo. Como lo dijimos mas arriba Vance es un invento de Peter Thiel, un turbocapitalista tecnofílico a ultranza. Elon Musk acaba de declarar su total apoyo a Donald Trump. Incluso le prometió 45 millones de dólares mensuales hasta las elecciones de noviembre (es decir, U$S 180 millones).
Todos estos personajes son cada vez más claramente «libertarios», personas que «tienen en común la creencia de que el Estado es una institución coercitiva, ilegítima o incluso, según algunos, inútil«.
Marc Andreessen, jefe de uno de los mayores sitios de inversión, se ofrece como mentor del Manifiesto “tecno-optimista”, convirtiendo a la IA en “nuestra alquimia, nuestra piedra filosofal. ¡Literalmente hacemos pensar a la arena!» La ve como un «solucionador» universal de problemas. Frenar el desarrollo “costará vidas, lo cual es una forma de asesinato».
¿No hay vida mas allá de la innovación? ¿Alucinaciones o bullshit?
Los enemigos a utranza de los tecnolibertarios son/somos quienes osamos hablar de “Ética en la tecnología”, “desarrollo sostenible”, “responsabilidad social corporativa”, “confianza y seguridad”, la noción de “límites al crecimiento” y todo lo que podría limitar el potencial humano y la abundancia futura. Y -sobretodo- para quienes creemos que la mejor alianza para un mercado creativo e Sun estado inteligente (Mazzucato, 2022).
Estamos acostumbrados a hablar de las alucinaciones de la IA generativa como errores por falta de datos o de contexto, solucionables con meros artilugios algoritmicos. En realidad mas que de alucinaciones deberiamos hablar de bullshit (Pisani, 2024)
Porque… ¿porqué no deberíamos ir mas alla de la innovación? ¿O en todo caso no deberíamos -como hacen Aiber & Mould- diferenciar a la innovación (no solo tecnológica sino sobretodo social) de la ideología de la innovación y la creatividad? El vínculo que se ha establecido entre la innovación y la disrupción radical solo persigue -según los mandamases- mantener el status quo, asi como las relaciones de poder que lo sustentan.
El mejor ejemplo es la industria automovilística, que se jacta de innovar constantemente y que -basada en la industria del petróleo- no solo es de las mas contaminante del planeta, sino que además ha fomentado guerras por doquier, y que ahora viene a embelesarnos con el solucionismo tecnológico de los coches eléctricos siempre que sean individuales (en vez del transporte colectivo o de otras opciones como caminar o andar en bicicleta).
Solo serían verdaderos guardianes ecológicos los que conduzcan Toyotas Prius. ¿Qué tipo de innovación es esta: disruptiva o regresiva? Existen otros tipos de innovación como las ascendentes, las generadas por los movimientos de base, las que llevan adelante hackers, makers o geeks que van en dirección muy distinta a la versión descendentes de la tecnología hoy predominante (algo que tematiza Evgeny Morozov en publicaciones recientes hablando de otros posibles futuros digitales).
Lo cierto es que resulta una ceguera epistemológica descomunal seguir adhiriendo al culto a la innovación, desconocer los sistemas socio-técnicos que hacen posible las innovaciones y pasar completamente por alto las consecuencias ambientales disfuncionales de este imparable tecnocidio.
Sin caer en ningún denuncialismo memético serial, y sabedores de que críticas sin propuestas son una pura declamación reactiva de la segunda cultura (la humanista) frente a la primera (la científico-técnica), habrá que reinscribir todos estos señalamientos en un tipo de pensamiento/acción propio de tercera cultura conducentes a diseños sociales post-capitalistas.
Mientras tanto no nos comamos los amagues de la geopolítica de la información (Crawford, 2023), el desconocimiento de la ética de la IA y -sobretodo- la necesidad de volver a mirar todos estos fenómenos con ojos renovados provenientes del pensamiento del entanglement, la complejidad, el biocentrismo y el landscape thinking (Wagner, 2019). Hacia allí vamos
Referencias
Aibar, Eduard El culto a la innovación. Estragos de una visión sesgada de la tecnología. NED, 2023.
Castro, Jorge “J.D.Vance es el canal por el que se expresa Silicon Valley en EE.UU”. Clarin. 28/7/2024.
Gale, Louise Who Won the Oil Wars?: How Governments Waged the War for Oil Rights. Collins & Brown, 2005.
Crawford, Kate Atlas de la inteligencia artificial. Poder, política y costos planetarios. FCE, 2023.
Galloway Scott Four. El ADN secreto de Amazon, Apple, Facebook y Google. Conecta, 2018.
Kissinger, Henry On China. Penguin Books, 2011.
Kuhn, Thomas S. La estructura de las revoluciones científicas. FCE, 1972.
Leary, John Patrick El culto a la innovación. Jacobin, 2019.
Mazzucato, Mariana El estado emprendedor: La oposición público-privado y sus mitos. Taurus, 2022.
Mould, Oli Against creativity. Verso, 2018.
Pisani, Francis «Ce que Trump et l’IA ont en commun» Substack, 30/7/2024.
Piscitelli, Alejandro El Paréntesis de Gutenberg. La religión digital en la era de las pantallas ubicuas. Santillana, 2011.
Wagner, Ándreas Life finds a way. What evolution teaches us about creativity. Basic Books, 2019.
Sé el primero en comentar